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¡Qué difícil hacer un inventario…!, que enumere caso por caso, con hechos y detalles legítimos, de cada mujer vilipendiada, en estado de indefensión universal de sus derechos humanos, y condenada a muerte en el islam. Estamos frente a puertas blindadas; muy poco se sabe, porque muy poco sale a la luz pública internacional. Y todo porque sí, por ley religiosa del Corán y de su amanuense Mahoma. Condenan a muerte a quien les viene en gana y por lo que les venga en gana, pero también se hacen de la vista gorda cuando les conviene. Se es musulmán, o se es infiel. Lo de musulmán, según ellos, se hereda biológicamente, además de recibir a los convertidos no biológicos. Una vez que se es musulmán, se prohíbe dejar de serlo. Las mujeres en el corral, con su hombre pastor. El núcleo de familia y sus satélites consanguíneos se encargan de hacer la guardia, vigilar a las mujeres para que se mantengan al servicio de la causa masculina, de creencias retrógradas y de un estado de temor y esclavo a perpetuidad, porque Mahoma fue el último profeta y Alá el único Dios. Pues no, yo soy el último profeta y vendrán otros más en el futuro que derriben el absurdo del colonialismo religioso entre iguales, hombres y mujeres, como lo tiene instituido la naturaleza y el Dios del amor y la paz, de la igualdad y de la dignidad humana. Ningún hombre es superior a ninguna mujer; biológicamente somos distintos y complementarios; humanamente somos iguales ante Dios y ante los demás seres humanos.
(III parte)
El Artículo 18, de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (10 diciembre 1948-Naciones Unidas), dice: “Toda persona tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión”.
Año 2007. Irak. Kurdistán iraquí. Du`a Khalil Aswad apedreada; una niña con apenas 17 años de edad. Delito: enamorarse de un joven de otra religión.
Año 2012. Malí. En Aguelhok, el Grupo Ansar Di ue, que controla el norte del país, condenó a lapidación a una pareja bajo la acusación de adulterio, por vivir juntos sin estar casados. La pareja había procreado dos hijos, uno de seis meses, y vivían en el campo, pero fueron llevadas a la ciudad para la sentencia.
Año 2009. Pakistán. Asia Bibi, mientras realizaba tareas de trabajadora agrícola, bebió agua de un pozo reservado a los musulmanes, y también la ofreció a otra persona sedienta. Las otras mujeres de credo islámico la incriminaron porque no era musulmana y por esa razón y ninguna otra, contaminaría el agua. Le exigieron que se convirtiera al islam, a lo que Asia Bibi se negó. Una semana más tarde fue apaleada por una turba de musulmanes y la llevaron al “mulá” del pueblo −hombre cuya especie es la de ser un juez local o encargado de la mezquita, que es entendido en la doctrina y ley del islam−, quien también le ofreció renegar de su religión católica para salvarse en nombre de Mahoma y Alá. Se mantuvo firme y fue nuevamente apaleada, casi a muerte, ahora con permiso del mulá. Fue llevada a prisión donde nueve meses después ipso facto, fue condenada a morir ahorcada por blasfemia, por haberle expuesto a las compañeras de campo la enseñanza de Jesús, más compasiva y amorosa con el sediento. A finales del 2010 estaba a punto de morir por inanición, palizas recibidas, insalubridad de la celda donde la tienen, sin luz ni ningún tipo de servicio y asistencia, aislada de los musulmanes, quienes pusieron precio a su vida, así como así. ¡Cobardes! ¡Y más cobardes el hombre y mujer que no la defiendan, aquí, allá y en cualquier parte del planeta!
Frente a sus verdugos y asesinos religiosos, sentenció: “Prefiero morir como cristiana, que salir de prisión siendo musulmana”.
Escuelas de enseñanza fundamental, sometidas a un implacable sistema de cerrojo, donde la mujer es menos que el hombre y está bajo el imperio de su bota, solo con los derechos que a estos se les antoje, a pesar de la lectura de principios y observancias, de la aceptación y firma de los Derechos Humanos, hay mujeres mártires y héroes de la humanidad, un puñado de las cuales están ofrendando su vida por la igualdad real, efectiva y eficiente en su práctica cotidiana que les permita traspasar el umbral de sociedades anquilosadas, hipócritas, esclavistas y criminales de la esperanza por una humanidad mejor, más justa y compartida.
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