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Es la trilogía virtuosa que, según los resultados del reciente proceso electoral en México, permitiría el retorno del PRI al poder. También el factor fundamental para que don Óscar Arias Sánchez del PLN llegara a la presidencia por segunda vez en nuestro país. Ambos partidos emparentados por sus tendencias “PRI-vatizadoras”.
No nos prestemos a engaños, ni la trayectoria política y el verbo fluido del candidato Enrique Peña Nieto ni el Premio Nobel de la Paz y la “inteligencia política” de don Óscar fueron factores decisivos para que ambos pudiesen llegar a la presidencia.
Los votos comprados con tarjetas -el dinero siempre se disfraza, para no parecerlo- para ser intercambiadas por alimentos o por alguna chuchería electrónica y el apoyo del consorcio Televisa, le depararon buena parte de los votos al candidato del PRI, que explican la diferencia del 7% con el candidato opositor Andrés Manuel López Obrador.
Por su parte, una campaña millonaria y llena de promesas de bienestar para los más necesitados, que significó el apoyo de las provincias más pobres del país -Limón, Guanacaste y Puntarenas- al candidato del PLN, hizo la diferencia del 1.12% con el candidato Ottón Solís del PAC, en la contienda del 2006.
Se trata de una lógica perversa que explica en buena medida la tan sonada ingobernabilidad. ¡Claro!, cómo van a gobernar bien quienes ofrecen mundos paradisiacos a los pobres, y una vez en el poder tienen que saldar las deudas contraídas con sectores poderosos e intocables.
Por eso, ahí está Limón esperando a Godot: el proyecto “Limón: Ciudad Puerto”. Y es que, como bien lo documentó el “Programa 7 Días”, abundaron las promesas cargadas de frases “efectistas” de la vieja retórica politiquera, por parte de los políticos de las últimas tres administraciones, con las que alimentaron las esperanzas de los y las limonenses.
Cuando el “poderoso caballero don dinero” marca la cancha político-electoral, la democracia se devalúa hasta convertirse en un show más de la “cultura del espectáculo”. Los políticos ya no lucen el vestido de estadistas sino el maquillaje mediático de la imagen. Y la pobreza se capitaliza electoralmente con promesas falsas de “ciudades” de ensueño y una que otra regalía que cae de la mesa: un “diariecito”, un celular, una tarjetita milagrosa…
Ha llegado la hora de ponerle límites a ese maridaje entre dinero y política, que está convirtiendo a la democracia costarricense en la “dictadura” de los que más tienen. Hay que devolver la dignidad a la política y a la democracia.
Para ello, es fundamental ponerle coto a la propaganda política adelantada, que utiliza burdamente el principio de la libertad de expresión, para justificar campañas mediáticas millonarias.
Si Costa Rica sigue siendo gobernada por el dinero de unos pocos, se alejan las posibilidades de construir la sociedad del siglo XXI sobre los cimientos de la solidaridad y la civilidad, y se abona el terreno aún más para la indignación ciudadana.
Al primer poder de la república y a la institucionalidad electoral les corresponde poner manos a la obra. ¿Estamos a tiempo?
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