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¡Intrigas de Palacio!

En el elevado Reino del Conocimiento ha ocurrido un inesperado acontecimiento. La Reina, que hacía meses  parecía dormitar mientras sus libros de Historia lograba disfrutar a la luz de una Vela, mientras dejaba el Reino a cargo de un heraldo cuyo blasón por casualidad es igual, recibe un aviso que le ocasiona malestar.

En el elevado Reino del Conocimiento ha ocurrido un inesperado acontecimiento. La Reina, que hacía meses  parecía dormitar mientras sus libros de Historia lograba disfrutar a la luz de una Vela, mientras dejaba el Reino a cargo de un heraldo cuyo blasón por casualidad es igual, recibe un aviso que le ocasiona malestar.
Ocurrió que en la Corte uno de sus miembros con pretensiones más elevadas ha cometido el “sacrílego” acto de colocarse en las gradas y desde el borde decir las siguientes palabras:
“En este Reino el que pone la plata para erigir más palacios y castillo es un Imperio de la cual muchos, seguramente yo mismo el Barón Barba Blanca, la Reina, su heraldo y más de uno que por ahora sigue calculando mientras encarga retratos, aunque otra cosa aparentemos somos simples encargados de administrar este Reino, mientras para afuera nos mostramos como autónomos soberanos”
 
Intrigas de palacio que en muchos casos ocurren, se traman y viven mientras al pueblo, con elegante y emotivo mensaje se le mantiene ignorante.
Doscientos millones valen más que la mentada lúcida conciencia, allí se retrata la desnudez de la Reina y la inquina heráldica.
La desgracia del Reino es  que su Corte y también algunos espacios del pueblo, están ocupados por personajes que de intriga, lisonja y malabares son portento.
No interesa, a quien escribe este cuento, apoyar ni a la Reina, ni a su velado heraldo, ni al caído Barón Barba Blanca, ni al calculador Señor Olrod, que a distancia se ha quedado del episodio ocurrido.
Y es que quien escribe, así como muchos de quienes esto lean, aunque viven y sobreviven en el septuagenario lugar, no suman ni restan para el baile que pronto se ha de celebrar y que aunque la Corte presenta como evento soberano, ya tiene desde afuera escogido el son que ha de sonar. La regia regla es: en este Reino por ahora se es libre de pensar, pero aquello que sea verdad está prohibido decirlo, so pena de ser acusado de falta de lealtad.
La inquina camina por el Reino Universal, en sus gremios y condados, en sus predios y jardines, porque aunque quiera disfrazarlo no es otra cosa que reflejo de lo que circunda más allá del monumento, del mármol y del iluminado Lema.
Cualquier parecido con la realidad es obra de… la misma realidad.

  • Juan Elías Acuña Alvarado (Funcionario administrativo y estudiante UCR)
  • Opinión
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