Debido a los elevados costos del mantenimiento de las imágenes, se ha restringido su acceso solo para las personas registradas en PrensaCR.
En caso de poseer una cuenta, hacer clic en “Iniciar sesión”, de lo contrario puede crear una en “Registrarse”.
Sin ánimo de exaltar nacionalismos, ni promover grandes estulticias como la xenofobia y el racismo, aclaro que este artículo no plantea ninguna imprecación de fondo para nuestros vecinos del norte. Rememoremos, aunque suene tautológico en estas últimas semanas, la Centroamérica de finales de los 70 y principios de los 80.
En dicho momento histórico Costa Rica jugaba un papel sumamente importante en la política internacional y los ojos del mundo se posaban en el área, esto por los acontecimientos que se describen a continuación:
Primero, el gobierno de Carter ante el peligro inminente del levantamiento sandinista contra el régimen brutal de Somoza, intentó mantener la Guardia Nacional como elemento hegemónico de Estados Unidos en la región.
Segundo, el gobierno de Reagan y la CIA financiaban a los soldados de “La Contra”, que no eran más que una amalgama reciclada de lo que quedaba de la Guardia Nacional de Somoza, la misma liderada por Edén Pastora, autodenominado “Comandante cero”. Esto iniciaba el equivalente centroamericano del Plan Cóndor que fue puesto en práctica en Argentina, Brasil, Bolivia, Paraguay, Uruguay y Chile, en donde desaparecieron cientos de personas que al día de hoy no se sabe nada de ellas.
Reagan utilizó a “La Contra” para lanzar una guerra de terror contra Nicaragua, que junto a la guerra económica promovida por el Banco Mundial y el Banco de Desarrollo Interamericano sumió a dicho país en la pobreza.
Edén Pastora y sus colaboradores tenían carta abierta para usar el territorio costarricense para movilizar tropas y pertrechos militares; esto no es un secreto para nadie. Noam Chomsky ilustraba la Centroamérica de 1981 con una frase de un miembro del Departamento de Estado Americano, con la que este se jactaba de que «conseguiremos convertir a Nicaragua en la Albania de Centroamérica; es decir, pobre, aislada y políticamente radical”.
Todo esto bajo el mando de Edén Pastora, ahora encargado del dragado del río San Juan. Luego de esto vino el pseudoplan de paz promovido por uno de nuestros expresidentes y otros mandatarios centroamericanos, y finalmente las elecciones “democráticas” en el país del norte.
Actualmente, ambos países volvemos a estar en la palestra mundial, pero por motivos diferentes. Un conflicto fronterizo que se da en el momento adecuado, tanto para el gobierno de Nicaragua como para el nuestro. Daniel Ortega quiere pasar por encima de la constitución política de su país, para elegirse ilegalmente presidente por un tercer periodo, además de salirse por la tangente por una acusación de incesto con su hija, entre otra serie de hechos sospechosos para la opinión pública.
De este lado del río, tenemos de muestra varios botones: en primer lugar, el daño ambiental y social creado por la construcción de la carretera a Caldera, calculado en $40 millones, y dejando a familias enteras sin un servicio básico como lo es el agua y con el silencio absoluto y prepotente de la empresa constructora.
En segundo lugar, el proyecto Crucitas, declarado incomprensiblemente de conveniencia nacional, y con la Procuraduría General de la República defendiendo derechos de una transnacional. Tercero, la inseguridad nacional que estamos viviendo, y aquí prefiero no poner ejemplos, si ya los medios de difusión del oficialismo nos tienen hasta la saciedad de sucesos y amarillismo.
Si bien es cierto que como buenos costarricenses que somos tenemos que defender nuestra soberanía territorial de “amenazas externas”, por favor NO nos olvidemos, o no dejemos que nos hagan olvidar -por medio de cortinas de humo- de situaciones de suma importancia para la colectividad del pueblo tico, como las expuestas anteriormente.
Este documento no posee notas.