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La dignificación de lo cotidiano

Las relaciones de cotidianidad se han vuelto más complejas, pues vivimos diariamente relaciones interfronterizas. Rozamos a  los otros desde un  nosotros que nos lleva a tratarlos a través de un prejuicioso juego de imágenes y disminuciones ópticas, que invaden su anonimato con nuestra voluntad de controlar su incertidumbre.

Las relaciones de cotidianidad se han vuelto más complejas, pues vivimos diariamente relaciones interfronterizas. Rozamos a  los otros desde un  nosotros que nos lleva a tratarlos a través de un prejuicioso juego de imágenes y disminuciones ópticas, que invaden su anonimato con nuestra voluntad de controlar su incertidumbre.
Aquel cuya presencia no podemos evadir, resiste a nuestro disimulo; pero no así a las condiciones que le imponemos como requisito para saltar más allá de un encuentro impersonal. Antes de que el otro sea  reconocido como próximo, el espíritu humano, colonizado por diversas centralizaciones de pensar, ser y existir propias del capitalismo, exige su dominio a través del sometimiento a las «buenas costumbres» y «conductas elegantes». La categoría de sujeto se le asigna hasta entonces como prerrogativa de aquel que reconoce el derecho del otro a ser a su lado algo más que  una cosa o un esclavo.
Mas no hay derechos que nos constituyan en sujetos, pues no se es sujeto al recibir una acción, sino al producirla. Sólo se es propiamente sujeto cuando en condición de actor se configura la realidad en mundo por su sometimiento a la voluntad humana. El mundo es nuestra creación más elaborada. No siendo más que aquello que posee sentido para el ser humano, dentro de él, la vivencia se refiere a experiencias que constituyen cotidianidad.
La cotidianidad humana es la vivencia de múltiples experiencias disociadas. Delimitada por ellas, la interacción entre anónimos debe responder a encuentros no de sujeción, sino de confirmación, para poder ser entendido como relación dignificante, o ser repudiada como relación que denigra.
La dignidad humana no se sustenta en su reconocimiento como sujeto de derecho. No son los derechos humanos los que nos confirman como personas. Confirmar la humanidad del otro por simple evocación de sus derechos es tan sólo incluirlo, jamás incorporarlo realmente como un sujeto capaz de construir su propia realidad y configurar dentro de ella los significados que la consoliden. El ser humano se afirma a sí mismo como sujeto en la acción de resistencia a la exclusión, la invilización y el silenciamiento. Nadie reconoce al actor, sino que éste se impone por sí mismo.
Si el tema de la constitución de lo otro el ser humano se ve reducido a la condescendiente asignación de derechos humanos, el tema está ya agotado, y la preocupación por los derechos humanos debe ser abordada ya de un modo alternativo.
Pobre conciencia envilecida, que en la desventura de sólo existir vivenciando tan sólo los significados constituidos, olvida que “Los derechos no se piden, se exigen, no se dan, se arrebatan”. Sólo en el espíritu del  rebelde lo dignificador es alternativo.
La acción constitutiva de lo otro el ser humano trasciende su resistencia, concentrándose en el alcance de redefinición de las relaciones que provoca en esa misma resistencia. El ser humano se constituye,  asimismo, en ruptura y en resignificación de su realidad. El mundo tiende entonces a fragmentarse para ser colonizado por aquellos que lo habitan no como resultado de imágenes o imposturas, sino como resultado de interacciones satisfactorias y dignificadas.
En el roce casual entre sujetos, la convivencia festiva que le es propia de los espíritus libremente despreocupados, propicia una fractura en la rutinaria cotidianidad centralizada a la que estamos sometidos en el capitalismo. Rozamos furtivos mundos diversos aún sin saberlo, pues en cada otro al que nos enfrentamos hay una identidad corporizada, no por una simple ocurrencia que tal vez nos parezca extravagante, sino por orgullosa y despreocupada evidencia de que se es alguien solo cuando se ha sido  incorporado a un mundo diferenciado.
En el  roce despreocupado, la complejidad de nuestra cotidianidad nos lleva  a un transitar fronterizo que nos aproxima a seres humanos dignificados que engendran la satisfacción del reconocimiento mutuo. Es un tipo alternativo de nosotros que libera de imposturas la humana convivencia despreciando disimulos, al confirmar la trivialidad de aquello que nos sorprende en quienes, siendo para nosotros parte de lo que somos, se incorporan a nuestro mundo para enriquecerlo como una continua danza de festivas improvisaciones, bellas ocurrencias, e inesperadas manifestaciones de amor y esperanza.
 

  • Hermann Güendel (Subdirector Escuela de Filosofía UNA)
  • Opinión
Capitalism
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