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Aclaro de una vez que, con la frase error de “Dios”, no me refiero a un posible desacierto o desatino cometido por un ser de nombre “Dios”, que se supone abraza todo, sabe todo y puede todo; al contrario, hago alusión a una equivocación que cometemos los seres humanos al usar la palabra “Dios” en ese sentido o cualquier otro comparable.
Para entender esto, hay que distinguir entre “realidades” y “conceptos”: las primeras están fuera de nuestras mentes individuales; en cambio, los segundos son construcciones que hacemos en el interior de nuestras mentes, para tratar de describir o representar las primeras. Obviamente, podemos cometer gravísimos errores al equiparar ambos: esto, según el filósofo Immanuel Kant (1724-1804), “es un escándalo de la filosofía y el conocimiento en general”.
En 1965, el teólogo protestante francés Georges Crespy resumió pensamientos al respecto del famoso y polémico jesuita Teilard de Chardin (1881-1955) así: “La palabra de Dios no es tal, sino en cuanto es una palabra humana.
Una verdad que no se halle instalada en las rutas por las cuales los hombres intentan comprenderse a sí mismos y comprender el mundo, no es para los hombres una verdad.
Más exactamente, si la verdad como eterna que es, escapa a la contingencia de los intentos de comprensión que los hombres desarrollan, la expresión de la verdad es únicamente humana, y la verdad no puede darse sin expresión. Dios no es verdad sino donde se da a conocer en la expresión humana de su palabra. Existe, pues, una necesaria humanidad de la verdad.”
Por otra parte, en un atrevido librito reciente, de título OTRAS VÍAS: Intersticios y Apariciones, me arriesgué a plantear algo relacionadoen estos términos: “Ante la evolución de esas expresiones y palabras (Dios, en español, de origen greco-latino, y GOD, en inglés, de origen nórdico-gótico-celta-germano), me pregunto cómo se afecta nuestro entendimiento, sentimiento o intuición de lo que, con ellas y sus antecedentes, la humanidad ha tratado de aludir e invocar en todos los tiempos, allende los siglos.
Frente a ese infinito -¿o esa infinitud?- prefiero decir SÍ, con temor y temblor, como Søren Kierkegard; sin embargo, merecen mi respeto quienes dicen NO, con náusea, a manera de Jean Paul Sartre. Solo pienso que es imposible o inhumano ignorarlo.
Y, si tomamos en cuenta que lo mismo ocurre en cada microcosmos de todo lo que pensamos y hacemos, ¡qué poco sabemos y nos entendemos los homo sapiens! ¡Qué impotentes somos, a pesar de toda nuestra técnica, toda nuestra economía! Y les pregunto, estimadas lectoras, estimados lectores: ¿Por qué no nos abrazamos, aunque fuera sólo para consolarnos, humildemente, en nuestra ignorancia? Tal vez así iniciemos, todos juntos, la hechura de una especie humana nueva y mejor.”
A la luz de esas perspectivas, ciertamente provisionales, y reflexiones sujetas a diálogo, pienso que el error de “Dios” es un sesgo contra la infinitud -generado en el uso de esa palabra, así como “God” y muchas otras comparables- que ha llegado a bloquear el desarrollo de la capacidad humana de percepción en Occidente.
Si nos atreviéramos a reconocer la humanidad de esas expresiones, con sus limitaciones o relatividades consecuentes, sinceramente y abiertamente, quizás entenderíamos, valoraríamos y aprovecharíamos más la libertad que nos permite esa infinitud.
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