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Las instituciones europeas crujen en medio de una crisis que parece no tener fin, bajo el peso de una deuda impagable y de grandes déficits fiscales.
Las instituciones europeas imponen recortes y sacrificios que han hundido aun más las economías de los países deprimidos, sin que se vea la luz al final del túnel.
El filósofo francés Ives-Charles Zarka, profesor de filosofía política en la Universidad Paris-Descartes, de la Sorbonne, vino la semana pasada invitado por la Universidad de Costa Rica, para dar dos conferencias, sobre “La imposible apropiación de la tierra”, en el marco de sus estudios sobre democracia y problemas ambientales, y otra sobre “El Monstruo Político”.
Zarka advirtió sobre las graves consecuencias de las políticas adoptadas en Europa para hacer frente a la crisis, en una conversación con UNIVERSIDAD.
Europa hace crisis y sus instituciones, tanto las políticas como las económicas, están hoy amenazadas. En su opinión, ¿cuáles son las causas de esa crisis?
-Es una gran crisis, cuyos orígenes hay que rastrear a fines de los años 70, con el neoliberalismo de Margaret Thatcher y del entonces presidente norteamericano, Ronald Reagan.
Pero hay otros acontecimientos que debemos destacar: en primer lugar, el abandono del patrón oro por los Estados Unidos, durante el gobierno de Nixon. También, fue muy importante la decisión de proclamar la independencia de los bancos centrales de los Gobiernos, la imposibilidad de los Estados de controlar un banco central. Esto fue conformando una forma de liberalismo que ya no es político, sino económico y financiero.
Este fenómeno resume una ideología, según la cual el mercado es una instancia de autorregulación y que, de verdad, funciona así. La economía se regula sola y de una manera positiva. Una libertad desregulada fija los precios y hace funcionar una economía donde el fuerte vive y el débil muere.
Al mismo tiempo, se dio una progresiva disolución de la política. Por dos razones: el único objetivo de este modelo es el beneficio. Por lo tanto, veo lo político como un obstáculo, pretende que el Estado intervenga cada vez menos (esa es la ideología que propone la independencia del Banco Central). La política pierde el control, que pasa a una instancia económica y financiera, antipolítica.
Este neoliberalismo no es el viejo liberalismo de Adam Smith, que no proponía la desregulación total, sino que advertía que el Estado debe controlar las finanzas.
Este neoliberalismo se ha ido incrementando con el final de era de la Unión Soviética y creyó que esa era una victoria definitiva.
¿Cuál ha sido la consecuencia de esas políticas para los Estados?
-Progresivamente, los Estados se tornan frágiles, débiles, y, por otro lado, el poder económico y financiero crece sin control y manipula lo económico. El trabajo paga impuestos, pero no hay impuestos sobre las transacciones financieras. ¿Qué sentido tiene eso?
Como los bancos centrales no son más del Estado, los Estados tienen que buscar dinero en los bancos privados que, a su vez, piden el dinero a los bancos centrales, a tasas muy inferiores a las que luego prestan. Los Estados se endeudan para pagar esos intereses, sin amortizar el principal.
Es una crisis muy grave, porque los Estados no pueden gobernarla, enderezarla. Grecia ha sido aplastada por los mercados financieros, humillada.
El fenómeno más extraordinario hoy es que los dirigentes de los Estados no entienden qué pasa. El remedio es un veneno. La solución, en vez de permitir salir de la crisis, la profundiza. Todos lo saben. ¿Por qué los políticos no lo comprenden? Porque creen que, pese a todo, el mercado lo va a resolver.
La liberalización de las finanzas, la desregulación, ha producido un fenómeno de criminalidad financiera. Las subprimes son una práctica criminal. La ruina de la gente modesta ha sido programada y los bancos continúan haciendo fraude.
El caso del banco belga Dexia es un ejemplo: había sido salvado por el Estado hace unos años, pero siguió haciendo lo mismo hasta quebrar de nuevo. Esto es una catástrofe. Hay que salvar Europa y los políticos actuales ya no son capaces de hacerlo.
El presidente del Consejo Europeo, Herman van Rompuy, pretende que las instituciones europeas tengan mayores atribuciones, incluso para controlar los presupuestos nacionales, en una decisión que afecta directamente las atribuciones de los gobiernos nacionales. ¿Le parece que sea esa la dirección adecuada para enfrentar la crisis? ¿Pone eso en duda el carácter democrático de las instituciones europeas?
-Es catastrófico, porque las instituciones europeas no son democráticas. El ejecutivo, representado por la Comisión Europea, no tiene ningún carácter democrático.
El Consejo Europeo, formado por el jefes de Estado de los países miembros, podría tener un cierto carácter democrático, pero vive una especie de despotismo del presidente francés, Nicolás Sarkozy, y de la Canciller alemana, Angela Merkel.
Las instituciones europeas no son democráticas, son una dictadura. Europa plantea orientaciones desde arriba que los pueblos no quieren. Jamás el pueblo aceptará las soluciones que están planteando. ¡Jamás la aceptarán!
Eso va a provocar una dislocación de la Unión Europea. No entiendo como los dirigentes no lo comprenden. La situación ha escapado de las manos, todas las soluciones son peores que el mal que tratan de enfrentar. Las van a agravar. Hay que salvar los Estados de las manos de los financistas internacionales.
¿El papel de Alemania en estos debates no amenaza con revivir un resentimiento contra ese país, que parecía irse aplacando una vez concluida la II Guerra Mundial?
-Alemania está todavía traumatizada por la crisis de finales de los años 20. Por eso, se conduce como lo hace. Es la imposición rígida de sus principios y no piensan cambiar.
Lo que ocurre actualmente es menos un rechazo de Alemania que una ruptura de Europa, entre el sur y el norte. El sur es acusado por los del norte de despilfarradores, de gastos excesivos, de corrupción.
Lo más terrible es que los Estados se van encerrando sobre sí mismos, va surgiendo la xenofobia. Es una situación extremadamente peligrosa, porque puede conducir al resurgimiento de nuevos conflictos, de la guerra misma.
Los políticos no toman medidas. Hay que reconstruir completamente la arquitectura europea: que la banca central europea pueda prestar a los Estados (para lo cual habría que cambiar los tratados); y prohibir el papel de las agencias calificadoras, que son tres, pagadas por los mercados financieros y que hacen dinero ahogando los Estados.
Hay que prohibirlas y reformar los tratados para salvar Europa, de modo que la crisis sea una oportunidad para reconstruir Europa, para elaborar una constitución democrática. Eso es posible, pero falta voluntad política para hacerlo.
Francia enfrenta también un deterioro económico y social. ¿Qué repercusiones tendrá esta situación en las elecciones del próximo año?
-Lejos de reconstruir lo que se ha hecho mal, se ha puesto en cuestión todo el régimen social y político europeo. Europa, Francia en particular, tiene un régimen de seguridad social, de pensiones, una serie de dispositivos que permiten a la sociedad resistir a estas crisis.
Vemos un intento de revertir las conquistas sociales en Francia, bajo pretexto de la crisis y de la necesidad de hacerse competitivos. La crisis es aprovechada por Sarkozy para acabar con el régimen social. Es un argumento totalmente falso. Alemania tiene un régimen social elevado, pero no tiene desempleo y exporta mucho, es muy competitiva. El problema no es el régimen social. La política de Sarkozy es destructiva, pero creo que no lo va a lograr totalmente.
El problema es que parece no haber alternativa. ¿François Holland, el candidato socialista? Holland es como una sombra. Lo hemos visto al frente del Partido Socialista durante diez años. Está más flaco, se tiñó el pelo, pero nunca ha mostrado voluntad de comprender nada. Es un político menor. Es algo terrible.
Este escenario se repite por todos lados. Estados Unidos también atraviesa una crisis muy grave. Por todos lados surge la extrema derecha. Obama puede perder las elecciones.
Es una situación que puede producir un efecto comparable a una guerra mundial: un nuevo mundo, donde países como China o Brasil, surge, mientras otro se hunde.
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