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Las posesiones
Carlos Alvarado Quesada
Novela
Uruk editores
2012
Muchos capítulos de la historia de Costa Rica esperan ser develados, denunciados, ampliados, reconstruidos y hasta inventados. Personajes como Juan Rafael Mora, Pancha Carrasco, Joaquín Tinoco, Lorenzo Cambronero, el general Volio, entre otros, merecen ser resucitados en las páginas de novelas o relatos; por eso hay que celebrar la aparición de la novela “Las posesiones”, de Carlos Alvarado Quesada, en la que se aborda el tema de los campos de internamiento para ciudadanos de Japón, Italia y Alemania, integrantes de lo que se conoció como el “eje” durante la Segunda Guerra Mundial.
Este capítulo vergonzoso de nuestra historia, precisamente por ese carácter, se ha mantenido, en buena medida, bajo la alfombra, sobre todo en lo que concierne con el despojo de los bienes de que fueron objeto varios de los presos. Ese silencio, comprensible en aquellos que podrían verse afectados con su revelación, resulta extraño en los afectados.
Para descubrir los hechos fundamentales de esta historia se acude a documentos, cartas y al aporte testimonial y material de un anciano (¡siempre los ancianos!); todo eso inmerso dentro de los detalles cotidianos de una pareja, vinculada a la historia principal.
Es en esos momentos cuando la narración, por las contradicciones y desacuerdos de los protagonistas, alcanza su mejor ritmo y verosimilitud, lo que se pierde un poco cuando irrumpen las cartas. El recurso de apelar a lo extraño en esta novela sale bien librado, salvo en las ocasiones en las que el lector puede advertir la omisión voluntaria que el autor hace parcialmente de lo relatado o de los juegos con el tiempo que ejecuta para sorprenderlo o engañarlo.
Las cartas son elementos esenciales para constatar la tragedia de quien preso y en tierras lejanas debe confiar a un amigo el manejo de su destino, con resultados, como en este caso, distintos de las expectativas de la víctima, cuya vulnerabilidad lo vuelve, razonablemente, más confiado. Sin duda la parte más conmovedora de esta novela es la historia del amor interrumpido a la que se aferra el preso Stefan Schmitz, ignorando que su “amigo” no solo le ha arrebatado los bienes, sino la atención de su novia. Ese doble despojo habla de la perversidad de Marcos Arias, elemento que contribuye a hacer más compleja y contradictoria la trama de la novela, mostrando personajes autónomos y moralmente inconsistentes.
Desde luego este tipo de novela obliga a la investigación exhaustiva y a la selección y manejo juicioso de la información recabada, cuando no a la fabulación de los hechos no registrados en los medios de comunicación –de la intrahistoria de que hablaba Unamuno–. Todo eso ha tenido que hacer Carlos Alvarado Quesada, para darnos una historia verosímil, no tanto en el epílogo cuando, quizá víctima de su imaginación, acude a una voz omnisciente para reconstruir un hecho del que bien se pudo prescindir. Peccata minuta ante el trabajo realizado por este autor.
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