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la leche de yegua; mi patria es la tierra, mis esclavos los hombres, el que me envía, el principe del mal.
Yo sé que me conocéis, pero no queréis nombrarme, porque todavía os resta el pudor de los nombres, ya que habéis perdido el de los hechos. Yo soy vuestro rey.
Yo soy. el Alcohol!
CATULLE MENDES pero los pelig bless alcoh exced de ur beza; saba Como los es dos ci el hec 1903 rados les pa milita de los Depa Orne.
los y el Sangre Latina ¡Hurra por la raza latina!
Rosa Diprieto, italiana, esposa de Diprieto, ambos inmigrados, vivían pobres, pero dichosos, en un barrio de esta metrópoli. Rosa es una guapa moza, y ama su marido como Lucrecia amaba Colatino, hace veinte cinco siglos, y como Lucrecia, tiene también la más alta idea de la honra conyugal. Desgraciadamente vivía en el mismo edificio que los dos esposos, su cuñado Michael Rigo, mal sastre y peor marido, pues tenía abadonada su mujer y cinco criaturas. Enamórase antójase Rigo de Rosa, y la persigue rogándola y amenazándola, para que abandone su marido y su chiquita, y se vaya con él.
Rosa viendo que aquel sátiro no la deja el alma quieta, le pide consejo su amado consorte. Este dice. Cómprate un revólver, y cuando vuelva Rigo con sus morisquetas, ponle una bala en la cabeza déjalo seco. Acudiendo yo ahora al poco italiano que poseo, me figuro que la receta la dió Dipietro Rosa en éstos términos: Si torna Rigo col la sua mandolinata, mettele una bala en la testa lascialo secco.
Proferida esta prudente sentencia, fuese el marido su trabajo. Rosa, por otro lado, encaminose comprar el revólver, al cual le acomodó las seis cápsulas, con el cuidado con que pondría en sus nichos seis ángeles guardianes de su honra.
Poco después, cantaba para dormir su bambina, quien mecía en sus brazos hermosos de estátua. Entró Rigo; inyectados los ojos de pasión brutal, y armado de enorme tijera sastril; la seducción en la boca, la amenaza en aquella arma vulgar. Rosa sin soltar su hija, saca el revólver y apunta al infame. Este pone los pies en polvorosa, contando con llegar a la calle antes que la ofendida mujer. Pero el sentimiento de la honra pone alas en los bellos tobillos de Rosa, la cual alcanza al sastre Tenorio, y quema ropa le descerraja dos tiros en la cabeza. Mettele una bala en la testa, lascialo secco. Por si fortis, ella le metió dos, y le dejó tieso.
Lucrecia, deshonrada por Sexto Tarquino, se quitó la vida, rogando su esposo Colatino que la vengara.
Los Tarquinos fueron destropados y surgió la República romana, como consecuencia de aquel acto trágico.
En el presente caso gracias al Progreso, que trajo el revólver, Rosa Dipietro no llegó ser desventurada, ni tuvo que ser llorada su muerte por la historia.
En cuanto a la del estimable sastre y seductor, toda la prensa y ante todo el público anglosajón, la aplaude, y todos admiran y absuelven a Rosa la vengadora. De seguro que no habrá jurados que condenen la heroína de este drama latino.
La raza se impone. BOLET PERAZA, New York, 810 Vosg no ne tarios escrit con lo tado dido se (0)
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