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Suele decirse: los políticos no cumplen lo que prometen; por lo tanto, los políticos no son sinceros.
Por un sencillo procedimiento lógico, pero algo extenso para ser incluido en estas páginas, se puede establecer el problemático y peculiar uso argumentativo del tan cotidiano recurso de generalización; pero también, por un procedimiento lógico, la estrategia del silogismo existencial, «se desbarata» esa manera tan popular de sentir. A partir de este segundo elemento lógico se llega fácilmente a la impresión de que, en la vida de todos los días que nos toca vivir a los mortales, las palabras soportan y dejan decir cosas que se aceptan sin el menor cuestionamiento.
¿Qué decimos con eso? Fácil: partimos de lo que dice el grupo popular, los políticos no cumplen lo que prometen, y a eso se agrega en decir habitual: y son así, porque no son sinceros. Ahora bien, en el caso de ese político del dicho en cuestión, este sujeto (político) está fuera de toda posible sinceridad desde el inicio del planteamiento mismo. Entonces, no se puede esperar algo de quien no tiene ni puede ofrecer ese algo que no tiene.
En la vida cotidiana, tal vez no se haga tan frecuentemente este análisis, y está bien que no se haga en demasía, pero el hecho de que el decir se propague como pólvora encendida y que no se percate del valor o no del mismo, sí qué preocupa. En efecto, si el problema, desde este planteamiento lógico (omitamos otros posibles), no es del político,… ¿de quién, entonces?
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