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Ei Cóndor y el Mar (SIMBOLICO)
El mar dormía dulcemente, muellemente acariciado por una leve brisa que rizaba su superficie en pequeñas ondas.
Allá, lejos. en la línea como hecha de albos encajes, donde parecía terminar el mar, una mancha blanca se alejaba y se perdía.
Comenzaban brotar los primeros tintes del crepúsculo, cuando de pronto el cielo principio tornarse de un color plomizo. Las dispersas nubes de caprichosas figuras fuéronse uniendo lentamente, hasta formar una sola inmensa nube sombría, que como un gigantesco cuervo cerníase en el oscuro horizonte.
Un imponente silencio reinaba en la naturaleza.
Luego, del mar se escapó un hondo sollozo.
El ígneo zig zag de un relámpago serpenteó en el espacio, y en seguida el horrísono ruido del trueno, creciendo, creciendo, fragoroso, terrible, semejaba el precipitado rodar de un gigantesco carro, despeñado de la cumbre de los inontes los abismos del océano.
El viento, agitando, revolviendo el oleaje, pa sa ba atronando con sus rugidos de hambrienta fiera. Otras veces sollozaba en su delirio, imitando los largos y tristes gemidos con que lloran los fúnebres cipreses de los viejos cementerios.
Gritos de martirio escapábanse de aquella borrascosa tempestad. ese mar todo poderoso en su infinita grandeza, con sus olas coronadas por la espuma de sus cóleras, rugiendo siempre, lanzóse más allá de las sumisas playas, donde dulcemente rumoreaban las melancólicas arpas de las palmeras. Las enormes rocas que se levantaban en sus márgenes, temblaron: esas rocas que parecían hechas para detener las impetuosas embestidas del gran monstruo en cólera. las gallardas palmeras doblegáronse, y al ser rotas por el brutal empuje, gimieron como si tuvieran corazón.
En el fragor de aquella desoladora catástrofe, un cóndor, desde la cima de escarpado peñón que batía el iracundo oleaje, contemplaba impasible el espacio infinito; ese espacio en donde remontaba su vuelo y por donde cruzaba el ra yo que lo envolvía en la luz de su rojiza llamarada y resonaba el trueno, esa música apocalíptica de los abismos; sus ojos pe netrantes escudriñaban el firmamento cubierto de negros crespones, tras los cuales estaba el jardín azul de los cielos con sus lises de oro y su misteriosa luna, fontana de plata cubierta de lirios de nieve.
De pronto una formidable oleada lanzóse contra el peñón, pedestal del cóndor: sus olas rabiosas escupían hacia la cima el salivazo de sus espumas, como si esa mísera ave, que no podía su furor arrebatar la altura, las encendiese en el delirio de sus cóleras titánicas.
La roca temblo. El cóndor desplegando sus alas, contemplolas por un instante y luego, levantando los ojos al cielo, vió como pasaban las nubes en negro tropel. Después, irguiose, sacudió su pluma je oscuro y se lanzó al espacio, voló sobre el océano enbravecido y grandes aletazos se perdió en las sombras de la noche que descendía, tal vez en busca de otro peñón más alto, donde ir saludar la aurora.
Foafael Obngel Croyo (De Poemas del Alma)
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