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Hernán Casciari dirige “Orsai”. Asegura que entre él y los lectores, no hay “nadie en el medio”. (Foto: Luis Alvarado, Prensa FILCR)
Es el director de una idea que se inició como un blog y poco a poco se transmutó a libro, novela, revista, pizzería, bar, universidad y editorial: “Orsai”.
Hernán Casciari es un escritor y periodista que nació en Mercedes, Argentina, pero vive, contra su voluntad, en Barcelona, España. Su proyecto nació de la necesidad de hablar con su gente en Argentina, de dejar de sentirse “Orsai” (“Off side”, fuera de juego, como en el fútbol).
Actualmente, funcionan la editorial, el bar, la universidad y la revista. “Orsai” se compra por adelantado y la edición en papel se envía, sin intermediarios, bimensualmente, al mismo tiempo que se cuelga la versión digital (en formato pdf) en el sitio web. Su lema: “Nadie en el medio”.
“Orsai” ha llenado sus páginas con reconocidos autores como Abelardo Castillo, Edmundo Paz Soldán, Juan Villoro y varios costarricenses, como Luis Chaves y Catalina Murillo. Ilustradores de la talla de Alberto Montt, Arístides Hernández (Ares) y Eduardo Salles (El Espíritu de los Cínicos) también han publicado ahí sus trabajos.
Casciari participó recientemente en la Feria Internacional del Libro 2013 y antes de su conferencia, rodeado de libros ticos y autogestionados en el espacio que se conoció como “La furia del libro”, se sentó a conversar con UNIVERSIDAD. A continuación, un extracto de esa entrevista:
¿Cómo fue su trayecto en el periodismo y la literatura, antes de “Orsai”?
−Bueno, yo trabajé en periodismo desde los trece años, pero nunca estudié. En realidad nunca terminé la escuela, no terminé el secundario.
Trabajaba en un periódico en Mercedes, haciendo crónica deportiva y como a los 18 fundé una revista: “La Ventana”; tuvo mucho éxito en ese pequeño círculo, un pueblo de 110.000 habitantes. Ahí hacía periodismo mentiroso y usaba a los vecinos del pueblo en historias falsas; de hecho, la revista terminó a los dos años y medio por la cantidad de juicios. Luego tuvimos un periódico, El Domingo, también lo fundimos rápidamente. También trabajé en medios en Buenos Aires, sobre todo en medios económicos, y pasé la década de los 90 escribiendo cuentos para concursos y vivía de eso.
¿Cómo nació el proyecto “Orsai”?
−Fue absolutamente azaroso; entre 1998 y 1999 yo vivía de mandar cuentos a concursos en Europa y a Norteamérica, que es donde mejor los pagan. Estudiaba bien a los jurados para saber lo que querían, escribía cuentos certeros, ganaba algunos concursos y con eso vivía.
Uno de esos fue un concurso en París y me invitaron a ir para recibir un dinero y cuando fui conocí una catalana que estaba de vacaciones; me enamoré y me quedé ahí. Perdí el pasaje de vuelta y me quedé en Barcelona, sin papeles, sin nada.
“Orsai” nace de eso, de una necesidad brutal de poder seguir comunicándome con gente en mi jerga, porque yo no podía escribir para nadie en España; es muy complicado, porque hablan otra jerga.
Entonces Internet me dio la oportunidad de volver a comunicarme con Argentina; abrí un blog para siete u ocho amigos que habían quedado allá, para mi familia, y empecé a escribir para ellos. Internet estaba empezando y yo no sabía que eso podía gustarle a alguien más que a esas siete personas; es más, no sabía que podía ingresar a la página gente que no fueran las siete personas a las que les había mandado el enlace. De pronto empecé a tener lectores y me gustó; empecé a escribir una novela; la publicaron en editoriales y seguí haciendo eso.
Durante todo ese tiempo, le decía a mi mejor amigo, el Chiri, que viniera a España para seguir haciendo lo que hacíamos en Argentina: revistas. Finalmente, en el 2009, lo conseguí y cuando conversamos de lo que queríamos hacer, resultó ser una revista parecidísima a la que hacíamos en Mercedes, con la diferencia de que desde el blog, había una multiplicación de altavoces que podía llevarnos a cualquier parte del mundo.
“Orsai” nació de la incomodidad de un argentino en España. ¿Sigue sintiéndose fuera de juego?
−Pues sí, es incómodo. Primero creía que era una cuestión temporal, de acostumbramiento, pero ya han pasado 13 años y siempre me siento incómodo. Ahora más, porque estoy incómodo tanto en España como en Argentina. Ambos lugares son míos, pero si estoy en uno extraño el otro, es un histeriquismo el mío. Creo que no hay salida a eso y también sé que eso me ayudó a escribir lo que escribo, a tener un concepto muy fuerte de lo nostálgico, a tener una mirada más histórica sobre mi propia tierra, pero me cuesta mucho no estar todo el tiempo en donde hubiera querido estar siempre. Porque estar en España no fue nunca una decisión; estoy ahí porque me enamoré, porque ahora tengo una familia.
“Orsai” llega, o al menos puede llegar, a todo el mundo e integra autores de todas partes. ¿Se lo plantearon como un proyecto ambicioso?
−No, en absoluto, y no lo es. Es un proyecto minúsculo. El núcleo somos cuatro personas: el Chiri, su esposa, mi esposa y yo. Después claro, llamamos a gente que trabaja por un honorario, pero no tenemos una oficina, no tenemos un número de teléfono, trabajamos cada cual en su casa.
No es ambicioso, sí es divertido, y al ser divertido siempre queremos hacer más y así va generándose algo que tiene mucho que ver con los lectores; si el lector está contento y participa, entonces podemos crecer. Si así no fuera, yo ni siquiera habría empezado a escribir en Internet.
La revista ha tenido en sus páginas trabajos de gente muy reconocida: Alberto Montt, Horacio Altuna, José A. Pérez, hasta dibujos de Spinetta. ¿Realmente ha sido tan fácil como llamarlos?
−Sí, es que no hay otra manera. Por ejemplo José: somos buenos amigos, pero no nos conocemos personalmente, jamás lo vi en la vida, pero hemos hablado muchas veces. Con Alberto Montt igual.
Los admiraba desde antes y si estoy haciendo una revista, pues les mando un mail y coordinamos. Además, es gente que al final tiene algo en común y terminan encantados de jugar con nosotros este juego, porque no los está llamando una gran editorial, los estamos llamando nosotros, que no somos nadie.
A mí me da la impresión de que cuando contamos la historia de cómo hacemos la revista, la gente se engancha, de esa forma de trabajar de manera absolutamente descentralizada, cada cual en su casa, sin mucha historia.
Ya que estamos rodeados por “la furia del libro”, ¿es “Orsai” producto de una semejante furia, pero con las editoriales?
−“Orsai” en definitiva nace de un hartazgo. Me cansé, me aburrí tremendamente de toda la etapa en que, supuestamente, había llegado donde había que llegar. Empecé escribiendo solito y de pronto me llamaban editoriales; querían hacer una película con lo que yo hacía y en ese momento todo me pareció alucinante, como que tocaba el cielo con las manos. Dejé de trabajar en las cosas horribles que hacía y me dediqué pura y exclusivamente a escribir libros con editoriales.
Pero, al año y medio me di cuenta que era gente aburrida, que iba a trabajar a una oficina, que no tenían pasión por lo que hacían, sobre todo en las multinacionales
Trabajé con multinacionales y para todo había que ir al piso 14, y toda la gente de ese piso era aburrida. Por eso tan pronto como pude salí de ahí y salí hartado. El mismo día lo escribí en el blog: dije públicamente que renunciaba a eso y las razones por las que lo hacía, y al día siguiente dije: queremos hacer una revista que sea todo lo contrario, que no haya piso 14, ni secretaria, que no te paguen tarde, que no te paguen mal, que se piense en el lector, en el autor y en nadie más, que no haya accionistas, que no haya rentabilidad, que no se hable de dinero. Porque en esos lugares, se habla muy poco de periodismo, muy poco de literatura y todo el tiempo de dinero.
¿Cree que quienes han participado en la revista, comparten esa sensación de hartazgo?
−Creo que todo el mundo está harto. Yo no conozco un periodista de un medio tradicional que diga “¡qué bien que la estoy pasando, cómo me gusta estar acá, qué bien que me trata mi jefe, cómo me dejan hacer lo que quiero!”. No, es que no funciona de esa manera. En cambio nosotros ofrecemos tantas libertades, tantas comodidades, y sobre todo una contención que no encuentran en otros lugares.
¿“Orsai” realmente sigue funcionando bajo los principios con los que empezó? Porque es fácil pensar que hay dinero escondido, que un proyecto así no camina solo.
−Funciona, pero no funciona porque sea rentable, Orsai no es una revista rentable.
Lo fue el segundo año. Ese año no perdí un centavo, este año sí, pero por cuestiones de inflación, de que se dispara el dólar en Argentina, qué se yo. Igual, no estamos haciendo un negocio, nunca fue nuestro objetivo ser rentables y desde el principio dijimos: “si perdemos dinero, problema nuestro”.
Pero es como cuando un grupo de amigos se va tres años de viaje. Vos no te vas de viaje para hacer dinero, te vas de viaje porque querés viajar y sabés que te va a costar dinero. Nuestro viaje es este y fue así; va a terminar a fin de año y seguiremos haciendo otras cosas de la mejor manera que podamos.
¿Qué autores son sus influencias o referencias?
−Si tengo que decir rápidamente un autor que me maraville, desde el punto de vista técnico: Borges. Pero si tengo que decir quién me influenció: Cortázar, pero no lo veo como un escritor, lo veo como un amigo, alguien que me espabiló cuando tenía 15, alguien que me dijo: “no hay que ser solemne, nunca”. Yo leí todo su trabajo entre los 15 y 17, nunca lo releí, ni quiero, porque me han dicho que no envejece bien.
Para mí, esa es una relación con un tipo, que charló mucho conmigo en esos años, se murió y me dejó un montón de cosas que aún sigo creyendo, sobre todo, que era un tipo que contestó todas las cartas que alguna vez le enviaron, que se tomó todos los sábados de su vida para contestar a mano o a máquina, las cartas que le enviaban. A mí eso me parece fundamental, posiblemente lo que más me influenció.
¿Qué autores sueña con ver publicados en las páginas de Orsai?
−Creo que ya cumplimos nuestro sueño. Hace cuatro o cinco meses hablé con Chiri de que sería buenísimo entrevistar a Stephen Hawking y lo conseguimos la semana pasada, estamos cubiertos.
El autor vivo que más nos gusta es Abelardo Castillo, un argentino, y lo tuvimos un par de veces en la revista; Horacio Altuna siempre fue nuestro fetiche a nivel de ilustración y no solo lo publicamos, sino que se incorporó al proyecto como director de arte, es decir, trabajamos con él, estamos todo el tiempo con él. No tengo nada más que pedir, me dieron mucho más de lo que me había imaginado el día que dijimos “vamos a hacer una revista”.
¿Por qué subir gratuitamente la revista a Internet?
−Porque no es un negocio. Nosotros lo que hacemos es calcular cuántos somos y sumar cuánto quiere cobrar cada uno, cuánto podemos pagar por una crónica o una sesión de fotos, cuánto cobra la imprenta, etc. Eso nos da un número y entonces calculamos cuánto necesitamos imprimir y vender para que nos salga ese dinero; vendemos eso, se paga todo y como ya está vendido, el pdf sale al mismo tiempo. Es la ausencia de rentabilidad lo que nos permite no tener publicidad, no aceptar subsidios y que todo el mundo pueda tener el pdf al mismo tiempo.
¿Cree que el trabajo artístico debería siempre eliminar de la ecuación la rentabilidad?
−No, no, esto es un juego, donde lo principal es que Chiri y yo nos divirtamos, no es un trabajo, no es un negocio. Es un juego de dos que tienen ganas de jugar a eso por un rato. No hay más que esto.
El trabajo artístico es de los que trabajan con nosotros y ellos pueden llevar, tan pronto se edita la revista, ese trabajo a cualquier medio y venderlo, porque es de él, no nuestro. Por ejemplo, en El País semanal del 22 de setiembre, posiblemente salga en portada la misma entrevista con Stephen Hawking que nosotros vamos a sacar a principios de setiembre, porque el decidió revenderla y nosotros lo único que le pedimos es que no lo haga antes de que salga la revista, pero él puede vender esa entrevista 87 veces si quiere, porque para nosotros es un juego, no queremos acaparar nada.
Tenemos mucho cuidado de que ni por error, acaparemos algo, porque estamos jugando a una cosa muy puntual, que la tenemos muy clara, que no es perdurable y luego haremos alguna otra cosa parecida, porque necesitamos tener un sueldo, por un año, y luego nos lo vemos.
Entonces, ¿el fin de “Orsai” está cerca?
−El fin de la revista, sí, el fin de Orsai, no. Orsai es lo que se nos ocurra en octubre, cuando nos sentemos a ver qué queremos hacer el siguiente año.
De todo lo que “Orsai” ha generado, ¿qué es lo más satisfactorio?
−Estar con mis amigos, en cualquiera de las cosas que hemos hecho. Juntarnos, eso es lo mejor, saber que estoy con gente que conozco desde los 7 años, vernos hacernos viejos, arrugarnos, tener hijos, que nuestros hijos sean amigos. Lo más gratificante es que nunca haya sido un trabajo y que nunca lo dejamos ser un trabajo.
En tiempos en que se lee menos ¿qué debemos hacer quienes escribimos, para recuperar terreno?
−Creo que la gente lee distinto, no menos. Tal vez estamos menos capacitados para leer un texto de 9000 palabras. Antes lo abuelos lo hacían todo el tiempo, leían novelas los domingos por la tarde tomando un coñac, porque no tenían más que hacer, no tenían ni luz. Había mucha concentración tanto para leer, como para escribir.
En cambio, ahora, a mí me cuesta cada vez más escribir un texto de 9000 palabras; ahora en la computadora tengo una pestaña que cierro, me habla uno, me habla otro, está el juego del Barça, escribo un párrafo, me voy a fumar, vuelvo, estoy en un millón de cosas, como todo el mundo.
Probablemente, lo que tenemos que aprender es a emocionar o entretener más rápido. Ya no te podés dar el lujo de hacer una descripción de dos páginas, tenés que ir rápido al hueso de la historia, porque el tipo que te está leyendo no está en casa tomando un coñac, está en la oficina y tiene que minimizar la ventana si viene el jefe.
Entonces ¿al papel le toca adaptarse a lo electrónico?
−Claro, y lo está haciendo. Si ves un periódico de hace 25 años, ves textos larguísimos. Hoy ningún editor te dejaría hacer eso, porque el lector no está preparado. Es un cambio, como una vez pasamos del papiro a la imprenta, y eso está bien. Los generadores tenemos que saber ver qué es lo que está pasando, encontrar las grietas y meternos en esas grietas, para seguir informando y divirtiendo.
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