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Lo que para muchas comunidades y ambientalistas era una realidad palpable, pero carecían de evidencias científicas para sustentarlo, un estudio de la Universidad Nacional (UNA) logró comprobar la presencia de residuos de plaguicidas utilizados en el cultivo de la piña en ríos y quebradas.
La investigación fue realizada en la cuenca del río Jiménez, en la provincia de Limón, por el Instituto Regional de Estudios en Sustancias Tóxicas (IRET) de esa universidad, y presentada por la bióloga Silvia Echeverría Sáenz en el Centro de Investigaciones en Ciencias del Mar y Limnología (CIMAR) de la Universidad de Costa Rica (UCR).
En el trabajo, se examinó la contaminación química ocasionada por aguas de escorrentía, las cuales van desde las plantaciones a los ríos y quebradas.
Para realizar el estudio, se escogió el Caribe, pues esta región presenta una alta precipitación y el IRET posee experiencia en esta parte del país, en donde años atrás también detectó contaminación por plaguicidas en ríos, quebradas, aguas subterráneas y tejidos de peces, producto de las plantaciones de banano.
Echeverría indicó que se efectuaron análisis biológicos y físico-químicos en varios puntos de la parte baja de la cuenca del río Jiménez, entre los cantones de Pococí y Guácimo. También, en 3 sitios de la parte alta de la cuenca, en donde no había ninguna plantación de piña ni otros cultivos.
Entre otros indicadores, se evaluó la vegetación ribereña, el hábitat fluvial, los nutrientes y la temperatura del agua. Asimismo, se analizaron los residuos de plaguicidas en agua y en sedimentos.
En los últimos años, en Costa Rica ha habido una fuerte expansión del cultivo de piña. En la actualidad, es el segundo producto agrícola de exportación.
RESULTADOS
El estudio, efectuado con el apoyo del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de Barcelona, España, revela la presencia de residuos de agroquímicos en todas las muestras de agua analizadas de los sitios con influencia agrícola y, en una ocasión, los plaguicidas se encontraron en concentraciones capaces de provocar mortalidad a organismos de laboratorio.
En cuanto a la contaminación orgánica, la cual es medida por la presencia y diversidad de macroinvertebrados (organismos que suelen utilizarse como indicadores de las condiciones ecológicas del agua), los resultados muestran que la calidad del agua es menor en los sitios adyacentes a los cultivos de piña.
Aún más preocupante, señaló, es que aparecieron hasta 7 plaguicidas diferentes en una sola muestra de agua, combinación que podría provocar un efecto tóxico mucho mayor del que producirían de forma independiente.
Entre los plaguicidas identificados hay insecticidas, herbicidas y fungicidas, tales como carbaril, diazinón, etoprofós, bromacil, ametrina, hexazinona, diurón, triadimefón y clorotalonil. Algunas de estas sustancias son altamente tóxicas para los peces y los crustáceos.
En contraste con lo observado en los lugares aledaños a los sembradíos de piña, los sitios en donde no había ningún cultivo no indicaron presencia de plaguicidas, detalló Echeverría.
En relación con los efectos de estas sustancias en los peces de laboratorio estudiados, la investigación reveló que después de exponerlos por 48 horas en los sitios de muestreo, se presentó leve inhibición de colinesterasas en 1 de los 4 muestreos realizados.
La acetilcolinesterasa es una enzima que actúa en el sistema nervioso de estos y muchos otros organismos. Los plaguicidas organofosforados y los carbamatos son inhibidores de dicha enzima, por lo que si los peces se encuentran expuestos a concentraciones elevadas de residuos de este tipo de plaguicidas por largos períodos, pueden producirse inhibiciones muy fuertes de la enzima, que finalmente provocan insuficiencia respiratoria o incluso la muerte del organismo, añadió Echeverría.
Según la investigadora, “los efectos subletales en los peces se midieron con el fin de detectarlos de manera temprana y promover soluciones antes de que los organismos estén en muy mala condición o mueran”.
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