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Como parte de una terapia de Salud Mental y tal vez una catarsis personal, estuve pasando unos días en una desvencijada casa en las cercanías de Tamarindo. Entendamos salud mental como el estado de equilibrio entre una persona y su entorno socio-cultural, la que le garantiza su participación laboral, intelectual y de relaciones para poder alcanzar una buena calidad de vida. Aunque la anterior acepción es un constructo social y cultural, nos sirve para guiarnos en este eje temático.
Al llegar a Tamarindo lo primero que se nota son las megaconstrucciones, definitivamente muy alejadas de las buenas prácticas ambientales. Son moles de cemento al mejor estilo del capitalismo salvaje que se ha instaurado en la región. Construcciones que en definitiva no están hechas para el tico promedio. Nuestras playas han sido secuestradas por compañías extranjeras, que lejos de ayudar al habitante de la zona, lo explotan y mancillan en todo lo posible.
Guanacaste ya no nos pertenece, ya no es de la clase campesina, proletaria y trabajadora. Guanacaste es de la burguesía extranjera sedienta de riquezas y destrucción ambiental.
Nos preguntamos entonces: ¿Cómo es posible que un costarricense trate de hacer un viaje para mejorar su salud mental y su autoconocimiento en una zona que destila neones, parlantes a todo volumen y aires acondicionados a toda potencia?
Pues bien, mi planteamiento es que Tamarindo ya lo perdimos. Y lo perdimos porque las municipalidades y encargados de planes de manejo de la zona, permitieron levantar todas estas estructuras sin un adecuado plan de capacidad de carga para dicho lugar. Sin embargo, hay playas aledañas, por ejemplo: Langosta y Avellanas, en las que las construcciones no han alterado el orden natural de las cosas y en donde todavía se pueden observar una garza tigre, una garza azul, un pájaro bobo y una serie de animales propios de la región que ya en Tamarindo no se ven.
En estos dos lugares todavía se puede hacer un viaje interno de autoconocimiento y meditación, todavía podemos ejercitar nuestra salud mental alejados del mundanal ruido de la ciudad. Y es aquí donde un compañero de viaje plantea la idea del ocio productivo. Pensadores de la antigüedad como Platón y Aristóteles, planteaban que el ocio y el tiempo libre eran condimentos indispensables para lograr el bien más preciado: la vida contemplativa. Resalto que dicha vida no consiste en “no hacer nada” sino, en dedicar tiempo a lo que los griegos consideraban como la actividad más elevada y profunda que el hombre pudiera realizar: Pensar.
En este punto nos podemos preguntar: ¿Puede ser el ocio creativo y productivo? Por otro lado: ¿El término ocio-productivo no es un oxímoron, una contradicción?
Pues creo que no. ¿El tiempo de inspiración necesario para que un escritor, un poeta o un músico elaboren un cuento, una metáfora y una obra musical, es parte de este llamado ocio productivo? Claro que sí.
Es precisamente ocio porque no está constituido en una forma y en un tiempo de trabajo abstracto y formal, y es fructífero porque ese “tiempo libre” es aprovechado por el hombre para desplegar su actividad creadora, de la cual germina “algo”.
Pero lo que nos interesa dejar en claro, es que el tiempo del ocio productivo es precisamente activo; durante este período la persona “hace” algo con su tiempo.
Estimados lectores: les ruego encarecidamente que entre todos tratemos de poner freno a esta actividad comercial y destructiva, en la que nuestras tierras son vendidas al mejor postor. Hagamos lo posible por que nos queden aunque sean retazos de estos lugares, en los que todavía se puede sentir la espiritualidad y sencillez de la gente. Luchemos juntos por que Costa Rica mantenga virginales estos lugares, en donde nuestros antepasados escribieron sus mejores libros, poemas y canciones. En donde la sabiduría del campesino reinaba. En donde este ocio productivo todavía nos puede servir para bajar los niveles de ansiedad y estrés, provocados por el acelerado ritmo de vida citadino.
En fin, finalizo el artículo con una frase de Mary Shelley:
“El campesino ignorante observa los elementos que le rodean y conoce su uso práctico. El más grande filósofo no sabe mucho más. Ha vislumbrado parcialmente el aspecto de la naturaleza, pero sus formas inmortales quedan siempre para él como un enigma y un misterio.”
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