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que se le escapa.
padre.
vuelve!
Los oficiales, emocionados, le vieron alejarse; muy pronto desapareció.
sólo el tribuno lo había observado con cólern, como mira el buitre la presa Los oficiales entraron en una posada contigua, y dejaron al tribuno con sus liombres. Estos se prepararon ejecutar la orden recibida: veinte tiros partieron simultáncamente y concluyeron con la vida del desgraciado. Qué lástima que hayan dejado escapar al muchacho. dijo un pastor de la montaña. Qué te importa? le contestó uno de sus compañeros; ese es asunto de los oficiales; ellos saben lo que hacen.
Mira, tribuno exclamó uno de los hombres; Dios mío, el muchacho Los ojos del tribuno relampaguearon.
En efecto, el niño acudía, jadeando, al lugar del suplicio. El sudor le corría por la frente, y los cabellos se le pegaban ella.
Abriose paso por entre los rumanos sorprendidos, y se acercó al muro, donde le esperaba un espectáculo horrible. Oh! padre mío, padre querido. Por qué no haberme esperado? exclamó sollozando se arrojó sobre el cuerpo ensangrentado.
El rostro del tribuno se contrajo, como si se trabara una lucha entre su cólera y el sentimiento que le inspiraba tánta energía, tanta fuerza moral en el niño.
Después, haciendo un esfuerzo, exclamó con voz terrible. Fusiladto!
Resonaron otra vez veinte tiros: el cuerpo, acribillado de heridas, se desplomó, mientras que el valor, la fuerza, el honor, todo lo que formaba esa alma pura, voló hacia las alturas inmaculadas del cielo, hacia el Todopoderoso.
Poco después salían de la posada los oficiales; el coronel, como si de pronto recordase algo, se dirigió al tribuno. Ila vuelto el niño. le preguntó. Si, ha vuelto. qué han hecho de él. Lo que se había decidido: lo hemos fusilado.
El coronel retrocedió un paso, como si hubiera pisado una víbora. Canalla! rugió, al mismo tiempo que con su varilla castigaba al rumano en pleno rostro, donde se dibujó lentamente un surco sangriento.
Entonces ese individuo que acabo de ver es el tribuno? pregunté mi compañero.
No; es demasiado joven No comprendo.
Es el hijo del tribuno.
Pero. tiene la marca del latigau tu rostro. Ha nacido así: Un escalofrío me sacudió. Es la mano del Dios vengador; lleva la huella de la sangre del pequeño mártir. Pesa sobre el una maldición y concluyó el narrador no puede casarse, porque las mujeres temen tener un niño que lleve ese signo mal.
dito. ROCOSY 509

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