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En la democracia latinoamericana, Venezuela y Nicaragua han demostrado que los gobiernos militares sí pueden ser electos en las urnas de forma democrática. Yo creo que ese hecho señala una gran contradicción de ese sistema.
No estoy diciendo que la democracia no sea buena, pero creo que se puede depurar, puede ser perfectible, solo que no sé de qué forma (como el mundo entero se fija en las urnas, algunos solo toman esa “partecita” de un régimen democrático, “las elecciones”, e ignoran todo el resto; en eso está el truco; habría que cerrar ese portillo).
Este hecho es evidencia de que la democracia es muy controversial, pero también es de largo, lo mejor que existe y existirá, a pesar de muchos.
Entre algunas cosas, habría que “penar con cárcel”, para ponerle límites a “la maldita corrupción”, que no se puede erradicar de raíz como uno quisiera, pues es inherente al ser humano. Además, hay que “ponerle punto final” al “pan y circo” que algunos candidatos presidenciales le dan al pueblo, como hacían los romanos. Con esas migajas (las poquísimas cosas que cumplen, cuando llegan al poder), los pueblos se conforman, pero también se llegan a cansar.
También he dicho que creer o no creer en la disminución del papel del Estado, es una cuestión de principios.
El Estado tiene que funcionar muy bien, como un relojito preciso; de otra forma, tendería por sí solito a desaparecer, sin hacer ningún esfuerzo.
Digo adicionalmente, que para competir con “lo privado”, el Estado está obligado a ofrecer servicios de calidad. Los servicios brindados por el Estado, tienen que ser buenos, eficientes, y más baratos, para que puedan ser competitivos.
He planteado allí mismo, que creo que se podría tener una moneda mundial, única, más fuerte que el dólar, pero esto con la condición de que todos los países del orbe, aún siendo muy chicos e irrelevantes como el nuestro, formen parte en la toma de decisiones monetarias mundiales (como son muchos los países, propongo que hayan varias propuestas, y se vote).
Retomando lo dicho en otros artículos míos, y viendo lo que distintas realidades en diferentes países del mundo nos están diciendo, pareciera que todo apuntara a una misma cosa: “Mejorar los servicios que brinda el Estado”.
Las ciclovías en Amsterdam están colapsadas, el colmo; las bicicletas holandesas atropellan a los peatones por doquier; en Costa Rica, entre las muchas cosas que pasan, señalo la horrorosa y deplorable atención a pacientes en la CCSS; el cobro desproporcionado en los recibos de agua y luz (me vinieron dos recibos en un mes en el caso de la luz, y aunque en estos vengan números telefónicos para las quejas, me atrevo a afirmar −sin temor a equivocarme− que esos números o no sirven, o están ocupados (descolgados), o ponen el tono bajo para que nadie los oiga sonar, y por ende que nadie los levante para contestar (pareciera que los tienen solo para cumplir).
También he sido objeto de otra aberración: a veces, ni tan siquiera imprimen el recibo ni lo mandan a cobrar, no aparece por Internet, pero sí desconectan el servicio (en mi caso el teléfono).
Claro, mi profundo y eterno agradecimiento y respeto a todos aquellos buenos y eficientes empleados públicos de todas las instituciones estatales, que deben seguir luchando para que en esta vorágine diaria sobreviva lo público.
Se pone en evidencia una vez más, que es muy urgente encontrar una solución “sensata”, que permita resolver el dilema estructural que se plantea entre la cada vez “mayor cantidad de usuarios” versus “la buena calidad de los servicios” en cada uno de los países del orbe, sin que por eso la solución sea privatizar.
He señalado en otro artículo, que la realidad demuestra con hechos que entre más analfabeta es un pueblo, más lo pueden llegar a engañar, a burlarse de él sus gobernantes de turno. Creo que con lo que está pasando en Costa Rica, “lo público”, muy a nuestro pesar se burla de todos nosotros ciudadanos trabajadores, y honrados.
No hay que ir muy lejos, a buscar a los responsables. Los enemigos de “lo público” trabajan en las mismas instituciones estatales, haciendo “quedar mal” a su institución.
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