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El águila caudal со vic los de Leyenda escandinava por Joyás Lie, traducida al francés por ANDRÉ BELLESSORT y vertida al castellano, para Páginas Ilustradas, por NORIEGA. NOTA DEL TRADUCTOR FRANCES. Los amantes de la literatura nos agradecerán haber trasladado nuestra lengua esta pequeña obra maestra, una de las más bellas de la literatura escandinava. En tan patética relación, admirable por la delicadeza del sentimiento como por lo elevado de la inspiración, el autor ha sabido presentar ante sus lectores esos dos infinitos: el azul del cielo y el amor de madre. lie Su ha ine ca lle tra cer des 11 SO1 sol Hacia el apartado oeste, lejos, muy lejos, allá en las montañas de Noruega, que se destacan en el horizonte como gigantesco cortinaje de intenso y limpio azul; allá, sobre uno de los altos picos que reverberan los rayos del sol poniente, en medio de lo más fragoso de la roca, el águila caudal tenía su nido. Aislaban el agreste sitio, hondos canjilones cubiertos de pinos y murallas de granito cortadas por sinuosas y anclas grietas que daban paso de trecho en trecho los abetos, cuyas copas se balancea ban sobre el abismo.
Al amanecer, ya la reina de los aires se cernía en lo alto del espacio, donde no alcanzaban las miradas del hombre, y de allí espiaba y elegía sus víctimas, distinguiendo sin esfuerzo alguno liasta la pequeña musgaña de los prados, trotar bajo la yerba. Ya era su presa el cabrito juguetón inexperto que se ejercitaba en sus primeros equilibrios sobre los picos de las rocas, cuando repentinamente se sentía suspendido para hacer la más peligrosa de las ascensiones; ya la tímida liebre, hecha vagar por prados y labranzas, cuando despecho de sus costumbres habituales, era obligada de súbito contemplar desde las altas regiones de la atmósfera el hacinamiento confuso de montes, casas y prados de la oy las lug roc un col bía comarca.
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Ta rac SUS Otras veces, el águila caudal recorría centenares de leguas por encima de valles cultivados, de eriales, de montañas fragosas, de negros abismos, dejando al oeste las montañas azules tras las cuales se divisa ba la esfunada silueta de las que sirven de baluarte al tempestuoso mar de los hielos. Cada línea de montañas marcaba las fronteras de un reino en cuyo trono ella había sentado un príncipe de su noble estirpe.
Ay del intruso que osaba invadir sus dominios! Más de una vez en combates singulares, con enemigos poderosos había dado muestras de su bravura. Duelos terribles en los que la sangre corría y la plumazón volaba como copos de nieve manchados de púrpura; duelos que no cesaban sino cuando el adversario caía exánime sus pies.
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