Debido a los elevados costos del mantenimiento de las imágenes, se ha restringido su acceso solo para las personas registradas en PrensaCR.
En caso de poseer una cuenta, hacer clic en “Iniciar sesión”, de lo contrario puede crear una en “Registrarse”.
La obra de Sor Juana Inés y de Alejo Carpentier se entrecruzan al invocar a la fe como elemento constitutivo en sus raíces literarias.
Entre lo real maravilloso americano de Alejo Carpentier (1904-1980) y los ensayos de Sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695), existe un nexo, un punto de encuentro. Además del estilo barroco que en América funciona como arte de contraconquista, en los ensayos de Sor Juana y en lo real maravilloso americano de Alejo Carpentier se problematiza la fe.
En el prólogo al Reino de este mundo, primer momento en que Carpentier teoriza sobre lo real maravilloso, el escritor cubano plantea que este presupone una fe.
Aquí la fe es la necesidad de una participación subjetiva activa en la concepción de lo maravilloso americano. Lo real ahí está, con su riqueza natural, con la vegetación alucinante, con la extensión del continente, con la historia de la mezcla, con el mar Caribe como escenario para el encuentro de todas las razas del planeta. Negros, chinos, indios, españoles, franceses, ingleses, holandeses, indígenas de América.
La mezcla y las batallas se dieron, los ejércitos, las visiones de mundo, las creencias, las costumbres y las religiones se enfrentaron. Creer en un líder haitiano que puede transformarse en insecto o en una diversidad de animales y perdurar así en su lucha por la libertad, así como creer que ese sincretismo de culturas en un territorio alucinante sea maravilloso, requieren la participación de un sujeto, a veces ese sujeto está fuera de la cultura observada pero no del sincretismo, a veces ese sujeto está dentro, como ocurre en el caso de los seguidores de Makcandal; en ambos momentos opera una fe, opera una participación subjetiva, opera un sujeto activo aportando su forma de ver las cosas.
Desde una perspectiva barroca, la fe también puede entenderse como una cárcel, como una cárcel para el cuerpo y sus pasiones, como una cárcel para la inteligencia y sus potencias, como una cárcel para la razón, como argumento político de la Iglesia Católica contra las insurrecciones campesinas, contra los levantamientos heréticos, la fe católica como ideología de la conquista. La fe también puede entenderse como instrumento político de dominación de hombres y de mujeres. La fe puede y ha sido usada para encauzar conciencias y silenciar al cuerpo. La fe, en ocasiones, se traduce como ciega obediencia.
Contra la fe jerarquizada se alzaron los campesinos medievales, oponiendo otra fe y negando toda autoridad eclesiástica como representante de Dios en la tierra. “La iglesia es el diablo”, gritaron los herejes en sus batallas políticas legitimadas con postulados místicos y esotéricos.
Contra esas “trampas de la fe”, contra la imposición de los dogmas de la fe también se alzaron, con mucha más prudencia, los hombres racionales de la ilustración, los burgueses interesados en administrar utilitariamente sus ciudades, los hombres interesados en pensar por sí mismos y liberarse de la idea de Dios, del diablo, del infierno, de las maldiciones, del alma y sus tribulaciones. “Dios es un postulado”. La ilustración, el pensar por sí mismo kantiano, el llegar a la mayoría de edad, es un momento de cambio en la conciencia y en la organización política europea, un momento de quiebre en la participación subjetiva en el mundo.
Que la gente pueda pensar por sí misma es una conquista de la ilustración frente a la fe, una lucha del individuo contra la tutela comunal de la iglesia. Como metáfora, el reloj de muñeca vino a sustituir al reloj de las torres en las iglesias. Sin embargo, este pensar por sí mismo de la ilustración europea, no solo es agente de liberación, también ha servido para legitimar procesos de colonización en América, África, Australia y Asia, subvalorarando a sus poblaciones mientras se conquistan las riquezas de sus territorios.
La dominación, la dialéctica del amo y del esclavo ha sido una constante en la historia humana. Que el mundo social esté dividido en gente que manda y en gente que obedece no es nada nuevo, no es un invento de la modernidad, en ésta la dominación toma otras formas. Es a partir de la toma de conciencia del momento actual como se pueden pensar las diferencias de otros tiempos históricos. La historia solo se cuenta desde el presente y es por ello y por la participación del sujeto de la enunciación, que se da la mediación entre el tiempo narrado y el tiempo de la narración.
RESISTENCIA A LA MODERNIDAD
El sujeto es un intermediario entre el pasado y el presente. Es desde la modernidad, por los procesos de autoconciencia, que este momento permite que la razón puede encarar a la tradición y la puede pensar como momento cultural diferenciado. Según Bolívar Echeverría, el barroco es un ethos de resistencia en la modernidad, de resistencia a las disciplinas, a las normas, de resistencia ante cierta fe.
Volviendo a Sor Juana Inés de la Cruz, la autoconciencia, la importancia de la individualidad y el ejercicio racional, son elementos modernos que están presentes en su respuesta a sor Filotea, carta que evidencia un choque entre la visión autoritaria y dogmática de la jerarquía eclesiástica y la racionalidad proto- ilustrada de Sor Juana. Un choque entre la fe y la razón.
La fe como símbolo en el que se condensa la autoridad eclesiástica y la razón como pasión por el saber en Sor Juana, ambas posiciones subjetivas se enfrentan en el claustro de una Iglesia americana. La imagen es sin duda barroca. Y todavía falta agregar el género de Sor Juana, es decir, además de confrontar a la autoridad con su inteligencia, es mujer, piensa y conoce desde un cuerpo femenino. Cuerpo que desestabiliza las racionalidades masculinas y precipita los castigos.
El canon de la autoridad eclesiástica es transgredido por Sor Juana, estas transgresiones son expuestas por medio de la ironía y valiéndose de un lenguaje barroco, lenguaje que implica una multiplicidad de voces:
“ Y hablando con más ingenuidad os confieso, con la ingenuidad que es debida y con la verdad y claridad que en mí siempre es natural y costumbre, que el no haber escrito mucho de asuntos sagrados no ha sido desafición, ni de aplicación la falta, sino sobra de temor y reverencia debida a aquellas Sagradas Letras, para cuya inteligencia yo me conozco tan incapaz y para cuyo manejo soy tan indigna; resonándome siempre en los oídos, con no pequeño horror, aquella amenaza y prohibición del Señor a los pecadores como yo: Quare tu enarras iustitias meas, et assumis testamentum deum per os tuum? Esta pregunta y el ver que aun a los varones doctos se prohibía el leer los cantares hasta que pasaban de treinta años, e incluso el Génesis: este por su oscuridad, y aquellos porque de la dulzura de aquellos epitalamios no tomase ocasión la imprudente juventud de mudar el sentido en carnales afectos”.
La diferencia en el acceso a los textos que se le permite a los varones doctos y se le impide a los jóvenes y a las mujeres; el prohibir la interpretación y la lectura sin intermediarios o tutores; el temor, la reverencia, la amenaza, todos son elementos de relaciones de poder al interior de las estructuras eclesiásticas, donde pensar por sí mismo, leer por sí mismo y disentir, son actitudes pensadas como transgresoras o faltas de soberbia, más si estas prácticas provienen de una categoría humana inferior en términos de poder, como era considerada la femenina.
El hecho, el atrevimiento de Sor Juana Inés de la Cruz al discrepar de las enseñanzas teológicas de Vieyra el portugués, es razón suficiente para ser su carta objeto de reprensión por parte del Obispo que se enmascaró tras el nombre de Sor Filotea de la Cruz.
La posición teológica de un Varón de la Iglesia es incuestionable. Cuestionarla implica irreverencia, desobediencia al principio de autoridad, desacato y atrevimiento. Cuestionar un dogma o una enseñanza teológica, disentir y discrepar, son implicaciones de pensar por sí mismo, son implicaciones de una razón que se sale de los límites de poder que la Iglesia Católica le pone al saber para mantener así su posición de autoridad en el Reino de este mundo.
A esta razón que cuestiona y disiente pertenece Sor Juana Inés de la Cruz, que desde su condición subordinada de mujer, altera los rígidos mandatos del dispositivo disciplinario de las autoridades eclesiásticas. Sor Juana, que buscó los encierros de la Iglesia para “ignorar menos”, arremete contra sus disciplinas por limitarle el ejercicio de su inteligencia, por disminuir su libertad bajo el amparo de la inferioridad racional de la mujer y por prohibirle el desarrollo de su pasión por el saber, pasión femenina, que es relativamente ilustrada y por ello, choca con las disciplinas eclesiásticas, de las que se defiende con una retórica irónica en un estilo barroco, que en el caso latinoamericano, como dice José Lezama Lima, antes de ser un arte, un estilo de contrarreforma, es un arte y un estilo de contraconquista.
Y una actitud de contraconquista ante la imposición eclesiástica es la que asume Sor Juana en su carta a Sor Filotea, al Obispo, a quien con astuta ironía le reconoce el rostro tras la máscara y le dice:
“si os pareciere incongruo el Vos de que yo he usado por parecerme que para la reverencia que os debo es muy poca reverencia la Reverencia, mudadlo en el que os pareciere decente a lo que vos merecéis, que yo no me he atrevido a exceder de los límites de vuestro estilo ni a romper el margen de vuestra modestia.”[1]
Esta ironía corresponde a una estrategia retórica que es propia de quienes hablan desde una posición de poder inferior y que tienen el coraje de encarar la tradición y de confrontar, con disimulos, a la autoridad. Parresía le llama Michel Foucault a esta actitud que siempre implica un riesgo para el cuerpo mientras se dice la verdad.
Estos juegos de poder en los que se vio envuelta Sor Juana Inés de la Cruz, la defensa de un tipo de racionalidad que le permitiera “ignorar menos”, es un avance en la lucha contra la fe, contra la noche del autoritarismo dogmático de la Iglesia y sus disciplinas.
Por otro lado, superar la fe como instrumento de control social, no implica superar el control. Éste es mudable, se transforma en el tiempo histórico y en la modernidad adquiere otros contenidos y otras formas.
Alejo Carpentier y Sor Juana Inés de la Cruz se encuentran en estas batallas entre la razón y la fe, el primero hace con su literatura monumental la crónica de un continente múltiple y complejo, y la segunda, participa con sus artes de contraconquista y su escritura inteligente, en batallas barrocas que tienen lugar en una América que para ser pensada como maravillosa, necesita el presupuesto de la fe.
[1] Sor Juana Inés de la Cuz. Obras Completas Editorial Porrúa, S.A. Agentina.
Este documento no posee notas.