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Consolidar una verdadera democracia demanda cambios en el sistema político, opina don Walter Antillón Montealegre en su disertación con motivo de la inauguración del ciclo lectivo de la Universidad de Costa Rica.
Pero desde la antigua Atenas, Roma, y el resto de Europa, hasta las llamadas democracias americanas, hemos visto cambios de cambios políticos que nunca las mejoraron. “Democracias” que convivieron con esclavos, con poderes ultrajantes, con miseria y opulencia hasta nuestros días, nunca fueron sistemas en que los pueblos ejercieran su soberanía a pesar de la elección de sus dirigentes. Ni siquiera el gran cambio político que tanto alaban los que creen en ellas, como fue el voto universal, ha hecho que podamos hoy hablar de verdaderas democracias, porque el pueblo va y vota, pero hasta allí llegan sus potestades.
Y así seguirá el mundo mientras creamos en una democracia que solo está, convenientemente, en la fantasía de los políticos y gobernantes; una idea que les venden a los pueblos muy cara, pero que por el camino de los cambios políticos, ligados al autoritarismo de todos los gobiernos de América, nunca será una realidad.
En Costa Rica hemos llegado a sufrir una crisis de representación porque hemos creído en esa falsa democracia. Aquí casi nadie se siente representado ni con derecho a exigir rendición de cuentas; y aunque se sintiera con derecho a hacerlo ¿Quién lo va a escuchar? Los partidos políticos, que debieran ser el germen de la idea de democracia representativa perdieron toda credibilidad; son máquinas electoreras oportunistas, corruptas, sin ideas ni ideales y puestas al mejor postor en el lupanar de la política. Como dijera Guillermo O’ Donnell, después de aspirar por muchos siglos a una democracia representativa, hemos caído en una democracia delegativa, donde los ciudadanos le regalan a sus jerarcas, casi sin conocerlos, sus derechos, su futuro y hasta sus patrimonios para que hagan lo que quieran con ellos, sin necesidad de rendirle cuentas a nadie. Así que los cambios políticos necesarios para que lleguemos a una verdadera democracia están mucho más allá de hacerle maquillajes jurídicos y políticos al sistema. Suena muy bonito repetir el postulado de Lincoln de que “la democracia es el gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo”. ¿Pero dónde? Hasta hoy ese postulado ha sido papel mojado y letra muerta; y si fuera cierto que Lincoln lo inventó tampoco tendría mucho mérito, porque él no fue un demócrata en sentido estricto.
Desgraciadamente una verdadera democracia requeriría que los pueblos se gobiernen directamente a sí mismos, digo “desgraciadamente” porque el sistema no estaría dispuesto jamás a ceder su poder, y por naturaleza el poderoso no puede ser demócrata, utilizará siempre el poder con autoritarismo, arbitrariedad, y en provecho propio.
El poderoso electo ha hecho de todo por mantener el poder; hasta las luchas y guerras más sangrientas y los asesinatos más atroces; y los personajes que ocupan parte de ese poder en la gradación jerárquica de los gobiernos que se dicen ser demócratas, no están obligados, y nunca lo estarán en la práctica, a darle razones de sus torpezas y corrupciones al pueblo que los eligió.
Pero, por algo hay que empezar; creo que Costa Rica podría estar madura para adoptar ideas como la de hacer una asamblea legislativa, incluso con más legisladores si se quiere, pero eso sí, que trabajen ad honórem, allí tendríamos verdaderos notables y hasta “padres de la patria” sin más interés que velar por los derechos de los pueblos que representan. Y podríamos proponernos a crear sistemas como los que cita don Walter Antillón, de ciertos cantones suizos donde los pueblos, en pequeñas comunas, deciden sus destinos directamente, sin intermediarios ¿Por qué no? Pienso que ya es hora de que los ciudadanos comprendamos que el sueño de democracia es un sueño imposible, porque mientras haya poder habrá corrupción y con corrupción, de cualquier clase, no puede jamás haber democracia. El obstáculo más grande que ofrece el Estado, gobierno o sistema a la idea de democracia es la corrupción de sus jerarcas que cada día es mayor e incontrolable.
Siendo la verdadera democracia más que un sistema de gobierno, un sistema de virtudes sociales como solidaridad, libertad, ética, pluralismo, dignidad humana… es totalmente incompatible con cualquier forma de poder o gobierno de unos sobre otros.
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