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El desprestigio de la clase política tradicional

El desprestigio de la clase política tradicional es un fenómeno generalizado en muchos países latinoamericanos. Y lo fue, hasta hace poco, casi en toda América Latina. Para dicha de la verdadera democracia, en América del Sur se dieron cuenta de quiénes eran los que figuraban en los partidos políticos tradicionales y optaron por alternativas democráticas más inclusivas y honestas, y comenzaron a darles oportunidad a nuevos líderes y a mandar al “baúl de los recuerdos” a partidos y políticos que nunca se preocuparon por satisfacer las necesidades de los sectores más humildes de la población.

El desprestigio de la clase política tradicional es un fenómeno generalizado en muchos países latinoamericanos. Y lo fue, hasta hace poco, casi en toda América Latina. Para dicha de la verdadera democracia, en América del Sur se dieron cuenta de quiénes eran los que figuraban en los partidos políticos tradicionales y optaron por alternativas democráticas más inclusivas y honestas, y comenzaron a darles oportunidad a nuevos líderes y a mandar al “baúl de los recuerdos” a partidos y políticos que nunca se preocuparon por satisfacer las necesidades de los sectores más humildes de la población.
Desgraciadamente, en Costa Rica no nos quedamos atrás. El desprestigio de la clase política y los partidos tradicionales no dejan nada que envidiar a sus congéneres latinoamericanos. Por dicha, parece que uno de los actores del bipartidismo tradicional, que azotó a nuestro país por muchos años, está en  sus últimos estertores y coletazos de animal muerto. Y el otro se ha salvado gracias a que ha utilizado las arcas del Estado como “caja chica” para comprar conciencias, dar prebendas, ofrecer chequeras, repartir puestos, becas, vacaciones al extranjero, concesiones y contratos-estafa con algunos empresarios del delito.  Lo peor de todo, si es que hay algo peor que eso, es que han proliferado una serie de “partiduchos con dueño”: religiosos, inclusivos, de minorías, libertos, ciudadanos, alienígenos, que van por el mismo camino. Llevan las mismas prácticas corruptas y desvergonzadas de los partidos y los políticos tradicionales. Hay ya varios de esos “partiduchos familiares” demandados ante el Ministerio Público por inflar facturas, falsificar contratos, cambiar cheques, inventar nombres. Es decir, la clase política tradicional ha creado escuela en la sociedad costarricense. No es para menos, con discípulos de tan baja estirpe es mucho más fácil hacer alianzas y amarrar votos para seguir delinquiendo.
De los partidos pasemos a las personas. Algunos políticos, más bien mandos medios y bajos, están en la cárcel por ser partícipes y cómplices de sus amos. Otros, mientras tanto, gracias a su apellido, amistades y alta alcurnia, gozan de bajas penas y de libertad condicional. Algunos y algunas siguen en puestos políticos hundiendo más al país. No faltan quienes viven en otros países o viajan por todo el mundo dando conferencias, escribiendo en los periódicos, brindando entrevistas o con altos puestos aduciendo la defensa de la naturaleza, los derechos humanos o hablando de democracia, ética y valores.
En esto de la teoría política o la política como ciencia «hay mucha tela que cortar». Uno a veces se pregunta qué habrá en la cabeza de los políticos tradicionales. O, peor aún, qué habrá en la cabeza de quienes los eligen. Esta duda razonable nos surge cuando escuchamos y nos enteramos de ciertas  cosas que pasan, al parecer, desapercibidas para el pueblo. Una de esas incongruencias políticas que vienen a mi memoria es ver y escuchar, cada vez que se acercan las elecciones nacionales, cómo muchos políticos tradicionales vociferan que ahora sí van a cambiar al país. Que tienen el mejor equipo para gobernar y que ellos o ellas van a sacar el país adelante. Uno se pregunta: ¿Será cierto tanta bazofia? Los políticos tradicionales creen que todas y todos los costarricenses carecemos de coeficiente intelectual. Cada cuatro años nos llegan vestidos de Supermán, de Batman, de Súper Ratón. Sólo falta que se autoproclamen Batichica, Mujer Maravilla o Tortugas Ninja. Tienen años de usurpar las instituciones del Estado, años de ocupar puestos políticos, años en puestos públicos. Tienen años de estar chupando de la yugular del pueblo costarricense y hasta ahora, que es época de elecciones, nos dicen que van a cambiar las condiciones de vida de los y las costarricenses.
Alguien por ahí, después de muchos años de estar en el Gobierno, hasta que participa como candidato para las elecciones del 2014, se acuerda que hay que distribuir riqueza y promover la justicia social. Otro más, que ha viajado por el mundo, ha disfrutado de cuanto puesto político se ha inventado, ha gobernado Costa Rica y hasta ahora nos presenta un «proyecto país» y la “Vía Costarricense”. Además, dice estar interesado en salvar a la CCSS. Uno se pregunta: ¿Y cuando fue presidente por qué no se interesó en salvarla? A lo mejor huir de la justicia y convertirse en fugitivo sirve para tener valores éticos y compromiso social. Pero como si eso fuera poco, un sempiterno Alcalde,  por su parte, quiere gobernar «Tiquicia» apelando a los vacíos estómagos del costarricense: reparte tamales, gallo pinto, picadillo, agua dulce. A la vez, también intenta llenar «de luz» las oscuras mentes de las y los costarricenses.
No hay duda, esta desprestigiada clase política costarricense sabe cómo llegarles  a los «ticos y las ticas» para seguir  sirviéndose con «cuchara grande» de los dineros del pueblo. ¡Qué descaro más grande!

  • Asdrúbal Marín Murillo (Escuela de Estudios Generales)
  • Opinión
Democracy
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