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14 evista Dominical. LA REPUBLICA. Domingo de noviembre de 1987 CUENTO Ga it LA REVANCHA Efrontal Por: Carlos Baidal el ancho corredor de la hacienda El Roble, frente al mar Pacífico, Ricardo Jiménez soñaba despierto como era su costumbre.
Lo hacia en una posición incomoda para cualquier otro menos para el que, con su espigado cuerpo, podia levantar fácilmente el pie derecho y poner la bota de montar sobre la baranda, entre dos matas de helechos rizados que su abuelo el coplero había traído de Cartago.
Año 1987 fluir se a SU ne cocheros esperaban pacientes a la escasa hacia adelante, de repente se les vociferaba clientela, sin embargo Ricardo Jiménez prefi que ya no era preciso y que debían devolverCe rió caminar por la calle central que lo llevaría se para marchar en sentido contrario y a vedirectamente al cuartel. No había comido, pe ces hasta lanzarse hacia la derecha o hacia ro de todas maneras se sentía sin apetito. la izquierda o quedarse de pronto inmóviles, Cuando desembocó en el parque, frente como si no supieran hacia donde dirigirse. Aa la Catedral, vio el edificio chato y sombrío quel grupo de campesinos agotó su paciendel cuartel que parecía esperarlo con alguna cia e inesperadamente estalló una gresca encuenta pendiente.
tre los reclutas más jóvenes. Los gritos y los En el retén de guardia dio su nombre y puñetazos se hicieron incontrolables al extresu propósito y pasó a entrevistarse con el ofi mo que el oficial al mando tuvo que intervenir cial de turno.
en auxilio de Ricardo. Se acercó al grupo de. Conque usted es Ricardo Jiménez? peleadores y con la seguridad de un militar dijo el soldado con cierta ironía.
de carrera determinó al culpable, ordenándo Así es contestó Ricardo al tiempo le de inmediato a Ricardo que lo llevara preso reci que observaba la pobreza y el descuido del al cuartel principal am local En la pared principal habían pintado una bandera de Costa Rica que parecía rígiEn el corto camino Ricardo notó que su da, sin vida. Al lado un escudo nacional tan presa se le adelantaba como si deseara cumgrotesco que, por la deformidad de sus tra plir con prontitud al castigo. Al llegar a la zos, más bien parecia dibujado por un escopuerta del cuartel el detenido le dijo al oficial regre lar desaplicado. un costado se alcanzaba de guardia. Aquí le traigo a este cabo que époc a ver una urna con unos fusiles y espadas viene en calidad de arrestado.
expo que, por su herrumbre y suciedad, debían Utiliz ser reliquias de alguna guerra olvidada. Al. No es cierto teniente. replicó Ricarincor frente, el escritorio desvencijado del soldado do y agregó. Yo soy el que lo trae preso!
que lo atendía y detrás el retrato al óleo del Ricardo, a pesar de ser un estudiante de diver dictador.
derecho, llevó la peor parte en la discusión finalr que se armó pues el verdadero detenido rede la Usted debió haberse presentado des sultó ser un aventajado empleado de alcaldíde hace quince días. lo recriminó el solda a.
do pers Lo siento, pero no sabía que me neceY, en otra muestra de la justicia militar, imac sitaban. Según consta estaba de vacacio Ricardo Jiménez fue a parar a un sucio y neexig nes en la finca de mi abuelo contestó Ricar gro calabozo.
do indiferente distir Mañana deberá presentarse a las seis cultu horas con el uniforme de reglamento. senpate tenció por último el oficial cree Pasaron algunos años, muy pocos por espe cierto, cuando Ricardo Jiménez fue nombra y do limit: Un mes después, en la Plaza de la Artilledo presidente de la Corte Suprema de Justiría, distante a unos trescientos metros del cia.
Eran años de locura en el norte. Los sueprota cuartel principal, Ricardo Jiménez, al mando cond de medio centenar de reclutas, impartia insños de gloria y poder enardecían a los caudial trucción militar. Los ejercicios eran cansinos llos que no se conformaban con las limitaciones de sus fronteras. Desde Guatemala Jus Dut y estúpidos, pero en su condición de cabo rereloj to Rufino Barrios decreto, por sí y ante si, la cién ascendido tenía la obligación de lograr unión de cinco repúblicas de Centroamérica.
que aquellos muchachos realizaran unas maniobras ridículamente serias.
La amenaza acongojó a nuestro país y mac La Ordenes no tenían sentido. Si en un el Gobierno deposito en Ricardo Jiménez la nota momento se les gritaba que debían marchar misión de convencer a México para que no le inge diera sustento a las pretensiones de Barrios.
Se le declaró Ministro Plenipotenciario y con esa investidura viajó al encuentro de un poeta, de un gran poeta, Manuel Gutiérrez Nájera, quien se desempeña temporalmente co La mo Secretario de la Presidencia mexicana.
La poesía y el derecho unieron sus voluntades y Costa Rica pronto pudo olvidarse y de las ambiciones de Barrios.
Est!
La República, en cambio, no olvidó a Ride cardo Jiménez. Lo cargó más bien de honoviec res que fueron distinguiéndolo como un hommita bre excepcional. Lo designó Presidente de la ción Asamblea Legislativa, lo convirtió en Minis tene tro de Educación Pública y lo escogió, por la libre voluntad de su pueblo, como su Presiradd mud dente en tres inolvidables ocasiones. Nada complació más a Ricardo Jiménez que servirque le al país, excepto saldar la cuenta que tenía él o pendiente desde joven con el cuartel princi deb: pal.
otro по Esa cuenta se liquido en una hermosa. trop mañana del verano de 1914, cuando Ricardo cer Jiménez, inspirado por un gran escritor francés, firmó el Decreto de Ley que transformaba el cuartel principal en la escuela Juan Rafael Mora. El gusano, dijo más tarde Ricardo, se ha transformado en una bellísima maripo pre sa y el pueblo entendió para siempre el senticuar do de su revancha.
los Por la vereda de acceso a la hacienda, entre la bruma del pleamar, Ricardo divisó a un jinete que se acercaba, entrecerró los ojos para verlo mejor y, al observar que vestía de corbata, tuvo el presentimiento inevitable de que portaba malas noticias.
El jinete, desde la tranquera, se quitó el sombrero con un gesto que indicaba su intención de ser admitido y sin esperar respuesta se acercó, abanicándose el rostro con el ala del sombrero. Frenó la bestia y sin desmontar preguntó. La escuela matará al mili ¿Está el joven Ricardo. Soy yo. qué se le ofrece?
tarismo y si no el militarisEl hombre mostró cierto alivio y contestó con prisa. Mucho gusto, tenga usted mo matará a la República.
muy buenas tardes, me han enviado a entregarle una boleta de afiliación al ejército, le Ricardo ruego me firme el recibo.
Ricardo instintivamente bajó el pie de la Jiménez baranda, recogió los papeles que le entregó el notificador y, sin siquiera leerlos, firmó lo Oreamuno que supuso era el recibo, devolviéndolo con el menosprecio con que se rechaza un insulto. las cinco de la mañana del día siguiente, Ricardo, con un suspiro de resignación, se levantó de la cama, dispuesto a interrumpir definitivamente sus vacaciones. Recogió sus libros de texto y la biografía de Lincoln, que relela como descanso entre las duras jornadas de estudio que le exigía la escuela de derecho, salió de puntillas para no despertar al abuelo y, en el portal de la casona sonrió, con la malicia que expresaba cuando se disponía a enfrentar un reto con la decisión de triunfar.
Desde las bajas montañas de Esparza el amanecer diciembrino se volcaba sobre la costa con un esplendor inigualable. El aire estaba escrupulosamente limpio y la floresy ta, el mar y los caminos refulgían con la nitidez de lo que ha sido creado por vez primera. Ricardo se sintió agradecido con la vida, se dispuso a ensillar a su yegua Primorosa. le palmoteó las ancas cariñosamente y la montó despacio sintiéndose transformado en un joven centauro, tal era la sensación de fuerza que lo poseía y la certeza que le inspiraba su destino.
El tren de vapor llegó a la Estación del Pacifico con el atraso usual. La capital lucía adormilada por la canícula del mediodía. Los sus asec In la dag: ex Gen les Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.
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