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Hace más de 40 años que se inició la “revolución sexual” y estaba destinada a librar al hombre de las culpas producidas por el solo hecho de tener pulsiones eróticas naturales.
Los últimos 5000 años de civilización patrística fueron acusados de represores de dichas pulsiones sexuales.
Ahora 40 años después, parece que el neurótico sexual se ha convertido en el neurótico noogénico, pues lo erótico liberado desembocó en una autocomplacencia y una extrema auto estimulación de los centros del placer.
Con ello creció ese egoísmo típico del placer sexual hedónico, que no concibe del “tú”. La filosofía de que “el prójimo soy yo mismo” intentó destruir los cánones de las tradiciones espirituales de la humanidad. Con ello creció el hombre autocentrado e indiferente a los destinos de un prójimo necesitado. Se ha intentado sustituir el valor interpersonal del Ser, por el valor indiferente de una especie de la nada. Es imposible que solamente el valor e instinto adquisitivo del hombre, logre arribarlo en las orillas de un mar de espiritualidad trascendente y/o inmanente. No es que la necesidad adquisitiva sea en si incorrecta, pero establecida como única definición del ser humano, se convierte en una monstruosidad. Es lo mismo que modular al hombre en términos de un valor solamente empresarial. La empresa privada como único valor espiritual, al que el ser humano ha de aspirar, es un ridículo. También es un salvajismo. Como consecuencia de la recesión y la influencia en Washington, nuevos autores han surgido criticando la corrupción legalizada de los Estados Unidos. Entre ellos un libro reciente de Michael Lewis (The Big Short), ha indicado que las quiebras en empresas y bancos norteamericanos constituyen un acto de corrupción. Esto por cuanto que arrasan con los ahorros del pequeño inversionista, pero premian al ejecutivo con remuneraciones millonarias. Condena este acto como un episodio de criminalidad legalizada. El hecho es inmoral, pero reglamentariamente es legal. Quizás cuando lo reglamentario ya no observa una condición de lo moral, es necesario hablar de una revolución espiritual. Cuando uno observa nación tras nación tercer mundista que tiene índices de pobreza del cuarenta por ciento y miseria del 20 por ciento, piensa si ese no es el verdadero acto de violencia del hombre contra el hombre. Cuando se entera uno que dichos países están regimentados por grupos que fomentan deliberadamente la explotación del pobre y necesitado, y que todo esto es legal, piensa de nuevo si el crimen violento no ha ocurrido ya anteriormente. Muchas veces la sublevación armada en contra de esos grupos, es una necesidad y no el verdadero crimen contra la paz. Casi todas las Américas comienzan como naciones apartir de una revolución. No debemos apartarnos demasiado de esa tesis, pues el derrocamiento de los Tinoco así como el 48, son todos ejemplos de la revolución justificada para derrocar el abuso del poder. Muy pocas veces en la historia de América Latina ha ocurrido un salvajismo igual al golpe de estado dado contra Manuel Zelaya. Sus intenciones eran las de abaratar las medicinas, subir los sueldos mínimos y dar de comer a su pueblo. Extraña tanto que el principal periódico del país aplaudiera ese golpe de estado. Los Estados Unidos están cambiando. Es posible que el presente gobierno democrático genere una juventud equivalente a la de los finales de los 60. Si esto ocurre, las burguesías de América Latina cambiarán imitativamente en sus cuadros juveniles e intelectuales también. Siempre una cosa sigue a la otra. Y de nuevo el intento de derrocar un tirano no debe ser considerado como un hecho del mal, sino de un bien necesario. El mismo San Pablo habla de ejercer “violencia por el Reino de Dios”.
También esto esta en acorde con el pensamiento de Thomas Jefferson. La doctrina social de la Iglesia Católica se acerca en parte a una tesis similar, cuando define como pecado la explotación del pobre y como en extremo materia grave, la especulación con los precios de la comida del hambriento. No evoca una violencia armada en su contra, pero sí condena la tiranía socioeconómica que se autodenomina “mercado abierto, libre y autorregulado”.
¡O sea el capitalismo salvaje! El pensamiento de los 60 creía en resistencia pacífica y aun no pacífica, contra los males de la sociedad. La guerra de Vietnam, la discriminación racial, la discriminación sexual, la educación sin propósito humanista y trascendente y el consumismo de esa época, fueron todos elementos contra los cuales se protestó. Ciertamente, aun Santo Tomás de Aquino mantiene “que todo rey que no cumpla con su deber, pierde el derecho de ser obedecido”.
Esa también forma la base de una filosofía práctica de resistencia a los males del encarecimiento artificial de la vida y los abusos de las empresas contra el ciudadano. Desde luego está el marxismo, el leninismo y el anarquismo. Está también el socialismo y la social democracia. No siendo un verdadero experto sobre esta temática, me tengo que retirar. Solamente el marxismo es muy complejo y tiene muchas escuelas y facetas. El ágape o fiesta del amor o la Fiesta de todos los santos, se ha dicho que no puede ejercer la violencia para librarse de la violencia. Está también basada en la sangre de los primeros mártires del Coliseo, donde se prefería morir que matar. El fin no puede justificar los medios, los medios se tienen que justificar a sí mismos. Pero la fiesta del amor y de la caridad, no puede tolerar ni permitir, la violencia de la miseria y de la explotación. ¡Vaya, vaya qué enredo!
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