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En 1988 nace en Chile la “Concertación de Partidos por el NO” que aglutinó a las fuerzas políticas de oposición al general Augusto Pinochet, de ingrata memoria. Las divergencias ideológicas eran notables, especialmente entre la Democracia Cristiana (DC) y el Partido Socialista (PS), pero prevaleció el sentido común para anteponer los supremos intereses de la patria, en una coyuntura sociopolítica decisiva.
Para el sociólogo Humberto Lagos, el Partido por la Democracia (PPD), del cual fue cofundador, que había surgido más como un movimiento social de solidaridad con quienes eran perseguidos por el régimen, a pesar de ser un partido pequeño, contribuyó a leudar la masa de la Concertación. Esta, aún con sus desaciertos, creó las condiciones para erradicar aquella nefasta dictadura y hacer avanzar al país por mejores derroteros políticos y sociales, por casi dos décadas.
Le llegó la hora a la “Concertación del NO” en nuestro país. Sin embargo, a diferencia del modelo chileno -los modelos no se importan ni se adaptan, se crean de acuerdo con cada situación particular-, esta tiene que ir más allá de una coalición de partidos. Se requiere mayor protagonismo de la ciudadanía. Por consiguiente, una de las tareas fundamentales de la Alianza, si realmente quiere impulsar un nuevo proyecto de país, que obviamente trasciende la coyuntura electoral, es abocarse a dialogar y aglutinar a esa ciudadanía que con sobrada razón ha tomado distancia de los partidos políticos, para que participe de manera activa y propositiva en esa gran tarea. No se trata de llamar a la militancia partidaria, para obtener mayores cuotas de poder en un eventual cogobierno multipartidista, sino de ensanchar la tienda para que los muchos rostros de la sociedad civil encuentren un espacio desde donde aportar crítica y constructivamente.
Para traer aire fresco y saludable a la vida política del país, se requiere erradicar dos males fundamentales de la vieja cultura política: el caudillismo y la partidocracia. El nuevo liderazgo político tiene que ser como el grano de levadura: menos visible y más efectivo para hacer que brillen los muchos rostros “anónimos” de la ciudadanía. Ahí radica la fuerza y vitalidad de la nueva ciudadanía. Es la enseñanza que nos dejó el movimiento patriótico del NO al TLC y la que nos ofrece el movimiento de los “indignados” en varias partes del mundo.
Está por crearse la democracia del siglo XXI en Costa Rica. La coyuntura actual ofrece una oportunidad histórica. Por una parte, una clase política tradicional en decadencia y una partidocracia que apela a las viejas tácticas electorales del maquillaje mediático, utilizando la estrategia del miedo. Por otra parte, una nueva ciudadanía más despierta y decidida a asumir el destino de la patria en sus manos, y que no está dispuesta a convertirse en “mercancía” barata.
¿Por qué no dejar atrás el caudillismo y la partidocracia para construir la nueva democracia de rostro diverso, sin mezquindades y con visión de futuro?
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