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II francés por lustradas, por mantes de la esta pequeña inava. En tan omo por lo ele ctores esos dos Una mañana, después de larga correría, el águila tornaba al nido con un tierno rengífero para el desayuno de su polluelo. Al llegar, batió violentamente las alas, su grito de alarma repercutió multiplicado por Jos quiebres de la montaña. La palizada que defendía el nido estaba en desorden: el lugar había sido hollado por plantas extrañas, y el príncipe heredero de su imperio quien ella adiestraba en su oficio fortaleciendo su pico y sus garras con una presa cada día más fuerte, su hijo querido había sido robado!
Angustiada levantó el vuelo tanta altura, que el eco de sus lamentos no turbó ya el paraje solitario.
Dos cazadores que salían del bosque oyeron por encima de sus cabezas un ruido extraño y en seguida un agudo silbido. Uno de los dos llevaba cuestas un cesto de mimbres con un aguilucho cautivo; y mientras descendían al valle, el águila caudal los seguía con ojo avizor, cerniéndose en el espacio. Por entre los claros que dejaban las nubes desgarradas, siguió los cazadores que llegaron al patio de una granja la familia entera que la habitaba se precipitó al rededor del cesto.
Todo el día permaneció en acecho desde la altura, y cuando las sombras invadieron la tierra, el águila bajó cautelosamente y se posó sobre el caballete de la casa. Durante esa noche las gentes de la aldea oyeron unos graznidos extraños que dieron lugar mil consejas. montañas de cortina je de je reverberan roca, el águios canjilones osas y anchas uyas copas se III to del espacio, piaba y elegía pequeña mus esa el cabrito uilibrios sobre pendido para lebre, hecha s costumbres iltas regiones prados de la le leguas por as, de negros es se divisaba pestuoso mar is de un reino tirpe.
de una vez en muestras de la plumazón que no cesaAl amanecer del día siguiente, cuando el sol doraba las cimas de las montañas, el águila levantó el vuelo para cernirse siempre sobre el lugar en donde se ocultaba su polluelo. Uno de los hijos del raptor, rodeado de toda la gente menuda de la casa, se puso la tarea de labrar unas reglas de madera con las cuales armó una fuerte jaula en donde colocaron el aguilucho, que aleteaba desesperado en medio de la algarabía de los curiosos chiquillos que se divertían con los esfuerzos y desesperación del príncipe cautivo.
Al fin la jaula quedó sola en medio del patio de la casa, trascurriendo las horas sin que persona alguna apareciera en los contornos.
Tan solo la reina del espacio observaba al través del aire azul el desesperado forcejeo de su hijo que no daba tregua su pico, sus garras, ui sus alas, para romper los barrotes de la prisión.
El sol descendía del meridiano, y el águila oculta entre las nubes, descansa ba sobre sus alas en inquietante y fatigosa acechanza. La inmobilidad de la granja, el silencio que quedó reducida, algo inusitado y misterioso, infundió al prudente animal serias sospechas y redobló su vigilancia. En medio de la esplendidez de ese hermoso día, una granja coino solitaria y silenciosa después de la prisión de su hijo, era para 947
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