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El Estado me abandonó

El Estado me abandonó; lo hizo desde que nací mujer y no me proporcionó igualdad de condiciones con los hombres. El Estado decidió que mi educación primaria debía incluir la materia de religión dirigida hacia el catolicismo y la lectura de “Paco y Lola” como base. Fue mi “gran” protector, el Estado, quien en lugar de legislar para todos, le dio vía libre a grupos discriminatorios e intolerantes para que lucharan contra mi ideal de un mundo donde todos tenemos los mismos derechos, sin importar quién nos atraiga sexualmente. El Estado se ausentó cuando debió protegerme –como a tantos miles de ticos-, para que no sufriera la inseguridad en la “Suiza centroamericana”. Él me desamparó cuando debió garantizarme calles en condiciones adecuadas para transitar y una red de comunicación como la que tienen hace tantos años otros países latinoamericanos.

El Estado me abandonó; lo hizo desde que nací mujer y no me proporcionó igualdad de condiciones con los hombres. El Estado decidió que mi educación primaria debía incluir la materia de religión dirigida hacia el catolicismo y la lectura de “Paco y Lola” como base. Fue mi “gran” protector, el Estado, quien en lugar de legislar para todos, le dio vía libre a grupos discriminatorios e intolerantes para que lucharan contra mi ideal de un mundo donde todos tenemos los mismos derechos, sin importar quién nos atraiga sexualmente. El Estado se ausentó cuando debió protegerme –como a tantos miles de ticos-, para que no sufriera la inseguridad en la “Suiza centroamericana”. Él me desamparó cuando debió garantizarme calles en condiciones adecuadas para transitar y una red de comunicación como la que tienen hace tantos años otros países latinoamericanos.
Además, me descuidó cada vez que tapó los rostros de violadores en serie, asesinos y demás delincuentes, porque importaba más proteger la identidad de ellos que mi derecho a reconocer a una persona que me hubiese hecho daño. El Estado me falló cuando hizo juicios de costos elevadísimos que terminaron en condenas ridículas.
Me dejó de lado cuando debió resguardar los dineros públicos, para que fueran bien utilizados y la CCSS no llegara a estar en la crisis en la que está actualmente. Se ausentó cuando tendría que estar trabajando por eliminar la burocracia.
Ha sido durante muchos años tan sordo a mis pedidos, que creí haber perdido mi voz. Hoy el Estado no sólo me abandonó, sino que me trata como ciudadana de segunda clase al no sentar bases para garantizar mi libertad, ni defender el artículo de la Constitución Política que dice “ninguna persona o reunión de personas puede asumir la representación del pueblo”, facultad que algunos grupos religiosos desean asumir. El Estado no ha podido separar la ideología católica de la política nacional en temas de reproducción asistida, educación sexual y derechos de las parejas homosexuales. Para el Estado costarricense y para su primer representante ante el pueblo: la Presidenta Chinchilla, yo no soy importante. Me pregunto: ¿dónde está el resultado humano de tanto dinero “invertido” (por no decir “gastado”) por el país en capacitaciones, reuniones y encuentros alrededor del mundo, con personas más que brillantes? ¿Es acaso que todo ese dinero, viajes, cursos y entrenamientos, no fue suficiente para que UNA sola persona del Poder Ejecutivo tuviera el conocimiento, experiencia y roce internacional, para redactar un proyecto de ley que regulara la Fertilización in- vitro en Costa Rica que fuera viable en el Legislativo?
Sería interesante saber por qué la cabeza del Ejecutivo no pone de una vez la “casa en orden” y le tiembla tanto el pulso cuando la Iglesia Católica se le cruza en el camino. ¿Por qué la señora Laura Chinchilla no convoca a algunos de los grandes médicos e investigadores con los que cuenta el país para que, por medio de una campaña, eduquen a la población y redacten en conjunto una ley de FIV? También sería fascinante para mí conocer quién les dio a los diputados el derecho a cruzarse de brazos ante un proyecto de ley tan importante como el de reproducción asistida y simplemente “dejarlo archivar” en lugar de trabajar para mejorarlo y hacerlo viable.
Así es, hoy el Estado y sobre todo la presidenta Chinchilla, me dan la espalda. Él, no le pone un alto a los grupos religiosos que insisten en representarme y –con el dolor de mi alma- ya sé que a él no le puedo pedir nada. Ella me hace sentir que su temor ante la Iglesia Católica (y su insistencia en imponer doctrinas sobre la población costarricense) es mayor que su anhelo por defender los derechos de los individuos. A la Señora Presidenta parece que se le olvidó que el voto de confianza que le dieron tantísimas ciudadanas, fue porque esperaban que ella fuera una abanderada de los derechos de la mujer, y uno de esos derechos es, sin duda, poder ser madre.

  • Fiorella Alvarenga Barragán (Escritora y estudiante de periodismo)
  • Opinión
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