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María Antonieta Kennedy era una gran vulgar, pero eso no era obstáculo para considerarla una gran dama, una gran madre, una excelente amiga y una insólita abuela.
Comencé a salir con ella en el verano del 2005 y todavía hoy día seguimos saliendo. Somos grandes amigos y de vez en cuando no convertimos en amantes. Es divorciada y en su vida ha habido muchos hombres.
Rápido simpatizamos. Nos gustamos mucho. Cuando se quebró el hielo y entramos en confianza me llamó la atención que en todo encontraba símbolos fálicos y se ponía maliciosa. Contaba chistes de doble sentido y al terminar se reía con una risa muy linda y noble. Era una mujer a todo dar y la mayoría de las veces estaba muy contenta y segura. Detrás de toda esa fachada de mujer vulgar había una mujer ingenua, tierna, expresiva, que había que despertar.
Permitía el juego de malicia y la vulgaridad, pero no toleraba un hombre que le pegara o fuera grosero o patán con ella. ¡Se ponía firme, determinante y valiente! ¡Y los mandaba al diablo y al carajo! Es una mujer admirable y apenas fue a la escuela.
Me llama la atención que se refiere a su vagina con muchos nombres: el panocho, el mono, el triángulo de las Bermudas, el zapallito, el caos.
Una noche que teníamos sexo le pregunté en confianza que donde había aprendido a llamar a la vagina así. “Así es como se han referido a mi vagina los hombres que he conocido. Ellos me enseñaron”, me dijo María Antonieta.
Con mucho respeto le pedí que se sentara al borde de la cama y mirara la vagina objetivamente. “Yo no veo un caos, un zapallito, un panocho, un mico. Yo solo veo una vagina, un órgano natural como la nariz o la mano. ¿Estaré equivocado? ¡Mírese abajo mujer y dime que ves?”.
María Antonieta se puso a mirar interesada y me dijo con sorpresa: “¡Sí, tienes razón! Solo es una vagina, un órgano natural. ¡Qué raro!”.
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