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Revista Dominical. LA REPUBLICA. Domingo 21 de agosto de 1988 Coordinador: Orlando García Valverde 30 CRITICA El robo como factor cultural UANDO, en dias pasados, se divulgo lo concerniente al robo de las pertenencias de la actriz Maribel Guardia y a las molestias que esto ocasionó a nuestra victimizada compatriota, no pude menos que experimentar la más genuina empatía, por haber sufrido una sensación similar hace algunos años después de aproximadamente veinte años de vivir en distintos sitios del mundo opté por regresar a hacer mi vida en el terruño; una vez tomada esta decisión mi ansiedad montó día a día acosándome la premura de tal manera, que, en la última etapa del viaje, me atrevi (aún cuando me encontraba exhausto ya desde el inicio del viaje en la ciudad de Washington a conducir de un sólo tirón desde San Salvador a San José; estaba tan emocionado con la idea del regreso, que no pude detenerme de camino y finalmente llegué a casa de mis padres en la madrugada; dormí, como puede suponerse, profunda y largamente.
La noche siguiente, mi vehículo, estacionado en una calle josefina de gran circulación, fue violentado y como consecuencia de ello perdi muchos objetos de valor, fue entonces que di importancia por primera vez al hecho de que nunca antes mi vehículo había sido violentado, de que en los once años que viví en la peligrosa ciudad de Washington y en sectores que los anglosajones consideran de alto riesgo por razones étnicas, sólo una vez alguien osó introducirse en mi apartamento para robar una radiograbadora y de que sólo una vez alguien cogió mi cartera por haberseme caído en la calle y luego me la devolvió por correo, sin el dinero, por supuesto (evidentemente era todo un ladrón, que no un ratero. Fue entonces que recordé todas las recomendaciones que me hicieron mis amigos y familiares antes de emprender el viaje, en el sentido de que debía protegerme adecuadamente durante el trayecto porque en tal o cual sitio roban mucho. Pues bien; viaje por las rutas menos turísticas, las más desoladas, los pueblos más remotos y con mi automóvil completamente, cargado de tentadores efectos personales; aun habiéndolo dejado sólo hasta varias horas para visitar sitios de interés para mí, nunca pe ne da.
Tenía que ocurrir en mi propia ciudad y no señal de una premonitoria bienvenida. Por la sirsidad de circunstancias, la sensación de Maribel Guardia debe haber sido igual.
Con inmediata posterioridad a estos hechos, al ir a desalmacenar mis equipajes en la respectiva aduana, descubrí que habían sido saqueados; muchos años después, al desalmacenar otros equipajes de unos almacenes privados de an depósito, también encontré que había perdido numerosas pertenencias.
Cuando estaba en la escuela primaria (una de las tres mejores del país en aquel momento) usaba una brújula de pulsera que una prima me habla enviado de Estados Unidos. Durante uno de los recreos en que la dejé sobre el pupitre, un compañero del mismo grupo me la robó (me lo confesó ocho años después con gran fruición. luego fue un reloj que me regalo mi abuelo; luego una bola de fútbol, etc. En la secundaria (también una de las tres mejores en ese momento. me robaron muchísimas cosas: gemelos de plata que había heredado de un antepasado, muebles de los cursos de manualidades, libros de texto, etc.
En mi vida profesional me han robado materiales y equipos de oficina, dinero y otras cosas, personas que trabajan en los mismos sitios y no es extraño que en el hogar de cualquier hijo de vecino haya bolígrafos, sobres, libretas y otras cosas que se llevan de la oficina o del lugar de trabajo.
La idea de dar diversos ejemplos de robo que podrian parecer lugares comunes es recalcar que el fenómeno es común en todos los puntos del rango social: en el mundo del paria, en el de los individuos de cuello azul y en de los de cuello blanco y que el mismo hecho de que lo precedente no constituya descubrimiento alguno de importancia para el lector, prueba que lo asuminos con decadente naturalidad; más aún: hay quienes por su mediocridad encuentran consuelo en el argumento de que estas cosas ocurren en todos los países; sin embargo, no les entristece que en otros países ocurran cosas que aqui no ocurren normalmente, como la puntualidad y la eficiencia.
una oficina pública se exija a los (mal remunerados) empleados proveer sus propios bolígrafos porque, de tanto que se los han robado en el pasado, la institución decide suprimir ese tipo de provisión.
En ninguno de los ventitantos países que he visitado es más impresionante que en Costa Rica el aspecto de celda que tienen las viviendas y la actitud de carcelero que tienen sus moradores.
Esto para hablar de algo que salta a la vista, sin siquiera referirse estadísticamente a los titulares de los diarios en los últimos siete u ocho años por lo que respecta a estafas y robos de gran escala.
Sin duda, hay algo que fundamentalmente está mal en nuestra sociedad, porque tampoco somos tan paupérrimos como para que se diga que se roba por hambre o por necesidad; casi se podría decir, más bien, que quienes más necesitan menos violan los derechos y garantías de los ciudadanos. Hay algo que está muy mal en nuestro desarrollo cultural y que nos incita a robar de muchas maneras y en muy distintas categorías.
Mientras no nos hagamos un profundo examen de conciencia y no podamos dar fe absoluta de que nuestro entorno inmediato está libre de todo lo que pueda relacionarse con alguna forma de hurto o evasión dolosa: alguna prensa que inocentemente se compra a un vecino o amistad que comercia clandestinamente entre Miamiy San José; alguna pieza arqueológica que no se ha querido registrar en el Museo Nacional conforme a la ley; algún libro o disco que no se ha devuelto a su legítimo dueño; algún repuesto raro de automóvil que pudiera haber pasado de un desmantelamiento delictivo a una huesera o compra venta; alguna cuenta que sólo consta 0mto cto la le el que de TO, LES En todo caso, no se puede dar por sentado que nuestra condición por lo que respecta a este flagelo sea precisamente natural. No se puede aceptar con naturalidad que muchos ciudadanos no quieran sembrar un árbol frutal en su jardin por suponer que alguien robará los frutos de ese árbol; que no se planten flores porque de seguro alguien las robará; que no se pueda hacer un corto viaje a la playa porque con toda certeza alguien allanara la casa y robará lo que encuentre en ella; que no se pueda dejar con tranquilidad un vehículo ni en el lote de estacionamiento de un concurrido centro comercial sino es bajo custodia de algún gamin que trabaja a destajo vendiendo seguridad, que en verbalmente y que no ha sido saldado como Dios manda; algún cenicero de respetate alguna toalla de hotel, etc. no podremos damos en el pecho con esa famosa pedra que quisiéramos usar legítimamente todos los llas. mientras no admitamos que el mal es alarmantemente masiva cuantioso en nuestro medio que en muchos sitios del mundo le pondría lo pelos de punta al me avezado cuando aqui ha llegado gser parte del cálculo doméstico cotidiano, no podremos remediarlo. Pero en estas circunstancias, que aparentemente la voluntad popular no quieres cambiar, si podemos estar seguros de que dormiremos cada día más intranquilos.
Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.
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