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Como un fantasma la noticia recorrió el mundo. El cantautor argentino Facundo Cabral había sido asesinado en Guatemala. Estupor, desaliento, indefensión, incredulidad, tristeza, dolor y llanto fueron los sentimientos que afloraron en quienes alguna vez estuvimos en uno de sus conciertos, escuchamos hablar de él o por casualidad oímos su voz por la radio. Escuché sus canciones cuando ingresé a la UCR, luego me fui enterando de su estatura moral, de su crítica política y de su gran compromiso social.
No dudo de que su trágica muerte haya sido festejada por algunos sectores elitistas y corruptos de la sociedad. La maldad no tiene límites. Sus canciones, su discurso, su pensamiento y su filosofía desenmascararon las formas de actuar y de pensar de altas clases sociales, de gobernantes corruptos, de empresarios desvergonzados, de falsos intelectuales, de jerarquías religiosas hipócritas y de muchos ciudadanos y ciudadanas comunes, corrientes e indiferentes.
Pero Facundo Cabral no solo fue una voz crítica, comprometida y humanista. Fueron sus interpretaciones un canto a la vida, a la naturaleza, a Dios, a la paz, a la justicia, a la felicidad, a la humanidad y al amor. Su sencillez, su nobleza, su humildad y su voz le valieron el respeto y la admiración de millones de personas en el mundo. Le cantó al mundo para que cambiara.
Le cantó a la sociedad para que se humanizara. Les cantó a los políticos, empresarios y patronos para que se moralizaran. Le cantó a usted y a mí para que nos comprometiéramos. Les cantó a los y las jóvenes para que aprendieran y cambiaran, le cantó al dolor porque conoció lo que era vivir el sufrimiento y le cantó a la justicia porque consideraba que era posible alcanzarla. Su muerte no pudo ser de otra forma. Al igual que Jesús, Gandhi y Marthin Luther King, entre otro gran número de mujeres y hombres que han sido asesinados por lo que hacen, Facundo Cabral murió asesinado por quienes no creen en que “otro mundo es posible”. Seguramente nunca sabremos si la emboscada y los disparos iban para él o para el empresario que lo llevaba. ¿Qué importa eso? En las sociedades en la cual vivimos, el sicariato, el dinero, algunos empresarios y la política son uno y la misma cosa. Seguramente el “lavado de manos” será que los disparos no iban dirigidos para él. Pero eso no limpia de culpa a nuestra sociedad. Lo que importa es que se cumplen aquellos principios maquiavélico y capitalista que dice “el fin justifica los medios” y que toda acción conlleva ciertos “daños colaterales”. Estos principios lo que demuestran es el poco respeto a la vida humana y la consolidación de la “ley de la selva”.
La muerte de Facundo Cabral fue su último testimonio, porque con ella nos demostró que su filosofía no estaba equivocada. Su muerte no podía ser de otra manera. Le cantó a la paz, al amor y a la vida, pero desde el vacío existencial que dejan nuestras sociedades deshumanizadas, corruptas y desespiritualizadas. Las sociedades capitalistas y neoliberales en la cual vivimos son “Cajas de Pandora” que al abrirlas sólo males irradian sobre las personas. Facundo se dio cuenta de eso; por lo tanto trató de combatirlas con su voz y con su música. No combatió el dolor de su infancia con el resentimiento ni la violencia. Buscó sembrar amor y conciencia para que cada una y uno de nosotros nos comprometiéramos con el cambio. Su bastón, su maleta y sus anteojos, junto a su cuerpo inerte y lleno de balas, fueron la manifestación más grande de entrega, sencillez y humildad que ser humano alguno nos pueda heredar. Esas tres cosas, junto a su abrigo, fueron las prendas que siempre acompañaron a Cabral en su vida de cantautor. Nos enseñó que no se necesitan muchas cosas para ser grande ni se necesitan grandes cosas para ser feliz. Que la vida es un andar para un lado y para otro y que no somos de aquí ni somos de allá.
Su último testimonio fue que la verdad, la crítica política, el compromiso social y la sensibilidad humana nos realizan y nos hacen feliz, pero no nos protegen contra las balas del odio, la avaricia y el lucro de las actuales sociedades deshumanizadas. Nos enseñó que aunque aún tenemos que seguir luchando, no debemos olvidar que cada mañana empezamos un nuevo día para ser felices.
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