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El Nobel en su laberinto

La civilización del espectáculo, el más reciente libro de Vargas Llosa, falla en profundidad, precisamente una de las críticas que le hace al descalabro que sufre la cultura actual

La civilización del espectáculo, el más reciente libro de Vargas Llosa, falla en profundidad, precisamente una de las críticas que le hace al descalabro que sufre la cultura actual
Pensar la cultura como un universo autónomo, describir la transformación que ha sufrido este término en los últimos sesenta años. Añorar la “alta cultura” y despreciar al máximo la estupidez y la banalidad que recorre la mayor parte de las sociedades occidentales de nuestro tiempo, sus imaginarios y sus discursos; describir la cultura de masas y el entretenimiento, sus banalidades, ligerezas y superficialidades, todo aquello que se hace pasar por culto y que es obra de intelectuales o de artistas exitosos y efímeros  que noche tras noche y día tras día aparecen en las múltiples pantallas que distraen a la gente de su aburrimiento acostumbrado y del cansancio rutinario que impone el mundo actual. Esto es parte de lo que hace Mario Vargas Llosa en su libro La civilización del espectáculo, publicado por la editorial Alfaguara a finales del año 2011.
En nuestros días son pocos los escritores que además de publicar novelas o ensayos sobre temas literarios, también pretenden ser conciencia de su tiempo, ser teóricos de la cultura y participar en el debate de las ideas y la actividad cultural contemporánea. Resulta difícil llamar a Vargas Llosa intelectual latinoamericano, no porque sea un liberal pertinaz o porque posea la nacionalidad española y viva buena parte del año en Madrid, sino por la forma de abordar los  temas sobre los cuales reflexiona, por las referencias que tiene, por la tradición a la que se incorpora y por la cultura occidental que defiende con ideas propias y prestadas, por decir lo menos.
En este libro compuesto por una serie de ensayos cortos y apresurados que se rellenan con  artículos sobre temas similares que el autor ha venido publicando en el periódico El País de España, el escritor de origen peruano aborda la cultura actual, la muerte del erotismo, el pensamiento hermético, conservador y vacío de los filósofos postmodernos, el predominio del material audiovisual sobre la letra impresa, la discusión entre Estado laico, democracia y multiplicidad religiosa; el simulacro, la vida como representación y espectáculo en sociedades que a su juicio han perdido exigencia intelectual y el arraigo a  “valores estéticos firmes”.
También explora y expone la pobreza de la cultura política actual y el abandono en el que la gente decente y capaz ha dejado a la vida política. Vargas Llosa lo hace valiéndose de una prosa eficiente, lo cual no es raro en él, pero con enormes carencias conceptuales, con juicios de descalificación fáciles, prejuiciosos y rápidos, con análisis superficiales y efectistas y además, desde mi punto de vista, partiendo de una premisa errónea.
Para diferenciar su ensayo del libro de Guy Debord, publicado en 1967 en París y titulado La sociedad del espectáculo, Vargas Llosa define así lo que él entiende por cultura:
“La civilización del espectáculo (su libro) está ceñida en cambio al ámbito de la cultura, entendida no como un mero epifenómeno de la vida económica y social, sino como realidad autónoma, hecha de ideas, valores estéticos y éticos, y obras de arte y literarias que interactúan con el resto de la vida social y son a menudo, en lugar de reflejos, fuente de los fenómenos sociales, económicos, políticos e incluso religiosos.”
Todas las descripciones certeras, mordaces y precisas que hace sobre el deterioro y la muerte que supone para la vida social el espectáculo brindado por  la cultura de masas y el juego de oferta y demanda de entretenimiento, topan con pared y resultan vacías cuando su análisis y explicación fallan, entre otras cosas, por considerar que la cultura es una realidad autónoma dentro de las relaciones sociales, los campos de fuerza y la vida económica del mundo actual. Vargas Llosa reflexiona principalmente sobre lo que él llama el “Primer Mundo”.
RECURSO DE ENCANTADORES
Al igual que le ocurre a Don Quijote al utilizar el recurso de los encantadores cuando alguna evidencia de lo real amenaza con desbaratar su universo de ficción, Vargas Llosa se escabulle, se justifica y se enreda, cuando alguna de sus críticas a la pobreza de la vida cultural de la actualidad, puede dejar a la luz que detrás de todo este reino de frivolidades, banalidades y estupideces, está la economía de mercado, la globalización neoliberal y las democracias formales, vigiladas y de baja intensidad que él ha venido defendiendo y alentando por medio planeta.
Frederic Jameson piensa que el postmodernismo es la lógica cultural del capitalismo tardío. Vargas Llosa no es postmoderno, más bien es un liberal nostálgico de la alta cultura y así lo deja ver, desde ahí ataca a los postmodernos, claro está, sin poder comprender o sin querer explicar el lugar del cual proviene toda esa basura que estropeó su goce estético y arruinó las fuentes de sus estímulos intelectuales.
“La diferencia esencial entre aquella cultura del pasado y el entretenimiento de hoy es que los productos de aquella pretendían trascender el tiempo presente, durar, seguir vivos en las generaciones futuras, en tanto que los productos de éste son fabricados para ser consumidos al instante y desaparecer, como los bizcochos o el popcorn. Tolstói, Thomas Mann, todavía Joyce y Faulkner escribían libros que pretendían derrotar a la muerte, sobrevivir a sus autores, seguir atrayendo y fascinando lectores en los tiempos futuros. Las telenovelas brasileñas y las películas de Bollywood, como los conciertos de Shakira, no pretenden durar más que el tiempo de su presentación, y desaparecer para dejar el espacio a otros productos igualmente exitosos y efímeros. La cultura es diversión y lo que no es divertido no es cultura.”
Al derrumbarse a finales del siglo pasado el llamado “socialismo real”, el profesor Francis Fukuyama propuso, con el sorprendente aplauso de las academias, el fin de la historia, lo hizo valiéndose de una imagen tergiversada de Hegel, apresurándose a celebrar el fin de la lucha de clases y la abundancia de microondas y electrodomésticos en todas las casas del mundo. Era el triunfo del liberalismo y de la economía de mercado. La industria del entretenimiento, la cultura de masas, la colonización del inconsciente, el periodismo sensacionalista, las películas de Hollywood, la explosión del Internet y de las redes sociales, la proliferación de religiones, sectas y heresiarcas, la idiotización de los habitantes, el adormecimiento intelectual y la manipulación de las emociones, son todos rasgos de esta época celebrada por Fukuyama y que otros pensadores han abordado desde perspectivas mucho más críticas, rigurosas y profundas que la de Mario Vargas Llosa.
Desde otro ángulo completamente distinto y en otro momento, el filósofo Roberto Fragomeno en su libro Intelectuales, el obstáculo de los espejos, al discutir con James Petras dice:
“Petras tiene toda la razón cuando vincula la democracia formal y vigilada con la formalización teórica y la banalidad. Pero sólo ve el costado que le toca a los intelectuales sin analizar que la creación de ficciones o de emociones simples y fuertes es un nuevo recurso que el sistema de dominación utiliza para evitar la represión directa.”
Esto sería visto por Vargas Llosa como discurso paranoico propio de teorías muertas y enemigas de la “libertad” que con las mejores intenciones trajeron el infierno a la tierra y sin embargo, guardando las distancias, funciona, como muchos otros trabajos serios sobre este tema, para cuestionar su texto, que parece que fue escrito a toda prisa para cumplir contratos editoriales o para aprovechar el boom de mercado que generó el Premio Nobel de literatura.
Para Vargas Llosa el problema es la cultura y la raíz está en la cultura. Esto es lo mismo que decir nada y adornarlo con imágenes sugerentes y verídicas.
“La raíz del fenómeno está en la cultura. Mejor dicho, en la banalización lúdica de la cultura imperante, en la que el valor supremo es ahora divertirse y divertir, por encima de toda otra forma de conocimiento o ideal. La gente abre un periódico, va al cine, enciende la televisión o compra un libro para pasarla bien, en el sentido más ligero de la palabra, no para martirizarse el cerebro  con preocupaciones, problemas, dudas. Sólo para distraerse, olvidarse de las cosas serias, profundas, inquietantes y difíciles, y abandonarse en un devaneo ligero, amable, superficial, alegre y sanamente estúpido. ¿Y hay algo más divertido que espiar la intimidad del prójimo, sorprender a un ministro o un parlamentario en calzoncillos, averiguar los descarríos sexuales de un juez, comprobar el chapoteo en el lodo de quienes pasaban por respetables y modélicos?”
Lo anterior puede que sea cierto y de hecho, también aplica para viceministras como lo ha demostrado Costa Rica recientemente. Sin embargo, las carencias de La civilización del espectáculo no están en algunas de sus descripciones, las carencias son conceptuales y por muchas razones, falla la profundidad de su análisis.
Por mi parte, espero que el Premio Nobel de literatura 2010 salga de estos enredos y tenga la calma suficiente para escribir nuevamente, otra de aquellas extraordinarias novelas que le hicieron merecedor del respeto universal en el campo de las letras.

  • Javier Córdoba 
  • Los Libros
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