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La veía de perfil. Las blondas del manto no dejaban al descubierto sino lijeros rasgos de la fisonomía: la nariz correctísima, los labios de una voluptuosidad seductora, la línea blanca de las mejillas, y las largas pestaſias entre cuya sombra se adivinaba la irradiación de las pupilas.
La mirada insistente de Andrés halló una larga complacencia en las manos que parecían de mármol y que resaltaban en la tapa negra del libro.
Sabía el que Marta lo liabía visto y estaba convencido de que ella sentía que en ese momento era objeto de tan idolatra contemplación.
Pero ni una vez sus ojos se volvieron a él.
Terminó la misa cuando Andrés le parecía que acababa de empezar.
Andrés del Campo, vuelto a la vida real, esa vida que es preciso vivir con todos los gajes que trae para ser definitivamente hombre, entregó Marta sus cinco claveles.
Los que lean Tierra nativa y al mismo tiempo conozcan las peripecias de la vida de Gamboa, verán en ella su autobiografía, que él quiso adelantar en la novela. Giró, si nos es permitido decirlo, contra su vida futura, y oh! infausta suerte la de nuestro pobre amigo, el tiempo inexorable protestó el giro! Isaías Gamboa salió de Santiago en viaje para Cali, su ciudad natal, y el 23 de julio próximo pasado, hace hoy tres meses, la presunta deidad de quien en su imaginación iba enamorado Andrés del Campo cuando tocó en el Callao, no era otra que la Parca fatalmente libertadora que lo durmió para siempre entre sus brazos. Allí terminaron realmente los rasgos antobiográficos de Isaías Gamboa; pero el poema que cantó con su doliente lira perdurará en los fastos literarios de tierra nativa como el canto del cisne caleño.
Profético fué el terriblemente sombrío prólogo que estampó en breves palabras al frente de su libro: Tener el hombre la pretensión de trazar su destino, es una locura: la vida siempre se burla de los hombres.
Pero fué un rapto de escepticismo y de profunda nostalgia, era que el preveia su fin, atacado como estaba de la enfermedad sagrada, la enfermedad de Alfredo de Mu sset, de Leopardi, de Bertholdi, la enfermedad de los grandes artistas, cuando escribió ese malhadado prólogo? NORIEGA Alajuela, Octubre 23 de 1904 614
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