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Uno más de los hijos de William Faulkner

Cormac McCarthy vive en El Paso, Texas, frente a Ciudad Juárez, en la frontera, con la violencia. Es el hijo mayor de un destacado abogado que lo desheredó por no seguir sus pasos, siendo adolescente lo que menos le interesó fue leer, odió la escuela desde que puso un pie en ella, descubrió la literatura en Alaska a los veintitrés años, con ella aprendió a combatir el tedio de las fuerzas armadas; nunca tuvo un trabajo estable ni le gusta escribir sobre lugares que no haya visitado, tampoco escribe sobre mujeres porque dice que son muy duras y él no pretende entenderlas, detesta la vida literaria, no ha trabajado en periodismo, no da conferencias, no hace crítica, a sus 78 años a lo sumo ha brindado tres entrevistas y es uno de los mejores escritores norteamericanos de la actualidad.

Cormac McCarthy vive en El Paso, Texas, frente a Ciudad Juárez, en la frontera, con la violencia. Es el hijo mayor de un destacado abogado que lo desheredó por no seguir sus pasos, siendo adolescente lo que menos le interesó fue leer, odió la escuela desde que puso un pie en ella, descubrió la literatura en Alaska a los veintitrés años, con ella aprendió a combatir el tedio de las fuerzas armadas; nunca tuvo un trabajo estable ni le gusta escribir sobre lugares que no haya visitado, tampoco escribe sobre mujeres porque dice que son muy duras y él no pretende entenderlas, detesta la vida literaria, no ha trabajado en periodismo, no da conferencias, no hace crítica, a sus 78 años a lo sumo ha brindado tres entrevistas y es uno de los mejores escritores norteamericanos de la actualidad.
All the pretty horses, No country for old men y The Road, tres de sus novelas más reconocidas, se convirtieron recientemente en éxitos cinematográficos.  Ésta última sedujo a Oprah Winfrey, la famosa presentadora de televisión buscó una entrevista con el novelista, hasta ese momento McCarthy sólo había dado una en toda su vida, fue al New York Times en 1992. Después de pensarlo por una hora aceptó y la entrevista con Winfrey en el 2008, fue una bomba de publicidad en los Estados Unidos. Cormac McCarthy dejó de ser el escritor para escritores que siempre había sido.
No son pocos los viajes que ha realizado por caminos solitarios y paisajes salvajes en Texas, Nuevo México, Arizona y también al otro lado del Río Grande, en Chihuahua, Sonora y Coahuila. Disfruta de la soledad y de la cuidadosa observación de los animales peligrosos. Sin duda todo ello está en sus libros, caracterizados, entre otras cosas, por una particular estética de la violencia. En Blood Meridian, su novela sobre el oeste norteamericano, cuenta la historia de una pandilla de pistoleros del suroeste estadounidense en 1850, sangre y polvo, realismo y fluidez, indios, vaqueros y españoles: “No existe un lugar en el mundo donde uno vaya y la gente no sepa algo sobre vaqueros, indios y el mito del oeste. Yo quería hacer un american western violento y sin héroes,” le dijo al New York Times.
McCarthy hace años que dejó de beber y como despedida o saludo al mundo de las tabernas y el alcohol, ese otro mundo dentro de este mundo, Cormac escribió Sutree, una novela sobre locos, borrachos, suicidas, vagos y jugadores de billar en los salones de Tennessee. “Muchos de mis amigos de esa época están muertos,” dijo. La obra fue premiada y celebrada por la crítica, algunos la consideran su mejor trabajo.  Él piensa que la mejor novela que se ha escrito es Moby Dick de Herman Melville.
“Los libros están hechos de libros, la vida de una novela depende de las novelas que se han escrito y la anteceden. Siempre supe que podía escribir, nunca dudé de mis habilidades, lo que no sabía era como ganarme la vida con eso. Muchos escritores son considerados buenos y para mí son extraños. Proust y Henry James no hacen diferencia, no los entiendo, lo que hacen no es literatura. Los que se pueden llamar buenos escritores son Melville, Dostoyevsky y Faulkner”. Y sí, es mucho lo que Cormac McCarthy le debe al autor de Luz de agosto.
WILLIAM FAULKNER

Además de sus más de veinte extraordinarias novelas, de sus relatos, de su estilo y del Condado de Yoknapatwpha, William Faulkner le ha dejado al mundo en herencia, una cantidad enorme de magníficos escritores dispersos por los Estados Unidos, Europa y América Latina. Su experimentación con la forma y con la técnica literaria, su exposición precisa de todo un catálogo de bajezas humanas, su ritmo endemoniado, el complejo mundo literario que construyó y su amor por un sentido de la vida concreto y práctico, impactaron de modo impar a muchos escritores, entre los que podemos incluir sin duda, a Cormac McCarthy.
Sobre su propio trabajo literario, Faulkner dice: “En cuanto a un libro específico, trato antes que nada de contar una historia de la manera más eficaz, más conmovedora y más exhaustiva. Pero creo que inclusive lo anterior es accesorio a lo que deseo realizar, es decir si se mira el transcurrir de mi obra como un todo. Repito la misma historia una y otra vez, y ella trata del mundo y de mí…Yo estoy tratando de decirlo todo en una sola frase, entre una mayúscula y un punto. Sigo tratando de reunirlo todo, si es posible, sobre una cabeza de alfiler. No se cómo se hace. Lo único que se hacer es seguir tratándolo de formas nuevas. Me inclino a creer que mi material, el sur, no tiene mucha importancia para lo que hago. Simplemente ocurre que lo conozco, y en la vida no hay tiempo para aprender otro lugar y escribir al mismo tiempo. Aunque es probable que el que conozco sea tan bueno como cualquier otro; la vida es un fenómeno, pero no una novedad.”
La estética de la violencia, la puntuación, el odio por el snobismo y por la vida literaria, los temas, la eficacia narrativa, la maestría en el uso de los diálogos, el sur, el realismo sucio, la fluidez, el juego de perspectivas y la construcción de personajes, sin contar el alcohol, son sólo algunos de los bienes literarios que McCarthy le debe a Faulkner, y él lo reconoce con honestidad, sin problemas, con orgullo, como casi todos sus herederos. “Una cosa es querer ser escritor y otra muy distinta es sentarse a escribir.” Frase famosa de Faulkner que McCarthy sin duda suscribiría. Ambos escritores compartieron editor: Albert Erskine, quien reconoció en el joven McCarthy un talento similar al del maestro Faulkner, de quien fuera su último editor.
Y así, con esas influencias, con esa forma de ver las cosas, con esos recursos literarios, con una sensibilidad enorme, Cormac McCarthy escribió The Road, la última de sus diez novelas, la que le dedicó a su hijo John Francis, que para entonces tenía ocho años.
THE ROAD

Una madrugada, después de dejar dormido a su hijo, Cormac McCarthy salió de su casa y pensó en el mundo que le tocaría vivir al niño ya sin él. El resultado no era difícil de prever: el apocalipsis.
“Al despertar en el bosque en medio del frío y la oscuridad nocturnos había alargado la mano para tocar al niño que dormía a su lado. Noches más tenebrosas que las tinieblas y cada uno de los días más gris que el día anterior.” Así comienza The road, una novela que cuenta la historia de una carretera, de un niño y de su padre, en un mundo que no se termina de destruir.
Con un estilo eficaz, fluido y directo, con un manejo magistral de los diálogos y del realismo, McCarthy construye, con The road, todo un escenario pos-apocalíptico. No sabemos que pasó, pero alrededor todo es destrucción, muertos, lenguas de fuego, aguas contaminadas, pueblos abandonados, ruinas de casas calcinadas, ladrones, asesinos, locos errantes y un padre y un niño que se aman, que no tienen a nadie más en la vida y que viajan por una carretera sombría, llena de peligros, hacia la costa oeste de los Estados Unidos, en busca del mar y de un mejor lugar para respirar.
“Largos días. En campo abierto con la ceniza peinando la carretera. El chico se sentaba por las noches junto al fuego con páginas del mapa sobre las rodillas. Se sabía de memoria los nombres de poblaciones y ríos y diariamente medía el trecho recorrido… Que buena idea has tenido, papá. Él durmió mientras el chico montaba guardia y al anochecer cogieron los zapatos y se los pusieron y bajaron hasta la casa para recoger el resto de las manzanas. Llenaron tres tarros de aquella agua y enroscaron los tapones de dos piezas que había encontrado en una caja en un estante del ropero. Luego lo envolvió todo en una de las mantas y lo metió en la mochila y ató las otras mantas encima y se echó la mochila en la espalda. Permanecieron en la entrada viendo cómo la luz iba descendiendo sobre el orbe occidental. Luego bajaron por el camino de grava y partieron de nuevo hacia la carretera.”
Padre e hijo están solos y el novelista construye entre ellos una relación entrañable, profunda, conmovedora. Lo instintivo, la supervivencia llevada al límite, el amor, el miedo, la maldad, la infaltable violencia, la muerte que acecha, todo esto acompaña el viaje por tierra de estos dos náufragos de  un mundo que parece tener los días contados.
“Esta novela es una declaración de amor a mi hijo,” dice Cormac McCarthy, quien tiene 78 años, ha escrito muy buenas novelas y es uno más de los hijos de William Faulkner.

  • Javier Córdoba 
  • Los Libros
Violence
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