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¿Puede sentirse compasión por un asesino? ¿Admiración, odio, rabia y arrepentimiento por su víctima? ¿Se puede exterminar una idea o sepultar la historia? De muchas maneras Leonardo Padura (La Habana, 1955), en su amplia y poética novela +El hombre que amaba a los perros (Maxi Tusquets, 2011) procura, con sus personajes, congéneres y lectores, responder a esas terribles preguntas.
Basada en la vida de Lev Davídovich Bronstein, mejor conocido como León Trostky (1879-1940), y paralela a la de su célebre asesino Ramón Mercader del Río (Jacques Mornard o Frank Jacson; 1913-1978), el autor cubano, realiza un +tour de force que arranca en la España Republicana y atraviesa la Guerra Civil Española, el Franquismo, la revolución Bolchevique, la muerte de Lenin, el ascenso de Stalin, la caída, defenestre y expulsión de Trostky, su periplo por Europa (Turquía, Francia, Noruega) hasta recalar en México DF donde finalmente es asesinado. Todo ello desde la voz narrativa de un escritor habanero frustrado que nos permite, en sordina, asistir también a la cruda y lenta caída de los valores e ideales que sustentaron la revolución cubana y su intento por construir una sociedad nueva frente al imperio.
A partir de una minuciosa investigación histórica que se adapta al servicio de las exigencias de la ficción, la novela es un amplio mural de los principales acontecimientos que jalonaron la trágica historia de la Unión Soviética y del siglo XX a partir de la guerra fría y su macabra confrontación. Pero sobre todo, es una muestra novelada de la criminal satrapía de Iósif Stalin (1878-1953) y su ringlera de crímenes individuales y colectivos, como presagio del derrumbe de un socialismo que había perdido sus objetivos al dejar de lado a los ciudadanos de a pie frente a una burocracia servil, controlada, rapaz y asesina.
La narración alcanza su clímax en Coyoacán México, luego del fallido atentado para asesinar a Trostky, dirigido entre otros, por el célebre artista David Alfaro Siqueiros (1896-1974) y con la participación “intelectual” del también reconocido muralista Diego Rivera (1886-1957) quien, junto a su mujer, la también notable artista Frida Kahlo (1907-1954), había recibido, con bombos y platillos en su casa, al dirigente revolucionario ruso de origen judío. A partir de allí, y bajo las órdenes de la temida NKVD (más tarde KGB), y en una operación dirigida por Nahum Eitingon (1899-1981), entra en escena Mercader-Mornard, quien con una piolet liquida brutalmente a Trostky.
Lo otro es la gris y, de algún modo, arrepentida vida de fantasmón de Mercader en Moscú, donde se rencuentra con Kotov (Nahum Eitingon) y luego en La Habana (como Jaime López) donde casualmente se topa con Iván, un escritor que nos narrará todos los hechos con una sincronía singular. Así, la novela, con una estructura sólida y novedosa, recrea un mundo que sirve de contexto a víctima y verdugo en uno de los crímenes políticos más planificados y reveladores de la historia contemporánea.
Sin embargo, no es solamente la singularidad del crimen y la historia sociopolítica de sus personajes lo que le confiere a esta novela el rango de obra sustancial en la nueva narrativa hispanoamericana. Ello bastaría para un buen testimonio o una novela histórica de las muchas que se han intentado. Lo que, según mi criterio, le otorga el rango de gran e imprescindible novela, es una sensible técnica narrativa apoyada en una mirada panóptica y una polifonía singular, todo ello sustentado por un guiño poético y por una humanidad intrínseca que nos hace identificarnos de inmediato con sus personajes principales, sus compañeras y compañeros de viaje, pero también con sus antagonistas.
Padura pone al servicio de la narración el talento de un escritor potenciado por un extraordinario sentido de lo cotidiano donde las peripecias más sencillas, igual a las grandilocuentes o heroicas, unida a puntuales rasgos psicológicos de los personajes, nos enfrentan a una poesía renovada que se inserta en nuestras fibras emocionales cual notas musicales profundas de un réquiem, cantata o sinfonía, que tocara el diapasón total de las pasiones y sentimientos humanos. Eso la universaliza, mejor dicho, la pluriversaliza. Lo anterior se logra a partir de una trama de intrigas, amores y crímenes que nos acercan a la novela policiaca o de suspenso. (Recordemos que Padura es diestro en este tipo de narración pues tiene un cuarteto donde su héroe, Mario Conde, es un detective). La narración, entonces, deviene en un tejido amplio con una suma de testimonios, perspectivas y fuentes diversas, donde hasta se juega con el dato, en el mismo texto, del libro que el autor está produciendo. (Se nota la ineludible presencia de Cervantes).
En medio de historias que se mezclan y entrecruzan, se va desarrollando una conciencia moral en el narrador con una serie de reflexiones sobre la libertad, el racismo, la opresión y el genocidio en que desembocaron algunos de los grandes experimentos ideológicos del siglo XX. El equilibrio entre los temas y la finura con que se trazan, igual a los perfiles psicológicos, incluso de los personajes secundarios, aportan a la novela una densidad y una riqueza que pocas veces encontramos en obras similares. Incluso, cualquiera de los núcleos temáticos podría convertirse en novela independiente, sobre todo la historia de Iván, el narrador, la cual se desenvuelve con pausas y dosis exactas, proporcionando al conjunto elementos de hondura poética, angustia y duda existencial, es decir, una auténtica comprensión e identificación humana.
Lograr esos efectos es sólo posible cuando se posee un lenguaje variado y preciso y un dominio de registros idiomáticos y de recursos como el estilo indirecto libre, todo lo cual permite al autor abordar con naturalidad la transición continua desde los datos exteriores a los estados de ánimo, desde la realidad histórica conocida a la creación novelesca autónoma e incluso insubordinada. No hay duda, estamos ante una excelente novela, suculenta en proposiciones acerca de la condición humana y de nuestro mundo sociopolítico, las cuales, y es lo esencial, apuntan más allá del mero intríngulis narrativo.
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