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Revista Dominical. LA REPUBLICA. Domingo 30 de setiembre de 1987 11 (Cuento)
El caracol Por: Robinson Rodríguez Herrera SCUCHABA el mar a través de la distancia, porque sólo a la distancia había estado de él. la distancia de su mente y de aquel viejo caracol que por azar, había llegado a sus manos un día de tantos en una tarde cualquiera. Acostumbraba desde entonces, recostarse en el camastro y pegarlo a su oreja, cerrar los ojos y escapar a medias Cada tarde desde entonces desaparece el piso de tierra, desaparece el viento que se cuela por entre las ranuras de las tablas o las uniones carcomidas de las latas de zinc. Desaparecen desde entonces el humo del hornillo, los gritos de las moscas que han caído en las telarañas, la tos convulsa de su compañero alcohólico, las tinieblas en la distancia del amanecer lluvioso y el mañana sin esperanzas. el mar le susurra con el aliento Cada tarde, escucha el mar a la distantibio la lejanía del tiempo pasado, cia. Cierra los ojos y se pierde volando hacia de aquellas tardes también cuanel infinito de sal y cálida humedad del horizondo en su piel morena las formas te. Como si lavara sus heridas, como si volse plasmaban suaves y onduladas, desperviera al mundo con ganas nuevas, recorre el tando deseos nuevos las quietas madrugaalma del caracol hasta lo más profundo y esdas de agua de lluvia. En esos atardeceres boza una sonrisa. Quienes la conocen no la se miraba al espejo, sonreía y forjaba suehan visto reir, de hecho, la más leve sonrisa nos locos de abrigos de pieles, caricias de deformaria su semblante amargo y acostum manos firmes y crepúsculos de seda. se olbrado a la tristeza. sería como un punto de vida de su piel dormida que ya no se estremeluz sobre una áspera superficie negra.
ce. Cuántos atardeceres han pasado. a dónde se ha marchado el deseo?. Mmmm no, no recuerdo exactamente algún detalle sobre mi nacimiento. Supongo veces, llegan a su garganta las ganas que empecé a existir como un ápice calcáreo de cantar, pero de sus labios brota, apenas y esmaltado que poco a poco cubría las blanun murmullo agudo con el que disimula las pa das carnes de quien fue mi padre. El pescalabras de una letra que ya no recuerda.
dor que me recogió, ya asi cual soy. cuanLa noche volverá con sus éxtasis eterdo brillaba bajo el sol de enero casi enterrado no; estrofas en el aire, silencio cortado y toren la arena de no sé cual playa, aseguró a turado con mal gusto por las cumbias y bolesus hijos que yo me había formado con arena blanca y espuma de mar salada en las entraros de la vieja rocola, por los pulmones arruinados de los borrachines con garganta de deñas de algún monstruo marino. Luego recuersierto y sus malabares apurados por ganardo aquella choza de tablas negras y techo de palmera tejido con viejas redes, con canse alguna copa. Pedazos de pesadilla de la ciones tristes los atardeceres rojos, de guitarealidad de la jornada; gritos, golpes, cristales estrellados, llantos de perdedor, bocas rra vieja, alma de cascabel y cuerdas herrumbradas.
ensangrentadas, dientes de menos. Porque si de recordar se trata, se pierde el recuerdo Me habían sacado del mar, de las tibias en el caleidoscopio de cuartuchos, en los rin corrientes, del frío conmovedor de las aguas cones entre los basureros y la interminable profundas; pero todavía escuchaba las olas colección de olores descompuestos. Los re en el fin de la playa, y más lejos aún las aves gateos, los llantos, las risas y carcajadas marinas. Entonces, me invadia aquella nosque se pierden en los callejones todas las no talgia acuosa que me llamó con tanta fuerza ches de todos los dias, igual lunes que fin de los primeros años, en los que amanecía llosemana. Si de recordar se trata.
rando lágrimas saladas.
Distancia, lejanía, terrible tempestad huracanada que desde mis entrañas, llamaba con la voz del viento por todo el hueso donde antes hubo nervio. Por eso lo aprisioné; encerré en mi alma el ruido del mar para que nunca me olvidara, para cuando volviera a él, para llamarlo como a un viejo amigo y dormir en su seno por una eternidad sin fin hasta que mis moléculas se esparzan. Por eso, porque la mar y yo somos uno, si me escuchas navegarás en mi nostalgia.
Tal vez estaba soñando con el mar aquella vez, porque no recuerdo si me vendieron u obsequiaron ese fin de semana de febrero que se iba desvaneciendo como todos los años. Tampoco recuerdo cuando me colocaron sobre los guijarros de silice en aquel ridiculo estanque, lleno de patos; de agua sin sal y aguaceros ácidos, de murallas altas dónde moria la distancia. Se me escapa también la cuenta de los años, del por qué los patos fueron siendo menos, de las alegres fiestas que terminaron abruptamente, de las malezas que llenaron los jardines, de las murallas cubiertas de enredaderas, de aquellos zapatos gastados que se me iban acercando, de aquella mano enorme que me aprisionaba.
Ahora, por todo el fluir de este diciembre helado puedo sentir el olor a tierra que pertuma esa cabellera, casi blanca y casi negra.
Puedo sentir también el roce de la piel, de esa oreja pequeña y sin arete donde clamo por el mar todas las tardes de todos los dias, igual lunes que fin de semana.
Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.

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