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Por más abstractos que nos pongamos, hablar de un tópico exige localización. Tópico viene de topos, que significa lugar, y alude al que se va una y otra vez, al que siempre se vuelve en materia de opinión y prejuicio, por ejemplo. Y decía que las cosas abstractas no son excepción en cuanto a ser ubicadas de algún modo; piénsese así en Platón, que para situar las ideas no pudo menos que aludir a un lugar en el cielo, a saber: el topos uranios.
Por otra parte, tenemos también la postulación del no lugar, la atopía, para lo que no está en ninguna parte. Platón nos habla de esto refiriéndose precisamente a Sócrates, cuyo rasgo esencial en los diálogos, desde este punto de vista, radica en estar siempre donde no se lo espera. Y así, lo que suele sufrir un interlocutor de Sócrates en un diálogo de Platón, su atopía, no se parece en nada a los tópicos que desde hace ya muchos siglos andan esparciendo el cristianismo, la filosofía y el humanismo.
Hasta aquí hemos indicado básicamente dos cosas: la exigencia de lugar en el tópico (aunque sea un lugar celeste, como esta universidad) y la condición contraria cuando se aventura la atopía. En términos, pues, de lectura, no es posible dar con Sócrates en la extensa obra de Platón; los diálogos a que asistimos no son para eso, por haber en ellos una reserva fundamental de obscuridad, la llamada ironía.
Ahora bien, cierto sabio lucem-aspiciente dio a conocer un tópico que tiene la capacidad de quebrantar principios de argumentación crítica. Sin embargo, para que cualquier ejercicio de la razón y sus principios resulte ser verdaderamente crítico se requiere que ningún tópico pueda quebrantarlo, esto porque los tópicos comportan la consolidación de lugares comunes, del opinadero al que nos aferramos para no dejar de decir las mismas cosas sobre los mismos asuntos, y la crítica, por el contrario, es la separación que nos arranca de los pareceres a que estamos habituados. En otras palabras: una argumentación crítica debe acabar con los tópicos; pero si más bien busca componerse de ellos y ser una criada de la tradición, corre el riesgo de no valer siquiera como pensamiento.
Añade nuestro sabio de universidad que el tópico al que alude, ese tópico que violenta principios de argumentación “crítica”, es ciertamente inexistente. El tópico, entonces, no existe, pero aún así tiene la maravillosa potencia de hacer daño, de arruinar precisamente principios. ¿Cuántos principios? Al parecer muchos. El término exacto, si se puede decir de ese modo, es numerosos.
Reconozco que me sorprendió saber que semejante tópico, dada su inexistencia, tuviera nombre. Quisiera, en cambio, no sorprender al lector advirtiéndole que no espere algo grande al respecto, tal vez en latín, anticipando elegantemente un locus, como cuando nos referimos al locus amoenus de Teócrito a Garcilaso. Más bien un poco a lo chusma, el tópico en cuestión simplemente se llama como no me lo piden, lo hago. Este es el tópico precioso, promulgado por quien a la vez dice que no existe, con la capacidad enorme de barrer numerosos principios de argumentación crítica.
Supongamos ahora, para ilustrar un poco la dinámica, que alguna disposición descabellada estableciera que la inactividad de un jefe no sirve para justificar la del empleado y que éste, actuando por su cuenta, se decide a dar un paso. Entonces la réplica para frenar su iniciativa sería muy fácil: el jefe sólo debe invocar el inexistente tópico como no me lo piden, lo hago, y agregar que con él se arremete contra numerosos principios, probablemente sagrados, de la argumentación crítica.
Como puede verse, quien patente este tópico, cobre por su uso y fortalezca todavía más la burocracia ha de enriquecerse muy pronto a costa de las instituciones públicas. Pero tal vez un sabio tan abnegado como el que aquí referimos, el inaudito gestor del tópico y la dinámica señalados, no se atreva a tanto por miedo a la calificación de sofista.
Con todo, quizá no debamos únicamente limitarnos a hacer las observaciones anteriores y alguna vez sea necesario meternos de cabeza, también nosotros, en eso de tratar lo que no existe como si existiera, nombrarlo y atribuirle los mismos efectos que a la piedra lanzada contra una ventana. Es cierto que un tópico inexistente no tiene lugar y que de él no se puede hablar; pero también sucede que en esta universidad, siendo ella misma un lugar celeste, el absurdo gana cada vez más terreno en boca de uno de sus sabios.
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