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a vida frenética oubet oria. ue la 21 fué cantes rácter que como ble de ciega, straSobre esta peonza terrestre, que da sobre sí misma treinta mil vueltas en un minuto, qué frenética carrera llevan las cosas, los seres, los suicesos y los sueños!
En este vértigo hacia el abismo que nos lleva por todos los caminos del esfuerzo humano, el viento de tempestad apenas representa la calma, el ciclón es la brisa y la avalancha es apenas un arrullo. No se siente como si el mundo fuese cinematógrafo y que ondula, elástico, en una vibración parecida la de las tardes caniculares, en las que bailan, como desagregados, los átomos?
No podríamos recorrer con menos velocidad el alpso, tiempo de eclipse, que separa la abertura de los ojos de sus cortinas? Atravesar de esta manera la creación del buen Dios, sin ver nada, es, realmente, no merecer el «Ha vivido. que sirve de epitafio antológico todo hombre honrado. que ronce, menpor el e por según polífin, lo que enido servaisiera más olvien su creyó capaz daria. sus is mil Fot. Rudd icillez so de ilede!
le las. ILO encial lamamás. Su vacaLos genele las Vista en los alrededores de San José No supongáis que echo de menos los carretones. Es verdad constante que la evolución social tiende siempre la economía de tiempo, la concentración de fuerzas, la abreviación de espacios. Lejos de mí el pensar senil de esa incomparable carroza, dulce y bamboleante, en la que, de posta, en posta, el Musset de las familias alcanzaba, pequeñas jornadas, su buena aldea de Saint Ló!
No tengo por el ferrocarril horror que inspiraba Octavio Feuillet y nada me cuesta confesar que prefiero el express al ómnibus. Pero, si para andar de prisa, el vuelo de la flecha es insuficiente, las botas tragaleguas son tardígradas, el pichón mensajero es desesperante de lentitud, pido que se cambien nuestros órganos y que aparezca el hombre eléctrico, al uso de la vida moderna, surgido de los alambiques de la naturaleza.
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