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Ontemplar atmósfera staba con ero saber iis. Quién icó el exsonriendo preciosas pártate de onstante.
mos para is tú comniseria de nácares, bres gennsumidos nscientes que no la que 110 Con la luz del alba, Hilda bajaba la escala deslumbrante de mármoles y pórfidos de la terraza, desdeñando el brazo que le ofrecía el rey de los Guerreros Blancos, y rápida como una gacela corrió a la llanura de gladiolas. medida que se aproximaba al sitio conocido sentía que el corazón se le quería salir del pecho y que sus piernas flaqueaban; pero el extranjero ya no estaba allí. En su lugar encontró una joven aldeana vestida a la usanza de los peregrinos, que fatigada bebía agua en su odre. Niña, balbuceo débilmente Hilda, no has visto un extranjero cuyas miradas penetran como dardos acerados y que tiene la magestad de un rey. Sí, replicó la aldeana inclinándose reverente. El xtranjero de ojos de luz y sombra estaba aquí al amanecer; pero en seguida de curar mi herida, tomó el camino de la ciudad.
Cómo así? preguntó con interés la Princesa. Princesa de las Flores, pasaba por este sitio con un hermanito mío, cuando un enorme mastín se arrojó sobre nosotros. Entonces yo me interpuse entre mi hermanito y la fiera, y ésta clavó los dientes en mi brazo: el extranjero voló en mi socorro y ahuyentó el perro, y luégo me curó la herida. Si hubierais visto con cuánta solicitud y cariño acarició la criatura que lloraba y me puso un apósito y ligó la herida! En seguida partió como os he dicho, y sin detenerse un momento en la ciudad, siguió para la Selva Oscura, donde no llegará hasta la noche.
La Princesa devoró con envidiosa mirada a la pobre aldeana sobre la cual se habían Gjado los ojos del extranjero, y en un ímpetu de celos estuvo punto de arañarle el rostro. pero dominándose la interrogó por el camino de la Selva Oscura.
Después de franquear la puerta de ónix, replicó la aldeana, se sigue el fragoso camino que se va alejando del mar. Pero, Princesa, os advierto que la vía está sembrada de varzas y piedras filudas que destrozan los pies; para recorrerla es preciso calzarse unas sandalias fuertes como estas que yo uso, y vestirse con ropas ordinarias y burdas como las mías. También me atrevo advertiros que la Selva Oscura no está en vuestros dominios, de modo que si entrais en ellos, el sagrado talisman que brilla en vuestro seno perderá sus virtudes. Qué me importa, dijo Hilda encogiéndose de hombros. Para qué quiero esta esmeralda si ella no me da la tranquilidad del espíritu. Iré la Selva Oscura. Tú me darás tus ropas en cambio de los vestidos y de las jc yas que escojas en mi tesoro real. Ven conmigo.
ción. No a tristeza calor y su emi. Qué ue sois el el cual ya cocuparas lle en un mutilaras dar pasos ne venido necesitan speración erraza de tos, pero ue liabía agarraba alo hasta nidad de as demás Bajo un sol abrasador, Hilda, con el burdo traje de los peregrinos, alegre y resuelta, tomó el camino de la Selva Oscura, sin sentir ni el calor ni la fragosidad del camino.
Cuando llegó a la puerta de ónix, el sol ya casi tocaba el horizonte y con sus oblicuos rayos doraba la trasparente mole de la portada, destacándola soberbiamente, sobre el azul turquí del cielo.
La animosa Hilda, se internó en el camino de zarzas y de filudos guijarros que desgarraban cada paso su delicada piel; pero nada sentía; por el contrario, cada momento apuraba más el paso, fijos sus hermosos ojos claros animados por la esperanza, en las azuladas colinas que limitaban el horizonte, contemajado.
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