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¿Cómo no evidenciarlo? ¿Me ahorro el decirlo? ¿Me sumo a la corriente del disimulo?
Al fin de cuentas, lo más fácil, incluso lo más “inteligente” dirá alguno, es ser uno más. Participar del festín del disimulo, del juego de apariencias. Partir, como acostumbran los tibios navegantes de agua dulce, del conocimiento preconstituido, de la palabra ya dicha, del incuestionado –e incuestionable- statu quo.
En lo que a mí respecta, prefiero decirlo, no guardarme el descaro que percibo, del cinismo que se impone siempre como manifestación inalterable de un vicio muy anterior: la corrupción del poder.
Bien claro tenemos, a estas “alturas” democráticas, que el poder sirve a quien lo detenta y no a aquellos que legitimaron al sujeto, partido o facción, que eterniza los silogismos regresivos legalizando las desigualdades siempre postergadas. El pretender que algo pasa es pretender que no pasa nada. Aquí, como bien le escucho decir a los viejos con cierta insistencia, no cambia nada sino cambia todo.
Todo esto para repreguntarme conforme a mi artículo anterior: ¿Cómo defender lo indefendible? Disimulando me dirán los versados políticos que administran nuestro suelo (soberanía) disimulando, siempre disimulando. Cuerudos sí son…Esa ha sido la técnica de administración del poder en Costa Rica: disimular.
Disimular la pobreza de una cuarta parte de la población costarricense. Disimular para que no se perturben aquellos sensibles que, como yo, se incomodan al saber que si cada millón de población nombrara a un representante para la gran cena de distribución de lo producido y acumulado en las últimas décadas, a uno de los cuatro comensales no se le serviría nada, simplemente se quedaría sin comer.
Disimular la pobreza implica otros subdisimulos que solo saltan a la luz cuando interesan a otras evidencias también negadas. Por ejemplo el desempleo.
Por mucho tiempo no se hablaba del desempleo, pero ahora sí. ¿Por qué? Porque sirve para convencer a un estrato numeroso de la sociedad que se declara convencido de que los TLC sirven más, y por mucho, a una clase político-económica rentista, por no decir usurera, que ha reservado para sí los medios para realizar la vida.
El desempleo ahora sí existe y sí les preocupa, porque sirve a su agenda justificadora de los muy mal negociados TLC.
Pero el programa disimulatorio no se agota ahí. Implica también disimular lo oprobioso de la acumulación de riqueza, ese que a fin de cuentas resulta inocultable. Procurar obnubilar las obscenas disparidades con tal de conservarlas. Justamente en ello consiste el juego.
Disimular que vivimos en un país abiertamente e indeclaradamente corrupto. Que la corrupción, como he venido diciendo desde hace más de una década, dejó de competir con el sistema hace tiempo para convertirse en el sistema, para sustituirlo y gobernarlo. Corrupción que por cierto casi nadie critica cuando se beneficia de ella, sino solo cuando se siente excluido de sus ganancias.
Los ingleses algo han avanzado en esta materia cuando nos vienen con su clara Teoría de las Apariencias, según la cual todo se confabula para hacer que se hace sin que en realidad se haga.
Lo que importa es la apariencia de la justicia (formal) y no la justicia material. No interesa que nuestro poder judicial sirva tan poco que los que con él, para él o contra él trabajamos, procuremos siempre huirle buscando justicias alternativas (RAC).
Como vengo diciendo, nada de eso interesa. Siguen las maniobras del disimulo y seguirán, hasta que un buen día, alguien recoja la dignidad de un pueblo tan olvidado que, a veces, parece que no existe. Un pueblo que, sin embargo, pareciera estar dormido y no muerto.
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