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Desde hace muchos meses hemos venido escuchando cómo se ha librado, en los partidos políticos, una lucha encarnizada por las diputaciones para las elecciones del 2014. Incluso, hemos leído en los medios de prensa cómo, en el «renovado» PUSC, supuestamente estuvieron a punto de darse de «pescozones» en una Asamblea, pues unos acusaban a otros de no sé qué cosas. Si de manipulaciones se trata, todas y todos sabemos que las Asambleas de cualquier partido político, ya sean distritales, cantonales, provinciales o nacionales, carecen de decisión.
Las decisiones las toman los que están arriba y la supuesta Asamblea lo único que tiene que hacer es ratificar la línea de partido. De eso mejor ni hablar. Los asambleístas llegan ahí casi siempre por varias razones: recomendados por quien fundó el partido, bajo la axila protectora de alguna «vaca sagrada», porque les ofrecieron algún puesto político, aunque nunca se haga realidad o porque necesitan de alguna otra cosa.
Ustedes, amigos y amigas lectores, le pondrán nombre a esa otra cosa. Lo que me interesa recalcar aquí, es la importancia que tiene para Costa Rica, para la política y para la sociedad en general, a quien nombren de candidato o candidata como diputado o diputada para las elecciones del 2014 dichas asambleas partidarias.
Para nadie es un secreto que ya sabemos el nombre de algunas y algunos de esos candidatos y candidatas. Desgraciadamente, a ese poder de la república no siempre llegan verdaderos representantes del pueblo. Testigos hemos sido de gente que llega a la Asamblea Legislativa y son portadores de un voluminoso expediente delictivo en los Tribunales de Justicia. Vale culpabilizar aquí a algunos medios de comunicación social que parecen no interesarse por quienes lleguen a la Asamblea Legislativa. Si en este país tanto la gente como la prensa se preocuparan un poco más por quienes nos gobiernan, las cosas funcionarían mejor en la función pública y nuestra sociedad sería menos violenta, más honesta, más humana y más solidaria.
A la Asamblea Legislativa llegan muchos diputados y muchas diputadas desconocidas, incapaces, cuestionados o a «calentar la silla», porque los partidos políticos se han convertido en «empresas familiares», en «feudos», en «dominios o propiedades» de grupos familiares. El ser diputado o diputada, actualmente, no es un asunto de mérito, o por haber realizado una labor de liderazgo en las comunidades. Se llega ahí por ser hijo o hija, hermano o hermana, esposo o esposa, tío, sobrina, nieto de tal o cual dirigente político. O, a lo mejor, llego a ser diputado o diputada por haber sido asesor o asesora de fracción. Aunque carezca de los méritos suficientes.
En nuestra desmeritada Asamblea Legislativa las curules se «heredan» como en las viejas monarquías. Lo grave de este asunto es que este fenómeno tan repudiable era patrimonio de los partidos tradicionales. Pero resulta que en la actualidad los nuevos partidos emergentes van por este mismo camino. Si bien es cierto que no hay una normativa legal que prohíba esta bochornosa situación, no deja de ser por ello un acto inmoral y corrupto, en donde la política es convertida en un «modus vivendi» de algunas familias tradicionales, de grupos de amigos o de una elite de trabajadores militantes del partido, que lo único que les interesa son sus propios beneficios. Esto hace que los y las diputadas se conviertan en emisarios o recaderos de sus partidos políticos, de los intereses de las empresas de sus familias o de otros intereses todavía más espurios.
El problema más grande de este público y aceptable tráfico de influencias, es que Costa Rica no avanza social ni políticamente. La sociedad se estanca, pues no se da una verdadera sustitución de cuadros. Las generaciones nuevas que llegan a alcanzar una curul, no tienen nada de nuevo, pues son parte de una dinastía que han heredado, aparte de una diputación, en la sangre y en la mente, los sucios vicios de esa vieja estirpe legislativa que no quiere dejar de succionar la yugular del pueblo y que tanto daño le ha hecho, y le está haciendo, a nuestra sociedad.
Quienes llegan a la Asamblea Legislativa deberían de saber que sobre sus espaldas se sostiene el futuro de la sociedad costarricense. La historia de los pueblos se engendra y se construye en la mente de los grandes próceres. No es posible construir la memoria de una nación o de un país sobre la base del clientelismo político, los intereses personales, el favoritismo, el lucro, la ganancia desmedida, el pago de favores , la charanga, el “porta mí”, el “me resbala” o simplemente la obtención de un salario.
Por desdicha para mí, y para muchas y muchos más costarricenses, esto parece no importarle a quienes cada cuatro años van a las juntas receptoras de votos a ejercer su libre “ejercicio democrático”. Es decir, a la totalidad de nuestro pueblo que cada cuatro años legitima, con su voto, la ignominiosa actitud de la clase política costarricense.
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