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14 Revista Dominical. LA REPUBLICA, domingo 19 de noviembre de 1987 La ratesa la nueva novela de Günter Grass Günter Grass ha vuelto al género literario que domina con mayor virtuosismo y con el que ha alcanzado sus mayores éxitos: Die Rättin. La ratesa. recién publicada, forma parte de la serie de grandes novelas alegóricas, con la primera de las cuales. El tambor de hojalata. Grass ascendió en los años 50 a la cumbre de la literatura alemana de la posguerra.
El escritor había ofrecido su Ultima obra maestra narrativa con la novela El rodaballo. una desbordante alegoría de la emancipación, en que la figura del parlante pez plano del cuento, ocupa el lugar central: durante milenios el rodaballo había aconsejado a los hombres, había seguido los pasos de su progreso, pero luego en el presente. se tomó como propia la causa de las mujeres. Si la novela publicada en 1977 aún confiaba optimista en una continuación de la historia por otros medios, concretamente los femeninos, el nuevo libro trata del fin de la historia, de los desesperanzado de todos los deseos de cambio.
Entre el hombre y la ratesa se llega a una apuesta narrativa. Mientras el animal, competidora del hombre desde los orígenes, pero también compañera de camino, informa desde el otro lado de la frontera detrás de la cual no hay más historia humana, el narrador se esfuerza por seguir tejiendo ésta y sus propias historias, por oponer un relato al amenazante fin.
Habla, por ejemplo, de Oskar Matzerath, el protagonista del Tambor de hojalata. que ahora tiene sesenta años y ha encontrado la suerte como productor de cine y viaja a Polonia para celebrar el 107 cumpleaños de su abuela Anna Kaljaiczek. Habla de los hijos del canciller federal, que en una exhibición de un bosque ficticio, rasgan el telón y huyen al bosque moribundo como Hansel y Gretel. Habla de cinco mujeres a bordo de un barco explorador, que oficialmente tienen que averiguar la cantidad de medusas en el mar Báltico, pero que de hecho andan en busca de la ciudad hundida de Vineta. Habla del pintor Malskat, que poco después de la li Guerra Mundial falsificó frescos medievales y ahora se le está juzgando en Lübeck. En resumidas cuentas, historias todas ellas que no llegan a buen fin. Los hilos narrativos se entrecruzan, los detalles se exponen en el lenguaje sensorial y enérgico propio de Grass, la sátira se vuelve a veces bruscamente sermón moral y viceversa.
La novela de Grass es la culminación algo tardía de una ola apocalíptica, que desde fines de los años setenta ha inundado grandes espacios de la vida cultural de la República Federal de Alemania, pero que ahora ya vuelve a encontrarse en reflujo. Sin embargo, será difícil que se le pueda reprochar complacencia por el desastre; más bien, la confusión de la literatura con una entidad moral. Si bien la educación del género humano por la literatura fue una ilusión de la ilustración, Grass no está dispuesto a apartarse de ella del todo. Está demasiado comprometido con la fe en la razón y en la comprensión, para convertirse en representante de un fatalismo estéticamente puesto en escena. Pero, por suerte para la literatura, su pasión por la lengua, por convertir impresiones sensoriales en palabra escrita, evita que la ratesa devenga una disertación moralizante. El arte fabulador del escritor, nacido en Gdansk en 1927, sigue intacto.
La nueva novela de Grass también es un libro sobre arte, sobre las posibilidades de la imaginación. Así el autor refleja en la novela misma la sorprendente capacidad de resucitar personajes como Oskar Matzerath, tupe más la red de los mitos creados por mismo, sobre todo aquellos mitos que giran en torno a su región natal de Kachubia y al mar Báltico, que él llama cariñosamente su charca báltica. Si la política, cuyos problemas actuales no deja de plantearse Grass como intelectual y ensayista, se permitiese mayor fantasía, puede que al fins la ratesa en detinitiva, sólo un producto de la fantasía no tuviera razón. El escritor Günter Grass ratesa y el género de las ratas: están por la ruina, ansían un mundo imaginario en el que no queda lugar para los hombres. De la misma manera que Grass en el Rodaballo descuartiza metafóricamente el cuento, así hace en la ratesa con la mala imagen de los grises roedores, que se ha plasmado verbalmente en numerosas anécdotas, metáforas y giros. Por más que al hombre casi siempre le esclavice la miseria, la pobreza, el hambre, el horror, la enfermedad y el deseo de asco, la rata sólo ha alcanzado hasta ahora dudosos honores literarios: se le achacó la culpa de pestes, el mordisco de la miseria la despabiló, su sitio se llamaba cloaca, chabola, mazmorra, campo de concentración, submundo. Anunciaban la desdicha, los malos tiempos y el hundimiento del barco.
Las ratas, pues, son las protagonistas ideales de una monumental protecía del desastre; la heroína del título aparece como la madre primigenia de una estirpe de ratas, que en lo sucesivo subyugará la tierra en lugar de los hombres.
La ratesa, que persigue al narrador en primer persona en sus sueños y en sus ensueños, le profetiza el fin del género humano, merecido por sus propias culpas, es más, y así lo dice expresamente, como si ese fin ya hubiera tenido lugar hace mucho: ise acaból, dice. Vosotros habéis existido, habéis sido, recordados como una alucinación. Nunca más marcaréis fechas.
Todas las perspectivas están extintas. Las ratas han salido del colapso atómico como únicas vencedoras de la guerra; la Tierra, hace saber la ratesa al narrador, es ahora al fin la propiedad de quienes siempre han sabido como eludir hábilmente las mayores catástrofes. Se salvaron incluso del diluvio universal, al que hubieran debido sucumbir, porque no pudieron entrar en el arca de Noé: se enterraron en lo profundo de la tierra y desarrollaron un complejo sistema de corredores cuyas salidas mantenían tapadas con sus gruesos traseros las ratas viejas. Una táctica parecida, explica la ratesa al narrador en sueños, es la que emplearon cuando llegó el intercambio de golpes nucleares. Historias de ratas. se indigna el hombre y replica a la certidumbre de desastre de la ratesa: No, ratesa, no! Aún somos muchos. Hay continuas noticias que informan de nuestros actos. Estamos discurriendo planes que prometen éxito.
Michael Hierholzer
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