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Cuando se escribe buscando forma, belleza y estilo, la imaginación debe alcanzar, en conjunto con la algarabía de las Musas y las Gracias en sus bucólicos valles, el ingenio, la belleza y el arte que emanan de la inspiración fecunda, dejando perecer a la insensible Lógica. Porque las Musas y las Gracias representan la inspiración que es la esencia pura del arte, la manifestación armónica de la estética con la palabra. Y siendo evidente que la vida es puntualmente opresiva y demasiado breve, en tal brevedad la tarea del lírico puro es tomar la barca para escapar de la cotidianidad en procura de rellenar el enajenante portafolios rutinario, con vuelos imaginativos que lo transportarán a la ficción y al ensueño, y que lo alejarán de la perspectiva convencional.
Pero, a veces pareciera que al entendimiento analítico de la aventura de la vida se le infiltran anomalías que superan el éxtasis imaginativo. Son contemplaciones o vivencias que siendo asuntos de la razón tienden a manifestarse como esencias, que extraemos a través de una destilación por arrastre con vapor y que convierten al personaje de carne y hueso, palpitante y cotidiano, en un producto de lo imaginativo. Verbigracia, yo vi –que no lo escuché− a un sordomudo cantando La Estrella de David de Juan Bau. Con mi amigo Jaime (Dr. Córdoba Espinosa y exdecano de la Facultad de Farmacia) fui a un karaoke en busca de un soldador que requería y no para consumir bebidas espirituosas, de lo que ahora se acusan nuestros creativos diputados, sino porque él es el DJ o quien dispone de los pedidos musicales, y, en nuestra espera, un mudo menudito, simpático y sesentón se le acercó a Jaime. Sonriente, arrostrándolo, y mediante unos ademanes le solicitó algo a mi amigo. Como éste no había entendido aunque movió la cabeza afirmativamente, el mudito creyó que le había aprobado su dedicatoria, que de eso se trataba. Al rato se vio en la pantalla la letra con el fondo musical respectivo de la canción citada. El mudito la miraba fijamente y con exquisita prosopopeya arrancó un semitono atrás. No obstante fue de ensueño novelesco. Su boca se abría ensanchando sus cachetes y su elocuente gesticulación armonizaba sincrónicamente con la melodía. Creí, por momentos, que una rítmica voz surgía del silencio al punto de escucharse en los dos océanos para adormilar mansamente a las bellas sirenas. Al terminar, el aplauso consensual premió su esfuerzo… También vi a una gallinita –siempre junto a mi amigo Jaime− defenderse bravíamente del ataque de un pitbull adulto a fuerza de picotazos y continuo golpe de patas… Y lo hizo huir. Ganó el desigual y anormal pleito la gallinita.
Además, el encendido simultáneo de todas las neuronas (la inspiración) puede ser precedido por un compromiso, un rechazo al statu quo imperante, como este soneto 66 , traducido por don José Basileo Acuña, de “William Shakespeare, Poemas y Sonetos, Pontificia Universidad de Perú”, traducciones que me donó don Pepe hijo a través del nieto Jorge (Yoyo): “Busco a morir, laso de necedades/ de ver del pobre el hambre inmerecida/ y la sandez lucir frivolidades/ y la más pura buena fe ofendida/ y la dorada pompa mal empleada/ y la virtud rendida ante el acoso/ y la obra perfecta mancillada/ y burlado el poder por el tramposo/ y el arte reducido al vasallaje/ y la audacia fingiendo ser destreza/ y la verdad tenida por simpleza/ y el bien sufriendo por el mal ultraje.// Este fastidio ante la muerte cede/ aunque al morir mi amor solo se quede.
Shakespeare lo escribió siendo joven. Sófocles escribía y ganaba premios a los 88. Don José Basileo estaba activo a los 90. Aún así dicen que la adolescencia carece de imaginación y que con la edad se mata la creatividad interior del humano. Nada más falso.
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