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Boff: entre lo rancio y lo agrio

Hay rutas que dan giros y vale le pena que así pase. Hay otras que mejor no hubieran experimentado cambios. Acaban en cero. Esto se aplica también para el iter intelectual de algunos. En todos los campos pasa. Hasta en la teología.

Hay rutas que dan giros y vale le pena que así pase. Hay otras que mejor no hubieran experimentado cambios. Acaban en cero. Esto se aplica también para el iter intelectual de algunos. En todos los campos pasa. Hasta en la teología.
En días recientes ha estado por nuestro país Leonardo Boff, incluyendo la UCR. Un antiguo franciscano que, durante muchos años dedicado a un ministerio relacionado con la teología, hoy ha girado radicalmente y se ocupa de temas muy alejados de esos que, en su momento, abordó muy marcado por San Buenaventura (de paso, el mismo gran medieval que ha marcado también el pensamiento de un  gran teólogo que, según Boff y su gusto por hacerse mártir, le ha perseguido).
Partió de una manera peculiar de entender en la Iglesia la relación carisma-poder. Una vía nefasta que, lamentablemente, lo llevó a juzgar a todo el que no pensaba como él como inmisericorde y casi perverso. Obviamente, leía poder (en el peor sentido) en todo el que se distanciaba de su cosmovisión, peor aún si lo llamaban a cuentas. Esta visión, en su momento, le valió la más ruda critica de su maestro B. Kloppenburg y más tarde (a petición del mismo Boff frente a la Comisión sobre la fe de Río de Janeiro) unas cartas aclaratorias del cardenal Ratzinger acerca del método, lenguaje, limitado uso de la tradición realizado por Boff  y una indicación puntual acerca de la “ratio formalis” en teología, que es, ciertamente, la fe y no  grupos de personas concretos.
Distanciado de la Iglesia e incapaz de leerla como germen de Reino, la reflexión boffiana sobre la “basileia” disuelve la noción de “ekklesia”. Los resultados saltan a la vista cada vez que escribe o conversa sobre el tema. ¿Razón de ello? Disociar Cristo-Iglesia-Reino.
Cayendo en el error de la mayoría de los teólogos de la liberación de los setenta, Boff no sólo equivocó su ruta metodológica (como lo hace ver, por ejemplo, J.C. Scannone), sino que además se limitó a un discurso de páginas y páginas que nunca cristalizó en lo que proponía: hacer algo por los pobres a quienes, además, leía hasta como lugar teológico (es la gran crítica global a la teología de la liberación que hace A. González). Así quedó todo reducido a palabras y algún gesto, pero nada más. Los pobres siguieron siéndolo, el anuncio  se opacó de ideología y las gentes buscaron a Dios en las sectas no católicas. Ese fue el resultado, aunque hay que aceptar, como Gibellini da a enteder, que hubo buenas intenciones de ir más allá de esa sumatoria tan limitada del final.
Hoy día, con  tonos panteístas, Boff escribe sobre la Pachamama, ha inventado algo que él llama teología ecológica de la liberación y habla de una ética global que, de paso, es menos sólida que la ética mínima de Cortina o la ética mundial de Küng.
Seguramente, este habrá sido el tema de Boff en nuestras aulas y ante nuestras juventudes. Pero seguramente habrá reflejado su rancia y agria perspectiva teológica, como apareció reflejada en la entrevista que le publicó La Nación el pasado 2 de abril (El País, p.6A).
En esa nota, Leonardo Boff –que no es fundador de la teología de la liberación ni es jesuita como se ha indicado− solo refleja su oscura perspectiva eclesiológica, sus prejuicios de siempre, su autovictimización acostumbrada (que lo aparta mucho de actitudes como las de Teilhard o de H, de Lubac) y su falta de información sobre lo que hoy pasa en la Iglesia.
Sano haría a don Leonardo leer lo que recientemente ha publicado el periódico brasileño “La Folha de S. Paulo”. Se trata de una entrevista, con fecha 11 de marzo del presente año, que el diario hace a su hermano Clodovis en que, con claridad y sencillez, acepta las deficiencias de la teología de la liberación de los 70-80, afirma cómo debieron tomarse en serio las críticas que hizo el cardenal Ratzinger en su momento y negaba la realidad de los supuestos procesos inquisitoriales contra los representantes de esta corriente de pensamiento teológico. Es casi una retractación global de la carta fuerte que en mayo de 1986 dirigieran los hermanos Boff a Ratzinger.
Cuando ya otros vienen de regreso, nosotros vamos apenas. Es lo que parece que se comprueba una vez más en nuestro país. Ideas de algunos que han dado giros dramáticos y poco afortunados parecen conservar valor en Tiquicia y provocan euforia hasta en algunos que, sorprendentemente, debería estar mejor informados.

  • Mauricio Víquez Lizano (Profesor UCR)
  • Opinión
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