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Ante la situación de crisis social y ambiental y la necesidad de un cambio de paradigma global, la educación tiene que ampliar sus intenciones con una actitud crítica sobre nuestra realidad.
Debe desarrollar capacidades para mejorar el mundo en que se habita, desde una visión de futuro con equidad inter-intra-generacional y respeto a los ciclos naturales (del agua, aire, suelo).
La educación permite comprender el mundo y a comprenderse en él, es de gran importancia entender que ya no se vive aislado en el mundo, y que la postura tiene que ser radicalmente distinta a lo que se enseña actualmente, diferente a que está diseñada para seguir con el sistema convencional dominante actual.
El reto urgente está en enseñar y formar una nueva relación con la naturaleza en todos los ámbitos. Para ello se tendrá que cambiar la perspectiva de la educación, y pasar de una visión antropo-mercado-céntrica a una ecocéntrica, que sitúe los ecosistemas y los seres vivos en el centro y de dónde parte todo lo demás.
Además, es un imperativo social, cambiar las formas de gestionar (apropiación, producción y consumo) y distribuir los recursos, así como las relaciones personales, culturales y los valores que se ponen en juego diariamente. En este aspecto es necesario construir una conciencia planetaria que haga sentir tanto en el aquí y ahora, cómo en otros lugares, presentes y futuros.
Así, se esta ante una actividad política, pues la educación siempre tiene una intencionalidad, aunque no se exprese conscientemente de ello. Pues, “si no eres parte de la solución, eres parte del problema”.
Desde las aulas… ¿qué se puede hacer?, la respuesta la tiene que dar el propio grupo o comunidad, que mediante procesos participativos puedan opinar, proponer, decidir y actuar, con información plena. Educar para la participación significa practicarlo, pues es una experiencia compartida de derechos y responsabilidades. Y para ello se tiene que dar un aprendizaje crítico, cooperativo y creativo, que busque soluciones justas al problema ecológico, mediante el diálogo, el consenso, la tolerancia, el respeto… aspectos esenciales para un mundo sustentable.
Este compromiso es local pero también global, donde una ciudadanía global, de identidad planetaria, pues se vive en un planeta con recursos limitados y problemas compartidos y colectivos.
El contexto de globalización nos lleva a analizar la problemática ambiental de manera global, ya que los grandes problemas afectan a todo el mundo, para trabajar las soluciones de manera local, adoptando una estrategia global, buscando y creando los vínculos que unen lo cercano y lo lejano.
Educar para la sustentabilidad significa abordarla desde todos los campos de manera directa y sobre todo transversal en todas las materias (transdisciplinaria). Dos objetivos claves para la educación en el nuevo paradigma del siglo XXI serían resistir a la globalización mercantil y desarrollar capacidad de anticipación para sobreponerse a la crisis global de manera flexible. Aquí el reto es explorar y reforzar los aspectos positivos en los que destaca cada persona, para descubrirle sus posibilidades de éxito. Para construir un mundo sustentable y habitable se tendrá que replantear la fórmula para generar formas de vida más justas, y proyectar un futuro mejor.
Por lo tanto, educar es “ayudar a comprender cuál es el sustrato ético que los orienta, el porqué y el para qué de las cosas” (Novo, 1995). Para ello se tiene que conocer el pasado, para interpretar el presente y proyectar el futuro; para conseguir una verdadera transformación social.
Cada persona tiene que comprender que esta en este planeta, que tiene una función que desarrollar, que a la vez está conectada con la energía creadora de la vida. Se vive en una sociedad que además de ser de riesgo es ruidosa, y nos impide un diálogo interno sincero y verdadero que nos oriente en nuestras acciones, para conectarlas con lo externo y lo global.
Se tiene que evitar transmitir mensajes negativos para que el efecto no sea contraproducente. Por lo tanto, el reto de instaurar una ética basada en el nuevo paradigma donde persona y naturaleza se complementan en simbiosis y no en dominación.
Es necesario pasar del hablar a la acción conjunta. Las formas de juntarse y organizarse pueden ser con diferentes nombres: asociación, grupo, colectivo, plataforma… En todas ellas las personas participan a través de la Asamblea que quieren a hacer y porque. En los procesos participativos es importante que se siga un orden lógico para que la participación sea real y horizontal.
Donde, los pasos necesarios son estar informado o informarse, opinar, proponer, decidir y actuar.
De esta manera los grupos pueden concienciar y sensibilizar de los problemas sociales y ambientales trasladando ideas, inquietudes, reivindicaciones, denuncias y propuestas al resto de la ciudadanía para que la participación no se mediatice con el juego “dedocrático”.Los grupos sociales ejercen la función de controlar y analizar a las entidades públicas para el cumplimiento de las leyes y las responsabilidades que sustentan, así como de informar de manera continua a la sociedad. De esta manera se trabaja en lo local con perspectiva global.
La participación fomenta y divulga valores como la cooperación, el respeto, la solidaridad, etc. cada vez más en desuso en una sociedad que vende y fomenta el individualismo. La educación formal es el marco ideal para crear y afianzar estos hábitos saludables.
Pues, el enriquecimiento personal que se produce cuando una persona PARTICIPA, puesto que mejora sus habilidades sociales: hace valer sus derechos respetando los de las demás personas. Se aprende de los aciertos y los logros conseguidos, pero sobre todo de los errores, demás genera una autoestima y le es más fácil encontrar su papel en la sociedad y en el mundo. De estos últimos es de donde más aprendizajes se pueden sacar si se adopta una postura humilde, sincera y autocrítica, pero de compromiso.
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