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El mundo se precipita a su resignificación. Transitamos del colapso del sistema mundo neoliberal a un nuevo momento de humanismo donde la conceptualización sobre el sujeto se traslada del derecho a la condición ontológica de significador de realidades.
El ser humano reconfigura ahora su mundo, democratizándolo por medio de la diversificación. Las viejas centralizaciones que lo redujeron a una expresión homogénea no se sostienen sin arduas justificaciones y represiones. Creadas por el sistema mundo capitalista a través de la colonización del ser, pensar y hacer, las reducciones ónticas, estéticas y éticas que sostienen el dominio, no como simple relación de poder, sino como categoría de gobernabilidad de lo diverso, ya no significan nada, ya no tienen ningún sentido. La realidad histórica aparece diversificada en multiplicidad de lugares y momentos que se colonizan con valoraciones e interpretaciones propias de quienes lo habitan.Las relaciones sociales se fragmentan como nueva forma de unidad. El ser humano dignificado pasa entre distintos mundos de un modo transcognitivo, como si fuera un tránsfuga de fronteras, su cotidianidad actual se ha tornado compleja por ser roce interfronterizo. A través de un nuevo tipo de compresibilidad, expansiva y aleatoria, el reconocimiento de la complejidad, nos ha abierto al libre tránsito cotidiano entre significados, actores, y mundos diversos.
Las diversas formas de vinculación cotidiana se arbitran por complejos entrecruzamientos de significados y relaciones físicas. Son estas vecindades con los diversos otros las que por encima de relaciones de poder jurídicas y simbólicas constituidas hacen de nuestra cotidianidad un escenario de aproximación a nuevas formas de relación íntimas y filiales cuyos alcances enriquecen nuestra existencia, aunque no nos permitan asegurar, en este momento, si la faz de esta nueva época postcapitalista será al menos próxima a la que imaginamos. En el mundo centralizado capitalista las relaciones de intimación resultaban ser reductivas del ser humano a un ser vaciado de novedades.
La cotidianidad se concebía como rutinaria existencia familiarizada, se trataba de una segura región de certidumbres que tanta paz trae a la conciencia desventurada. Fuera de ella, las relaciones casuales nos colocaban frente a otro que, en su anonimato, podía despertar alguna pasión, pero que ausente de sentido para nosotros, no era más que una simple imagen estética, un ser vaciado de identidad. A través de la inobviable imposición de su presencia, esa imagen cobraba para nosotros resistencia, nuestra indolente conciencia se refugiaba entonces de las complicaciones recurriendo a la evocación de derechos. El otro era ahora un cierto tipo de sujeto iluminado salvíficamente del anonimato, un ser desgarrado por derechos. Sujeto incompleto, pues lo era no en ruptura, sino en complaciente condescendencia. Este sujeto desgarrado por derechos solo podía regocijarse de sí mismo en su condición reconocida, no era pues sujeto, sino inocencia complacida, silencio comprometido. El escenario de cotidianidad centralizada lo había constituido en un otro tipo de objeto, el constituido por recibir derechos. El indígena podía ahora vender su miseria, el gay abrir su bar, el migrante recibir atención médica gratuita.
Si el ser humano irrumpe en el mundo solo como poseedor de identidad institucionalizada, su integración difícilmente puede superar la fragilidad del modismo, se mantiene tan solo en el rango de una inclusión que desemboca en la ruptura de este ser diversificado por uno rehomogeneizado. Hablar de un ser humano, cuando no hay un único modo de ser humano sino una diversidad, no es sino un juego de lenguaje que estorba a la comprensión sensata de las diferencias como nueva forma de unidad.
Hoy me es posible afirmar que la condición de ser humano se confirma más allá de su institucionalización. El sujeto rompe con esa designación, anhelando la vida desprecia la subsistencia piadosa y la existencia indolente. El ser humano se ha proyectado más allá de los derechos humanos, sus distintas generaciones nos son ya insuficientes, pues elevado por encima del rango de sujetos, el ser humano es actor. Las nuevas realidades que configura este sujeto otro, este actor orgulloso, coexisten en su fragmentación y se rozan cotidianamente. Son realidades corporizadas en seres humanos que reflejan su identidad, que han dejado de esconderse de ella, pues en multiplicidad de lugares y momentos de reconocimiento dignificado se han precipitado modos compresibles de convivencia festiva, despreocupada, y con ello tan humanizada, que seducen a cualquier espíritu, que seguro de sí mismo, puede vivir rozando el mundo del otro a través de su piel, sin provocarse acaso más que una furtiva sonrisa sin necesidad de justificación alguna.
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