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Las calles de Puerto Jiménez en la Península de Osa son caminadas por antiguos oreros y peones agrícolas, ahora alcoholizados y sin fuente alguna de ingresos. Se reúnen a todas horas en ciertas esquinas, en la cancha de baloncesto, cerca del muelle o en el rancho de alguno de ellos.
En una región que en cincuenta años ha sido testigo de la fiebre del oro, la explosión de la ganadería y los potreros, la expansión de la frontera agrícola, y más recientemente el boom del ecoturismo y de los bienes raíces, estos hombres hoy se han convertido en los desplazados –o parias– del lugar.
Puerto Jiménez es el pueblo más grande de la Península de Osa y principal centro de paso en camino al Parque Nacional Corcovado y a los hoteles de la zona. Con más de 7.000 habitantes, es en muchas formas el termómetro más exacto para medir y entender la situación socioeconómica de la región. Recientemente se celebraron las tradicionales Fiestas de San Juan –comidas, bebidas, toros, juegos mecánicos, bailes– encuentro anual en las afueras del pueblo y fueron, para infortunio de la Asociación de Desarrollo y para la población en general, un dramático fracaso. “No hay plata en el pueblo” confiesa doña Lidiette, presidenta de la asociación.
El gobierno nacional apuesta desde hace décadas por el modelo del turismo sostenible y vende a la Península de Osa como uno de sus principales destinos en las ferias internacionales de turismo. Pero desde hace varios años –y agudizado por la crisis económica mundial– la Península de Osa es una región económicamente deprimida, con importantes índices de desempleo y pobreza. “Por primera vez en mi vida estoy viendo hambre en el pueblo”, me comparte un taxista pirata del lugar. Con la construcción de casas y hoteles totalmente detenida y con el turismo aún no recuperado por la falta de visitantes del primer mundo, la economía de la región está totalmente estancada. “A veces es difícil entender cómo se sigue sosteniendo el orden social en este lugar”, se cuestiona otro vecino.
Llama la atención aquí la ausencia absoluta de políticas por parte de las autoridades gubernamentales -en todos los niveles-. Puerto Jiménez, y la Península de Osa en general, son víctimas no solo del desarrollo sin planificación alguna, sino también de la miopía estatal y falta de visión a mediano y largo plazo. El turismo es una industria volátil por naturaleza, totalmente dependiente de los niveles de ingreso de otros países, a su vez dependientes del comportamiento del sistema financiero mundial. Muy fácil es promover al país como destino único del ecoturismo. Menos fácil es saber encauzar las ganancias de esta industria de una manera justa y sostenible (¿quiénes son los pocos beneficiados del turismo en Osa?). Más difícil todavía es construir redes de soporte económico para estos momentos en que la población se ve afectada por las fluctuaciones negativas de la economía mundial. Puerto Jiménez es hoy lo más cercano a un pueblo fantasma, sin en verdad serlo.
Los oreros en el pueblo, mientras beben de su guaro mezclado muchas veces con alcohol puro, conversan por horas de un pasado mejor. La asociación de desarrollo local se prepara para hacer frente a un año sin dinero en sus arcas. Mientras tanto, ciertas municipalidades junto al gobierno nacional se lamen las comisuras pensando en el gran aeropuerto internacional del Sur. Las historias de la gente en la Península de Osa siguen sin contarse.
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