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Esperanza entero en la memoria del presidiario. El presidio, comenzó a recordar el presidio! Veía al fin de una de las callejas del patio, la pequeña puerta de su celia, calada en lo macizo del muro, con su gran número al frente, lim.
pia y tranquila; veia los bancos del taller dispuestos en hilera, alrededor de las máquinas, ébrias de tanto trabajo y sudando aceite; veía la olla del maestro cocinero, que vaciaba a cada uno su plato de frejoles humeantes y oía los toques alegres de la campanita, que con su lengua de bronce, les mandaba descansar. Se preguntó si no era feliz en su prisión, entre sus compañeros de infortunio y, sintetizando sus recuerdos, vio en ella su lecho tranquilo y su pan asegurado. La idea de que en el presidio lo pasaba mejor que en la ciudad, se aferró su imaginación, y, ante la cruel ironía de su destino, sintió la nostalgia de sus cadenas.
En aquel momento, el dueño del café se asomó la puerta.
Desde adentro, había visto que 1111 hombre de estatura extraña inspeccionaba la vidriera.
Creyó que era algún ratero que examinaba el teatro de sus futuras fechorírs: Al verle, nuestro hombre abandonó la ventana y se vino donde él. Tengo hambre, le dijo žquerría usted darme algo de lo que hay en esa vidriera. los pillos como tú, contestó el del café, se les envía la cárcel, cuando mendigan sin permiso de la autoridad. Cómo. hay que tener per miso para pedir una limosna. hasta para tener hambre, contestó el del café, mientras hacía señas para que viniera un policial.
Nuestro hombre no espero que este llegara.
Una oleada de sangre hirviente congestionó de súbito su cabeza; su nervios, electrizados por la ira, le hicieron temblar convulsivamente y en sus ojos inyectados apareció escrita una tragedia sangrienta.
Me voy, me voy a comer la penitenciaría, exclamó con voz sorda, y de un golpe formidable, le aplastó la cabeza con un adoquín.
HUMBERTO PARODI 318
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