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El cambio inevitable

La  sociedad actual se caracteriza  por la celeridad con que se producen los cambios. Nos resulta relativamente fácil acomodarnos a los científico-tecnológicos, especialmente los propios de las nuevas tecnologías de la información, que nos sorprenden en el día a día. Siempre hay una larga fila de consumidores que esperan con avidez adquirir la última novedad que ofrece el mercado, con un detallito de esos que vuelve obsoleto el aparato que recién se compró “ayer”.

La  sociedad actual se caracteriza  por la celeridad con que se producen los cambios. Nos resulta relativamente fácil acomodarnos a los científico-tecnológicos, especialmente los propios de las nuevas tecnologías de la información, que nos sorprenden en el día a día. Siempre hay una larga fila de consumidores que esperan con avidez adquirir la última novedad que ofrece el mercado, con un detallito de esos que vuelve obsoleto el aparato que recién se compró “ayer”.
Pero, no asumimos actitudes similares cuando se trata de los cambios socioculturales, que necesariamente acompañan a los científico-tecnológicos. Las resistencias, especialmente de las militancias conservadoras y fundamentalistas de corte religioso, asumen características “neo inquisitoriales” en la defensa de valores y prácticas socioculturales que se consideran dictadas por Dios para toda la vida.
Sin embargo, estos sectores conservadores-fundamentalistas abogan por -y hasta celebran- el éxito que alcanzan algunos, muy pocos por cierto, a quienes se consideran los bendecidos por el Dios de la prosperidad.
En este aspecto, contemporizan con un modelo económico neoliberal donde “todo cambia”, obviamente para favorecer intereses de minorías privilegiadas. Para ello, se apela al espejismo de un mundo que avanza hacia una tierra prometida. Efectivamente, se trata de un peregrinaje en medio de la aridez del desierto donde muchos mueren, otros apenas sobreviven alimentándose de ilusiones, mientras una ínfima minoría va disfrutando de los privilegios que ofrecen los “oasis” de riqueza y prosperidad.
El cambio sociocultural de nuestro tiempo es inevitable porque, como ha sucedido en otros momentos históricos, apunta en la dirección correcta cuando se trata de salvaguardar los derechos humanos de minorías, que solo aspiran a un trato digno. Cuando esos derechos se ven postergados y pisoteados los pueblos se sublevan levantando la bandera de la razón, la justicia  y el derecho. Y, no pocas veces, dolorosamente esos derechos tienen que ser conquistados pagando un precio muy alto: la sangre de mártires y pueblos enteros.
Hoy, en nuestro país, se levantan las voces de esas “minorías” apelando al precepto constitucional de la igualdad ante la ley: “Toda persona es igual ante la ley y no podrá practicarse discriminación alguna contraria a la dignidad humana” (Artículo 33 de la Constitución Política de  la República de Costa Rica). Seguir postergando el disfrute de esos derechos no solo es inconstitucional -la Sala IV ha ordenado regular la condición de las uniones entre personas del mismo sexo-, sino que significa un daño moral de graves consecuencias para estos ciudadanos y ciudadanas costarricenses.
Sin duda, el cambio sociocultural pasa por las fibras más profundas (íntimas) y sensibles de nuestra corporalidad; no resulta fácil porque toca la piel y el corazón de nuestra frágil humanidad. Pero, precisamente por ello, y  porque siempre tiene consecuencias que también tocan la piel y el corazón de los (as) otros (as), tenemos que prestarle especial atención. Sí, hay  cambios inevitables que son los que abren horizontes para la construcción de  una humanidad más plena y afectiva.

  • Álvaro Vega Sánchez (Sociólogo)
  • Opinión
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