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El territorio centroamericano se ha construido en un ambiente geológico óptimo para formar yacimientos minerales.
Situado en un margen convergente de placas durante gran parte de su historia geológica, en donde grandes volúmenes de magma han estado involucrados, ha sido cuna para múltiples depósitos metálicos. De allí la disponibilidad de los metales para su prospección y utilización. Echemos un vistazo a su situación minera entre los siglos XVI y XIX.
Si bien es cierto que los estudios y mapas geológicos no fueron usados para la exploración minera hasta el tardío siglo XIX, también es cierto que la minería metálica ya gozaba de una tradición de centurias en la región.
Se había iniciado en la época precolombina, cuando la minería de oro, plata y cobre proveyó materia prima para la producción de objetos ceremoniales y joyas, especialmente en Honduras, el sur de América Central y en menor escala en el área maya posclásica.
Vendría luego Colón, marcado por su obsesión por las riquezas de Cipango. En su búsqueda durante su cuarto viaje en 1502 por las costas de América Central, fue testigo de las existencias de oro en Veraguas (costa caribe de Costa Rica-Panamá), que su hermano Bartolomé investigó con más detalle en el istmo de Panamá.
Fue no más el inicio de la búsqueda de minerales como un catalítico para la exploración del territorio, en tanto que los metales eran importantes para el imperio español, con el fin de usarlos en la industria armamentista y en la acuñación de moneda.
MINERÍA DE ORO
Los reportes más tempranos de la minería hispánica en América Central datan de principios del siglo XVI, con la explotación de depósitos de oro aluvial en Panamá y Honduras, seguidos del descubrimiento y explotación de rocas con oro y plata, especialmente en Honduras.
En la segunda mitad del siglo XVI ya había minería de oro y plata en muchos sectores de Honduras y Guatemala. Tanto así que en el primer país la minería llegó a ser la principal actividad económica en ese siglo y conllevó a la fundación de la Alcaldía Mayor de Minas de la Provincia de Honduras en 1601.
De hecho, la producción de plata en Honduras alcanzó el 5% de toda la producción de la América española en el periodo colonial, lo cual incidió en una abundante acuñación de este metal.
Por su parte, en Panamá varias minas fueron explotadas a pequeña escala, mientras la mina Espíritu Santo de Cana en el Darién fue un rico productor de oro hasta 1727.
Durante los tiempos de la Conquista y la temprana Colonia, la minería fue ejecutada principalmente por esclavos indígenas y más tarde por africanos, con el uso de tecnologías ibéricas primitivas y algunas adoptadas de los amerindios.
No solo oro y plata fueron los blancos de explotación durante la Colonia, sino que además se explotó cobre, plomo y de manera notoria hierro en Honduras, en el famoso yacimiento de Agalteca, desde 1568 y hasta pasada la mitad del siglo XIX. Igualmente, en Guatemala y El Salvador, en la zona fronteriza común de Metapán en el siglo XVIII.
Con la llegada de la vida independiente, los países aprobaron sus diferentes leyes y decretos mineros. Por otra parte, la visita de naturalistas y geólogos foráneos desde la década de 1840 impuso otro ritmo a las investigaciones geológicas y mineras.
Finalmente, la fiebre del oro en California en la década de 1870 y la consecuente construcción de caminos y ferrocarriles constituyeron el impulso final para la minería en la región, que vio además cómo muchos de los recursos mineros cambiaron de manos criollas a las de británicos y estadounidenses.
Valgan los ejemplos de Guatemala y El Salvador, donde importantes minas empezaron a explotarse en la década de 1860 o la rica Honduras, que a pesar del declive minero en el siglo XVIII tardío, para la década de 1880 tuvo una resurgencia, cuando recibió cerca del 55% de sus exportaciones de plata.
En Nicaragua, la minería de importancia se inició en la década de 1850 y luego de la fiebre del oro de 1880 se transformó en la principal actividad económica.
En Costa Rica, importantes descubrimientos auríferos se dieron en 1815 en los Montes del Aguacate y empezaron a crearse algunas fortunas que impulsaron la economía. Luego, en la década de 1880 se descubrieron yacimientos relevantes en Abangares, lo que condujo a otra etapa de fiebre minera.
Sobre Panamá hay datos ambiguos durante el siglo XIX y lo más relevante fue que la otrora rica mina de Espíritu Santo de Cana intentó revivir, finalmente lo hizo en el año 1900.
CONTRIBUCIÓN MINERA
No obstante, los datos sobre la producción minera (cantidad y dinero) colonial en América Central son bastante imprecisos por una serie de motivos. Primero, porque muchos explotadores exageraron o disminuyeron la importancia de sus propiedades, dependiendo de la conveniencia política. Segundo, por el contrabando de metales hacia otros puertos no oficiales y, tercero, porque una parte importante del metal exportado a la península ibérica yace en el fondo marino, llevado allí por naufragios tormentosos o por el daño durante refriegas contra los piratas.
Todo apunta a que la minería contribuyó poco al bienestar económico general de América Central entre los siglos XVI y XVIII, aunque en el siglo XIX le dio un empuje a las economías de Costa Rica, Honduras y Nicaragua.
Más bien, la riqueza minera contribuyó a la de la Corona española durante la Colonia y luego a la de la oligarquía local y compañías foráneas en el periodo posindependiente, con algunas excepciones. No poca razón tenía Mario Benedetti al escribir su haiku: Fiebre de oro / y en las calles y campos / barro y mendigos.
Por supuesto que durante estos siglos aún no existían los conceptos de desarrollo sostenible, responsabilidad ambiental, rehabilitación de sitios mineros y pautas de responsabilidad social para las compañías mineras, que procuraran minimizar y mitigar los efectos ambientales.
No disponemos de estudios en relación con el impacto ambiental en esta época, aunque en vista de que no hubo grandes desarrollos mineros, no parecen haber grandes efectos ambientales residuales en la región. Deberíamos aprender del pasado para aplicarlo en el futuro, eso sí. En octubre pasado, la prestigiosa revista Nature Geoscience publicó un editorial sobre el futuro minero de la humanidad, en particular sobre los yacimientos de aquellos metales estratégicos para industrias tecnológicas, que requieren más y mejor investigación en el mundo.
“Las regulaciones sobre los impactos ecológicos aceptables, así como los económicos de las minas en sus países huéspedes, necesitan desarrollarse –y vigilarse– por la sociedad como un todo”, dice el editorial.
En sociedades que han mantenido la minería por siglos y cuyos territorios bien pudieran alojar yacimientos importantes, como es el caso de América Central, parece pertinente y tendría sentido una investigación minera lógica y científicamente programada, con políticas coherentes en lugar de negativas a ultranza.
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