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En nuestros días, la urgencia por “conectar saberes” hace que muchas iniciativas académicas lleven el sello “interdisciplinar”; asimismo, cuando se quiere hablar de esfuerzos “de alto vuelo”, no es extraño que se los califique de “transdisciplinares”. La cosa se complica cuando hacen su aparición las iniciativas multi, poli y pluridisciplinares.
No es raro que estas formas de vinculación disciplinar sean tratadas como sinónimos o que −al mejor estilo del traje del emperador− se diga que algo es “inter” o “trans”, sin serlo. Tratemos de aclarar el asunto mediante un modelo de siete categorías.
Nuestro primer estadio es la intradisciplinariedad, condición en la que cada disciplina es un sistema cerrado y autosuficiente. Ejemplifiquemos esta condición mediante el caso de un colegio, en el que cada profesor (Matemáticas, Lenguaje, Geografía, etc.) trabaja sus clases sin ninguna interacción con los demás profesores y sus temas.
En un segundo estadio, tenemos a una disciplina que toma a préstamo herramientas de otra. Esta situación es ilustrada por el profesor de Lenguaje, que emplea la Matemática para establecer, a partir de una muestra de textos, cuáles son las tres letras más frecuentes en el castellano.
Podemos llamar a este “préstamo” interdisciplinariedad trivial, pues no existe una interacción real entre disciplinas, sino que una de ellas es sujeto pasivo de otra que toma alguna de sus herramientas.
Un tercer nivel es la multidisciplinariedad. En este apartado, las disciplinas son agrupadas, sin relación entre ellas (“juntas, pero no mezcladas”). Por ejemplo, para que los alumnos se preparen para sus pruebas finales, los profesores ensamblan una antología de ejercicios. Eso sí, cada profesor elabora por aparte el capítulo correspondiente a su disciplina.
Saltamos al cuarto nivel: la pluridisciplinariedad, donde una disciplina lleva la voz cantante y recibe contribuciones de las demás. Este es el camino que sigue la profesora de Matemáticas, al crear un compendio de ejercicios de álgebra, en el que, para despertar el interés de sus estudiantes, incluye temas de Geografía, Lenguaje, Química, etc.
Ahora, imagine que la profesora de Matemáticas se pone de acuerdo con el profesor de Música para armar una clase en la que los armónicos de la música son vistos como fracciones y viceversa. Alcanzamos el quinto nivel: la polidisciplinariedad, donde dos o más disciplinas se funden en un evento puntual, y luego cada una sigue su camino por aparte.
La polidisciplinariedad, a pesar de ser una experiencia fugaz, crea las condiciones para una fusión más estable: la interdisciplinariedad. Si la unión es sólida, da lugar a un nuevo espacio del saber. Es el caso de la profesora de Matemáticas –convencida de que el álgebra es la forma más elevada del pensar− y el profesor de Lenguaje, que sabe que el lenguaje es la herramienta del pensamiento. Ella trae el álgebra; él apunta al desarrollo del Grado de Elaboración Lingüística (GEL). Juntos, en interdisciplina, construyen una nueva materia (“Al-GEL-bra”), que funde Matemáticas y Lenguaje.
Nuestro séptimo y último estadio es la transdisciplinariedad. Aquí encontramos saberes que no son del dominio específico de ninguna disciplina. No son el estudio del relieve (orografía) de la Geografía, la trigonometría de la Matemática ni el análisis sintáctico del Lenguaje. Los saberes transdisciplinares atraviesan a las disciplinas.
Por ejemplo, un grupo de profesores apunta la urgencia de formar estudiantes estratégicos, capaces de regular su propio aprendizaje. Pronto se diseñan dispositivos (ejercicios y espacios de reflexión) para desarrollar la capacidad de “Aprender a Aprender”. Estos dispositivos atraviesan las otras materias y son útiles para todas ellas (y, por supuesto, son cruciales para los estudiantes).
Todas las formas de interacción disciplinar son claves. La sabrosa intradisciplinariedad nos deja sumergirnos en la poza profunda que escogimos por vocación; la interdisciplinariedad trivial nos salva, al prestarnos una herramienta que nos urgía; la “multi” compendia; la “pluri” conecta saberes, con uno de ellos dominando la escena; la “poli” es una chispa, una experiencia puntual pero muy movilizadora; la interdisciplinariedad abre un nuevo espacio. Finalmente, la transdisciplinariedad nos invita a un viaje en globo: desde allá arriba se ve todo el territorio del saber y los ríos y caminos que atraviesan las fronteras entre las disciplinas.
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