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En conclusión, Molina

Lastimosamente Molina recuerda nuestros antepasados yendo de rama en rama. Entre falacias, se sigue escondiendo el pérfido objetivo de la Nueva Historia.

Lastimosamente Molina recuerda nuestros antepasados yendo de rama en rama. Entre falacias, se sigue escondiendo el pérfido objetivo de la Nueva Historia.
Molina afirma que la Nueva Historia se aleja del giro lingüístico, pero que se centra en lo particular, buscando dizque desligarse del posmodernismo. Sin embargo, en una falta de manejo epistemológico, común a todos los historiadores, Molina no entiende definitivamente que lo particular en y por sí no existe. Por ejemplo, Molina como historiador solo existe en cuanto hay un marco general que lo ampara, o sea, el desarrollo social e histórico, que se manifiesta en los procesos psíquicos como un proceso filo-ontogenético. Molina no podría ser el brillantísimo académico que hoy pretende ser sin la continuidad histórica, que se manifiesta en él como particular. Luego, con el énfasis sobre lo particular que Molina le atribuye a la Nueva Historia, cae nuevamente en el giro lingüístico, ya que lo particular en sí no es más que un juego de lenguaje.
 
Con respecto a la relación entre la Nueva Historia y el neoliberalismo, Molina asume una completa ingenuidad histórica, al olvidar todo el desarrollo del pensamiento francés en los años 50 del siglo XX, lo cual permite rastrear en la continuidad el sesgo reaccionario de su propuesta, en las charlatanerías de Derrida, Lacan, etc., que dieron fundamento al giro lingüístico que Molina asume a través de la particularización de la realidad. Reaccionariedad que es claro se incrementó con el auge neoliberal en los años 80, con Reagan y Thatcher. Recuerde Molina, la causalidad no es mecánica ni lineal, sino recíproca, acción recíproca.
Por eso la Nueva Historia, como dice D’Oro (2009), “requiere ‘hacer sentido’”. O sea, los recursos que la UCR gasta en salarios por hacer ciencia, se malgastan en hacer sentido, es decir, en escribir relatos sobre lo particular, sin más aplicación que un regodeo narcisista, sumido en el principio de identidad de la lógica formal. Para los neohistoriadores, la explicación aquí sería una explicación narrativa (McDonald y McDonald, 2009). Así, la verdad histórica se fragmenta y pluraliza “para hablar de verdades históricas” (Correa, 2011: 29), que no son más que cuentos chinos particularistas.
La Nueva Historia se cierra en una relación temporal pasada, donde el presente solo es la torre de marfil desde donde se ve lo que fue y el futuro deviene una eterna repetición, es pura discontinuidad, pura segregación, eterna repetición de la economía de mercado. En este sentido, es sintomático el texto de Molina que evidencia cuál es la perspectiva política que se extiende bajo el discurso neohistórico, o sea el neoliberalismo, y que rehuye toda idea de una revolución en el presente.
La reacción hepática de Molina ha sido divertida, no ha soportado la crítica. Al igual que mis colegas, la crítica literaria (véase “Metacrítica de la crítica literaria costarricense”, disponible en Internet), se da alrededor de los neohistoriadores un efecto neurótico, un refugiarse evasivo, eficaz en la producción de pseudorazonamientos totalmente desconectados de la realidad. La Nueva Historia y la crítica literaria siguen durmiendo el sueño posmoderno, no se han percatado de la crisis sistémica que vive el capitalismo y que sume a millones en la pobreza, mientras la clase alta y sus lacayos (académicos) se reparten millones con relatos particularistas.
Enseñando la Nueva Historia, como paradigma único, se cae en un problema ético al negar antojadizamente el nuevo auge de la Izquierda y la visión histórica, concreta y práctica, particular y general, que heredamos de Marx. Invito a los estudiantes de Historia a que lean los Grundrisse, El Capital, etc. En “Capitalismo zombie” y en “Modelos mentales tempo-espaciales” (disponibles también en Internet), podrán encontrar los lineamientos básicos de la propuesta marxista.
Molina, la Izquierda está de vuelta.

  • Roy Alfaro Vargas
  • Opinión
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