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Informe del viaje al Congo

En su nueva novela, ‘El sueño del celta’, el escritor peruano, narra la vida del diplomático inglés, de origen irlandés, que a principios del pasado siglo viaja al Congo para redactar un informe sobre las atrocidades que está cometiendo Leopoldo II de Bélgica. Poco después sería enviado a la Amazonia con el mismo objetivo, pero a su regreso se destapa como un independentista irlandés, y es acusado de traición y ejecutado por los británicos. ‘La tragedia del Congo’, recién publicada por Ediciones del Viento, recoge íntegro por primera vez en español, el texto africano de Roger Casement, que junto con escritos de Conan Doyle y Mark Twain, introduce al lector en la verdad de los hechos terribles que narra Vargas Llosa en su novela.

En su nueva novela, ‘El sueño del celta’, el escritor peruano, narra la vida del diplomático inglés, de origen irlandés, que a principios del pasado siglo viaja al Congo para redactar un informe sobre las atrocidades que está cometiendo Leopoldo II de Bélgica. Poco después sería enviado a la Amazonia con el mismo objetivo, pero a su regreso se destapa como un independentista irlandés, y es acusado de traición y ejecutado por los británicos. ‘La tragedia del Congo’, recién publicada por Ediciones del Viento, recoge íntegro por primera vez en español, el texto africano de Roger Casement, que junto con escritos de Conan Doyle y Mark Twain, introduce al lector en la verdad de los hechos terribles que narra Vargas Llosa en su novela.
Londres, 11 de diciembre de 1903
Señoría:
Tengo el honor de presentar mi informe sobre el viaje que recientemente he realizado al Alto Congo.
Salí de Matadi el 5 de junio, llegué a Leopoldville el 6, y permanecí en los alrededores de Stanley Pool hasta el 2 de julio, cuando partí hacia el Alto Congo. Regresé a Leopoldville el 15 de septiembre, por lo que el período de tiempo que pasé en la zona alta del río fue de tan solo dos meses y medio, durante los que visité varios lugares del propio río Congo hasta su confluencia con el Lulongo, ascendí por dicho río y por su principal afluente, el Lopori, hasta llegar a Bongandanga, y rodeé el lago Mantumba.
Aunque mi visita fue breve y los lugares en los que estuve no quedaban demasiado aislados de las rutas de transporte, la región visitada era una de las más importantes del Estado del Congo, y la zona en la que pasé la mayor parte del tiempo, la del Ecuador, probablemente sea una de las más productivas. Además, al visitar dicha región, tuve la oportunidad de comparar su situación actual con el estado en el que se hallaba cuando la vi hace dieciséis años. Entonces (en 1887) había visitado la mayoría de los lugares a los que ahora volví, por lo que pude establecer una comparación entre cómo estaban las cosas cuando los nativos vivían sus primitivas vidas en comunidades anárquicas y desorganizadas, sin que los europeos los controlasen, y la situación creada por más de una década de una intervención europea muy enérgica. Nadie que conociera la región del Alto Congo con anterioridad podría dudar de que buena parte de esta intervención fuese necesaria, y hoy aún quedan pruebas generalizadas de la gran energía desplegada por los representantes belgas a la hora de introducir sus métodos de dominio sobre una de las regiones más primitivas de África.
Unas estaciones admirablemente construidas y mantenidas reciben al viajero en muchos lugares; una flota de vapores fluviales que suman un total de, creo, cuarenta y ocho buques, propiedad del Gobierno del Congo, navegan por el gran río y sus principales afluentes a intervalos definidos. Así se proporcionan medios de transporte frecuentes a algunas de las zonas más inaccesibles del África Central.
Una vía férrea, excelentemente construida teniendo en cuenta las dificultades a encontrar, conecta los puertos costeros con Stanley Pool, atravesando una extensión de terreno complicado, que antes, al fatigado viajero que se trasladaba a pie, le oponía muchos obstáculos a superar y muchos días de gran esfuerzo físico. Hoy la línea férrea funciona con gran eficiencia, y he visto muchas mejoras, tanto permanentes como de gestión, desde la última vez que estuve en Stanley Pool, en enero de 1901. La región de las cataratas, por la que pasa el ferrocarril, es un tramo de unas 220 millas de ancho, en general improductivo e incluso estéril. Esta región, según creo, es la tierra, o al menos el lugar de procedencia, de la enfermedad del sueño, un trastorno espantoso que se está abriendo camino, demasiado rápidamente, hacia el corazón de África, y que incluso ha llegado a cruzar el continente entero hasta alcanzar casi las costas del Océano Índico. La población del Bajo Congo se ha visto gradualmente reducida por los estragos incontrolados de esta enfermedad, de momento incurable y sin diagnosticar y, siendo una de las causas de la aparentemente rotunda disminución de la vida humana que he observado por todas partes en las zonas que he vuelto a visitar, debemos asignarle un lugar prominente a este mal. Sin duda los nativos le atribuyen su alarmante tasa de mortandad, aunque también achacan, y yo creo que principalmente, la rápida disminución de su número a otras causas. Quizás el cambio más sorprendente de los observados durante mi viaje al interior fuese la gran reducción de la vida nativa apreciable por todas partes. Algunas comunidades que yo había conocido como grandes y prósperos centros de población, hoy han desaparecido por completo, o son tan pequeñas que ya no resultan reconocibles. La orilla sur de Stanley Pool tenía antes una población de 5.000 batekes, distribuidos entre las tres poblaciones de Ngaliema (Leopoldville), Kinshasa y Ndolo, situadas a unas pocas millas las unas de las otras. Estas gentes, hará cosa de doce años, decidieron abandonar sus hogares y, en el plazo de una noche, la mayor parte de ellos cruzaron a territorio francés, en la orilla norte de Stanley Pool. Donde antes se levantaban aquellas populosas aldeas africanas, hoy sólo he visto algunas casas europeas dispersas que, o pertenecen a los representantes del Gobierno, o a los comerciantes locales. Hoy en Leopoldville no residen, según mis cálculos, ni 100 de los nativos originarios o de sus descendientes. En Kinshasa pueden encontrarse unos pocos más, viviendo alrededor de uno de los almacenes comerciales europeos, mientras que en Ndolo no queda ninguno, y allí no hay nada, excepto una estación de la Compañía Ferroviaria del Congo y un puesto del Gobierno. Quizás aquellos bateke no resultaran unos súbditos especialmente deseables para una Administración enérgica que, por encima de todo, perseguía el progreso y los resultados inmediatos. Ellos mismos eran intrusos procedentes de la margen norte del río Congo, y llevaban una vida muy provechosa como intermediarios comerciales, explotando a la población menos sofisticada entre la que se habían establecido. En mi opinión, sin embargo, debemos condenar su desaparición de la orilla sur de Stanley Pool, ya que formaban, en cualquier caso, un nexo de unión entre un elemento comercial europeo que venía de fuera, y el original compuesto por posibles proveedores nativos.
Tomado de El cultural

  • Roger Casement
  • Los Libros
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